jueves, 19 de septiembre de 2013

El juicio de Paris, la manzana de la discordia y la Venus de Milo.


Francisco Amillo


Queridos amigos de Agoraben. Otra incursión en el ámbito de la Mitología y el  Arte. Otra vez la protagonista es Afrodita-Venus, la diosa de la belleza y el amor. Para ilustrar el tema que os presento, el juicio de Paris,  podía haber escogido más de un centenar de imágenes de obras de arte, algunas de hace un par de años. Que sea un tema tan recurrente a lo largo de los siglos y que no se interrumpa ni el el XX ni el XXI es una prueba evidente del interés que ha suscitado a través de todos los tiempos. 

El Amor es una elección que debe hacer el ser humano, pero si hace equivocadamente puede tener terribles consecuencias. Eso pasó en el mito que comentamos y pasa continuamente en el mundo real... 



La Afrodita de Milos o Venus de Milo, es uno de los grandes iconos del Museo del Louvre. Se trata de una estatua griega de tamaño mayor que el natural ya que mide 204 cm de alto. Fue tallada entre los años 130 y 100 a. C.

En 1820 un campesino de Milos, una de las islas Cícladas, encontró la imagen enterrada cuando sacaba piedras de un antiguo muro. En aquellos momentos Grecia pertenecía al Imperio Turco y el campesino acordó vendérsela a su gobierno. Pero un marino y explorador francés, Dumont d'Urville, que recorría Grecia en una misión de estudios botánicos, vio la escultura y creyéndola del período clásico, ofreció un precio más alto a su descubridor. Como no tenía suficiente dinero fue el embajador francés en Constantinopla, quien la compró. La trasladaron a Francia y la instalaron en el Museo del Louvre, donde hoy día aún se puede admirar. 

Pero este cambio de opinión del vendedor originó un incidente diplomático. El gobierno turco consideró que había sido un acto de traición. Acusó al rey Luis XVIII de haber conspirado contra Turquía y exigió su devolución por formar parte de su patrimonio nacional. Como el gobierno francés se negó rotundamente a devolver la Venus, las relaciones entre ambos países, que ya eran malas, empeoraron. Eso explica, entre otras razones, la ayuda que Francia prestó poco después a los griegos en su guerra de independencia contra el Imperio Turco.

Volviendo a la estatua de Afrodita, llaman la atención la serenidad del rostro, el idealismo de las proporciones anatómicas y el equilibrio de la composición, ligeramente ondulada o “serpentinata”. Es por ello una obra de un clasicismo evidente, que confundió a sus descubridores. En aquella época se pensaba que el período clásico había sido el de la perfección del arte escultórico y que la época que le siguió, la helenística, era de decadencia. Cuando los estudiosos dictaminaron que la Venus de Milo era del período helenístico surgió una cierta decepción.  

Sin embargo hoy día esta obra y el arte helenístico gozan de una enorme valoración. Sabemos que pertenece a la escuela neoática, una moda artística que se difundió al final de ese período. Se crearon obras como esta Venus que constituyeron, desde el punto de vista estilístico, una vuelta atrás en el tiempo, una nostalgia por el esplendor del clasicismo de los siglos V y IV a.C. 

Se desconoce el nombre de su autor y  se señala con poco fundamento que pudo ser Alejandro de Antioquía. Los especialistas indican que pudo inspirarse en la Afrodita de Capua, una obra del escultor Lisipo, del siglo IV a. C.


Afrodita de Capua, del escultor Lisipo. Museo Archeologico Nazionale di Napoli. La diosa sostenía un escudo pulido, que ha desaparecido, en el que contemplaba su cuerpo. Muchos autores opinan que fue la inspiradora de la Venus de Milo.



La imagen nos muestra el deterioro de la escultura: brazos rotos, golpes y la erosión. 



La estatua de la Venus de Milo apareció partida en dos. Cerca aparecieron también un fragmento de antebrazo y una mano sujetando una manzana. Por todo ello se ha supuesto que la estatua, cuando estaba completa, con la mano derecha sujetaba el manto que cubre la mitad inferior de su cuerpo y con la otra la manzana. 
Eso se ha interpretado habitualmente como una alusión al relato mitológico conocido como “el juicio de Paris” que ha tenido una gran plasmación en la historia del Arte. 
Otros autores señalan que la manzana era el símbolo de la isla de Milo ya que en el griego antiguo ambas palabras se pronunciaban de forma similar, melos. Sin embargo estas explicaciones no son excluyentes y las dos pueden ser válidas. 

