AGORABEN: Charla del 30-1-2013
Luis Cernuda o el morador de entresueños.
Por Esperanza Rodríguez
[El día 30 de enero tuvimos la habitual reunión de los miércoles. La profesora Esperanza Rodríguez, con su habitual pasión por la literatura, nos impartió la segunda parte de su charla sobre el gran poeta Cernuda. Lirismo, humanidad, sufrimiento... fueron muchos los sentimientos y las vivencias que suscitaron entre nosotros sus emocionadas palabras.
Como resumen de su charla nos ha enviado el texto siguiente. Y como hermoso colofón, un precioso poema de un alma atormentada... ]
Resulta conmovedor
contemplar las fotos de Luis Cernuda, pasar las páginas de La realidad y el deseo, tantas veces leídas y releídas, tan
prolijamente anotadas… Recordar fragmentos de sus prosas poéticas. Todo nos incita
a pensar en una vida de soledad, gastada en un duro combate entre una realidad
esquiva y el sueño acariciado que deviene, finalmente, en quimera: el desencanto de quien
ha entregado su vida al sueño de la poesía. Porque la poesía es el gran tema de
Luis Cernuda: su vida consagrada a esta extraña y extravagante épica de servir
a la señora y dueña de la palabra. Enamorado trovador. Figura trágica de un
inocente Marsias desafiando a Apolo. Fingidor de sí mismo, como escribiera
Pessoa, la poesía es para Cernuda el único espejo verdadero. Pone su dolor
enfrente, su materia de amor, y lo destila en versos de pura y alta
graduación.
Luis
Cernuda es el último gran romántico de la poesía española: fiel a la tradición,
exhibe su alma astillada y, al mismo tiempo, cuida el tono con un pudor
contenido que adensa la emoción poética.
Cernuda se quiso y se soñó a sí mismo romántico; y en torno a ese mito del
poeta concebido como un héroe, que cumple su destino dando voz a las bocas
mudas de los otros, construye también una leyenda. Una leyenda que, aun
atestiguando en sus últimos versos que era negra y que caía como sombra sobre
su persona, no es, sin embargo, y ya transcurridos casi