Según nos cuenta Ovidio el drama empezó en el banquete nupcial de Tetis y Peleo. Participaban todos los dioses excepto la diosa Eris o Discordia, que no había sido invitada. Llena de rencor decidió sembrar el caos y amargar el banquete de los inmortales. Para ello arrojó una manzana de oro sobre la mesa y dijo que sería para la más hermosa de las diosas. 


“La manzana de oro de la Discordia”, obra de Jakob Jordaens de 1633. Zeus sostiene indeciso la manzana de oro que la Discordia (al fondo y con alas) ha lanzado a los dioses reunidos en un banquete nupcial. Hera y Atenea extienden sus manos para recogerla. Venus, desnuda, se señala a sí misma indicando que le pertenece.


Afrodita, Atenea y Hera comenzaron a discutir entre ellas porque las tres pretendían quedarse con la manzana ya que las tres pretendían ser la más bella. El estrépito que armaron fue tan grande que al  fin Zeus, irritado, decidió buscar un juez imparcial que dictaminaría qué diosa era la merecedora de la áurea fruta. Sabía que, eligiera a la que eligiera, siempre habría dos diosas resentidas.
Eligió a un mortal, a Paris, uno de los hijos del rey de Troya, que a pesar de su título de príncipe estaba pastoreando  su ganado. Está claro que en aquella época los príncipes no eran como los de hoy día y trabajaban de verdad.

Según la versión de Luciano de Samosata en su obra “Diálogos de los dioses” Zeus había dicho: “¡Hermes!, coge esa manzana de ahí y baja a Frigia, a casa del hijo de Príamo, el boyero que lleva a sus bueyes a pacer del Ida en el Gárgaro [cordillera del Ida cuya cumbre más alta es el monte Gárgaro], y dile: “Paris, Zeus te ordena, ya que eres guapo y entendido en las cosas del amor, que juzgues entre las diosas cuál es de ellas la más hermosa, y que la que venza coja la manzana como premio del combate”. Y ya es hora para vosotras, diosas, de ir junto al juez, porque yo me niego a hacer de árbitro ya que os amo igualmente y, si fuera posible, con placer os vería a todas victoriosas. Y es inevitable que, el que conceda el premio de la hermosura a una sea odiado por las otras. Por eso yo no os resulto un juez conveniente, pero este joven frigio al que os vais a dirigir, no sólo es de sangre real y pariente de Ganímedes, al que veis aquí, sino que además es simple en las otras cosas y un habitante de las montañas, y nadie podría considerarlo indigno de semejante espectáculo.


 “El juicio de Paris”, 1904, pintura de Enrique Simonet. A la derecha Paris con su rebaño y vestimenta de pastor nos indica su condición de príncipe por la corona vegetal. En el grupo de las tres diosas Venus está a la derecha, desnuda y con los brazos abiertos, y se identifica por el niño travieso a sus pies que es Eros. En el centro, vestida, Hera o Juno se identifica por su símbolo: el pavo real. A la izquierda, semidesnuda, Atenea.


Según una versión las tres diosas se desnudaron para que Paris pudiera admirar la perfección de sus formas anatómicas y diese el trofeo a la más hermosa. Otra versión, más mal pensada, dice que sólo se desnudó Afrodita y por eso ganó. 
Podemos observar que utilizar el desnudo femenino para ayudar a conseguir un objetivo, como hace actualmente el marketing comercial, es en realidad algo muy antiguo.

Por si este reclamo fallaba, las diosas recurrieron a otra artimaña: el soborno, algo que también sigue vigente hoy día. Hera le ofreció todo el poder del mundo con el título de emperador. Atenea intentó ganarse su veredicto ofreciéndole salir vencedor en todas las batallas en las que participase. Y Venus, finalmente, le ofreció como premio el amor de la mujer más bella del mundo.


“El juicio de Paris” de Rubens, 1639. Dimensiones: 199 × 379 cm. Museo del Prado.
En esta versión  Hermes o Mercurio sostiene la manzana de oro que recibirá la diosa más bella según Paris. Su condición de príncipe-pastor se muestra con el rebaño y las armas que separan los dos grupos. Para Venus (la diosa del centro) utilizó como modelo a Helena Fourment, su segunda esposa, que reflejaba su particular canon de belleza femenina, caracterizado por la adiposidad.  Carlos III incluyó esta obra en una lista de cuadros impúdicos y los mandó quemar. Afortunadamente lograron hacerle cambiar de opinión, pero puso como condición que se recluyesen en salas de acceso restringido de la Academia de San Fernando, sólo al alcance de los artistas.


Paris se encontró con un dilema. Las tres pretendientes desbordaban hermosura; no en vano eran diosas. Y los tres regalos eran igualmente tentadores…
Finalmente opinó que, aunque el poder omnímodo y la gloria militar eran muy apetecibles, él prefería el amor de una bella mujer. Por eso proclamó a Afrodita como la más hermosa por estar su cuerpo perfecta y simétricamente proporcionado. La manzana de oro, decidió, sería para ella.


Mosaico del siglo V encontrado en Sevilla  que representa el Juicio de Paris. Acepta la versión que Venus es la única que se desnuda



Grave error. La mujer más bella del mundo era Helena, esposa del rey Menelao de Esparta. Paris la raptó y eso fue el principio de su perdición y la de su pueblo. Para vengar la afrenta que le había infringido el príncipe troyano, Menelao convocó a todos los reyes aqueos y así se desencadenó la famosa guerra de Troya, que supuso la destrucción de la ciudad del príncipe-pastor. 

Las rencorosas Juno y Atenea no fueron ajenas a esta derrota, ya que siempre favorecieron a los aqueos. Venus, engreída, no hizo nada por los troyanos. En este caso las diosas se comportaron como los humanos ya que el odio y el rencor mueven a la acción más que la gratitud.


 El Juicio de Paris, por Sandro Botticeli, 1483. El autor sigue la teoría de que las tres diosas estaban vestidas. No hay atributos de las diosas por lo que sólo sabemos quién es Venus porque recibe la manzana.

La estatua de la Venus de Milo, es también una representación del Juicio de Paris, aunque con las peculiaridades propias de la escultura. Dado lo complejo, y sobre todo costoso, de esculpir un mínimo de cuatro figuras humanas, el autor se limitó a la diosa vencedora. Por tanto, refleja el momento en que Venus acaba de recibir la manzana. Se sujeta el vestido que cubre pubis y piernas por lo que se puede incluir en la categoría de “Venus púdica” (que cubre su pubis y a menudo también sus pechos).

La escultura se talló en mármol de la isla de Paros, donde había unas canteras que proporcionaban un material muy apreciado en la antigüedad clásica. Es de un color blanco muy puro y su grano muy fino permite grandes matices en el pulido, consiguiendo marcar de forma extraordinaria la rugosidad o la tersura de los objetos.

La Venus de Milo no procede de un único bloque sino de dos perfectamente ensamblados por la cadera. El brazo izquierdo y el pie también fueron tallados como piezas separadas y se fijaron con espigas. 


Detalle de la parte posterior que muestra  las marcas de rotura y del ensamblado de los dos bloques por la parte superior del vestido.
Vista posterior de la Venus de Milo. Se aprecia el deterioro causado por la erosión. En los cabellos se aprecian incisiones muy profundas para lo cual se recurrió al trépano. La zona oscura que provocan dichos orificios crea una sensación de gran volumen.


Primero el artista realizó un boceto en barro, del mismo tamaño que la escultura. A partir del boceto, con la máquina de sacar puntos, se marcaron en el bloque de mármol los elementos de la figura. 

A partir de los puntos se empezaba a eliminar lo accesorio para ir sacando poco a poco una tosca figura humana del bloque prismático de mármol.

Hoy día los escultores cuentan con variados aparatos eléctricos como amoladoras, taladros, lijadoras, pulidoras, etc., que facilitan enormemente su trabajo. Pero en la antigüedad todo se hacía manualmente y por tanto resultaba un trabajo duro y muy lento. Una estatua como la Venus de Milo debió requerir aproximadamente un año de trabajo en el taller con una jornada laboral que iba desde la salida hasta la puesta del sol.

Para trabajar el mármol el artista recurrió a instrumentos punzantes golpeados por un martillo o un mazo.  Con ellos iba quitando poco a poco el material hasta obtener la forma deseada. Debía tener sumo cuidado y dar golpes pequeños: si quitaba demasiado material, el daño era irreparable… 

Utilizó el puntero para el desbastado inicial, obteniendo una tosca figura. Luego con varias clases de cinceles de filo recto, de filo redondeado o dentado iba perfilando las formas primero y  conformando después las superficies. 
Herramientas actuales de un escultor: a la izquierda un puntero y después diversos cinceles modernos.
Grabado de “L'Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers” editada entre 1751 y 1772 bajo la dirección de Denis Diderot y Jean d’Alembert.
Arriba: a la izquierda el bloque de mármol y a la derecha el modelo en barro o yeso del que se sacan los puntos que se marcan en el mármol para ir desbastándolo hasta la profundidad necesaria. Punteros y cinceles sufrían un gran desgaste y por eso vemos a la derecha al encargado de afilarlos. 
Abajo: algunos de los instrumentos para trabajar el mármol.

Para alcanzar el acabado final utilizó primero limas y escofinas y después materiales abrasivos como la piedra pómez y la arena hasta obtener el tipo de superficie o pátina deseada. De esta manera pudo dar a la delicada piel de la diosa un acabado mucho más terso y pulido que el de los paños, adaptándose así a la textura real de dichos elementos. 
Ya hemos visto que el grano del mármol de Paros, muy fino, era el más adecuado para este proceso final de marcar las cualidades táctiles de los objetos. 



“El escultor”, 1936, cuadro del pintor Lino Enea Spilimbergo (1896-1964)


Finalmente os pongo estos versos que he redactado sobre la Venus de Milo. Me he centrado en el trabajo del artista tal como era en aquella época: duro, monótono y largo. Como recompensa el artista pide a la diosa que su nombre y su recuerdo como autor de tan hermosa escultura permanezca. Así compartiría algo de la inmortalidad de los dioses. Pero Venus no le hizo caso, algo muy propio de las divinidades, y ese nombre yace en el olvido.


Anónima Venus de Milo

Fuera, nieve en las cumbres.
Dentro, en el taller, 
el níveo bloque de mármol 
mañana y tarde sin parar, 
el artista, martillo, puntero y cincel,
se afana en desbastar.

Llegaron días mas largos, 
con flores y brotes renovados,
de primavera alegre y soleada
que no puede disfrutar. 
Martillo y cincel dentado,
del alba al ocaso,
golpe tras golpe sin parar.

Con las doradas mieses estivales
una tosca y rugosa figura 
del frío bloque ha surgido.
Con piedra pómez
pule y pule y pule sin hastío.

Llegaron las uvas otoñales. 
Fina arena pule y pule 
con renovado afán.
¡El mármol, carne humana pronto será!
¡En piel tersa y delicada 
la dura roca va a permutar!

Fuera, nieve de nuevo.
Dentro, fuego en el corazón.
El duro y monótono trabajo ha fructificado 
y en radiante Venus la roca ha transmutado.
El artista, rebosante de gozo,
tierna plegaria comienza a musitar:

“Oh Venus, diosa celestial,
con manto caído 
para que tu divina beldad 
puedan los viles mortales adorar.
Exhibes orgullosa la manzana
en juicio de Paris ganada 
sin inmutarte Troya malhadada.

Oh deidad de rostro imperturbable,
indiferente desde tu alto pedestal 
al afán y desvelo de este mortal.
Para ti la fortuna no es mudable.
Mi dolor, tu felicidad total,
mi vejez, tu juventud sin final,
yo muerto, tu inmortal,
ese es el destino fatal...

Mas, concédeme, oh Venus, 
que tu imagen siempre perdure 
y que mi nombre todos los siglos
recuerden con respeto
compartiendo así tu eternidad.”

La diosa, hermosa y orgullosa,
indiferente y celestial, 
su ruego no atendió.
El artista, en el polvo del olvido 
siglos ha está desvanecido.
Venus, impasible y altiva, 
vive indiferente su eternidad...


sábado, 7 de septiembre de 2013

"El surrealismo y el sueño" una exposición en el Museo Thyssen-Bornemisza


Fancisco Amillo.

Queridos amigos de Agorabén. Os brindo una excusa (si es que hace falta) para hacer una escapada a Madrid en este último trimestre del año. El motivo es la exposición titulada "El surrealismo y el sueño" que del 8 de octubre al 12 de enero tendrá lugar en el Museo Thyssen-Bornemisza.

La exposición promete ser muy interesante y si se combina con alguna ópera del Teatro Real o alguna zarzuela, el viaje puede resultar una experiencia fascinante.

Más información  y compra de entradas en:  http://www.museothyssen.org/thyssen/exposiciones_proximas/104

A continuación os transcribo un resumen del comentario publicado por LOGOPRESS.



En total se exponen 163 obras de distintos museos: Centre Pompidou (París), Tate Modern (Londres), Museum of Modern Art o el Metropolitan Museum (Nueva York), etc., además de obras de colecciones privadas cedidas para la ocasión.

Las obras son de artistas de primerísima línea como André Breton, Salvador Dalí, Paul Delvaux, Yves Tanguy, Joan Miró, René Magritte, Max Ernst, André Masson, Jean Arp, Man Ray, etc.

La exposición propone mostrarnos la visión que los artistas surrealistas tuvieron sobre el universo onírico.

René Magritte: "La Clef des champs", 1936. Óleo sobre lienzo. 80 x 60 cm. Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid


El Surrealismo fue un movimiento artístico cuya clave principal fue la visión de imágenes interiores procedentes de nuestro subconsciente, no reales, como procedentes de los sueños. Sus planteamientos han influido de manera decisiva en todo el arte posterior. La exposición pretende mostrar que esa huella tiene su raíz más profunda en la vinculación entre el sueño y la imagen.

La muestra recoge los diversos soportes utilizados: pintura, dibujo, obra gráfica, collage, esculturas, fotografía y cine. El surrealismo englobó a pintores, escultores, fotógrafos y cineastas que, en una época de grandes avances tecnológicos, fueron los primeros en adoptar la fusión de los géneros expresivos y una estética multimedia.

Resulta crucial el papel del cine: en la sala oscura se producía el encuentro con lo insólito, con lo maravilloso, sin que hubiera ninguna predeterminación, ni consciencia. Era el ámbito del sueño con los ojos abiertos, mirando la gran pantalla. En las salas de cine es “donde se celebra el único misterio absolutamente moderno” escribió André Breton.
Salvador Dalí: "Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes del despertar", 1944. Óleo sobre tabla. 51 x 41 cm. Museo Thyssen-Bornemisza.


En la exposición el cine está presente a través de 7 vídeo-instalaciones en las que se proyectan fragmentos escogidos de films como Un perro andaluz (1929), de Luis Buñuel y Salvador Dalí. La película rompe con el orden narrativo para desplegar un flujo de imágenes tan abierto como el del sueño.

La significativa presencia de artistas mujeres es otro de los aspectos importantes de la exposición ya que encontraron por primera vez, en el surrealismo, una posición protagonista. 
Hay obras de once mujeres: Claude Cahun, Kay Sage, Nadja, Toyen, Dora Maar, Leonor Fini, Remedios Varo, Dorothea Tanning, Ángeles Santos, Meret Oppenheim y Leonora Carrington. 


La otra mitad de la vida.
Para  los surrealistas el sueño deja de ser un vacío de la consciencia para ser entendido como la otra mitad de la vida. 
En este sentido Goya y su representación plástica del sueño como un ámbito de la realidad humana, sin las connotaciones sobrenaturales o míticas con las que había sido mostrado en el arte anterior, abre definitivamente la senda que abordarán un siglo después los surrealistas.

Joan Miró: "El pájaro relámpago cegado por el fuego de la luna", 1955. Óleo sobre cartón. 26 x 20 cm. Museo Thyssen-Bornemisza.


Del sueño al arte.
Desde el Surrealismo el Arte ya no tiene que limitarse a una mera reproducción de la realidad exterior. Eso fue un impulso para la transformación del arte moderno, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XIX con las vanguardias artísticas. 
Uno de los aspectos más decisivos de la contribución de los surrealistas es la valoración de la representación del universo onírico. Buscan un lugar en el que sueño y realidad se concilien y  transcriben los elementos del sueño a las obras plásticas.

El Surrealismo y el sueño se articulan en ocho capítulos que organizan temáticamente los materiales de la exposición:

1. Los que abrieron las vías (de los sueños);
2. Yo es otro (variaciones y metamorfosis de la identidad); 
3. La conversación infinita (el sueño es la superación de Babel: todas las lenguas hablan entre sí, todos los lenguajes son el mismo); 
4. Paisajes de una tierra distinta (un universo alternativo que, sin embargo, forma parte de lo existente); 
5. Turbaciones irresistibles (la pesadilla, la zozobra); 
6. Más allá del bien y del mal (un mundo donde no rigen ni la moral ni la razón); 
7. Donde todo es posible (la omnipotencia, todo es posible en el sueño); 
8. El agudo brillo del deseo (la pulsión de eros sin las censuras de la vida consciente).

La exposición contará con un ciclo de cine en el que se programarán aquellas películas con fragmentos proyectados en vídeo-instalaciones.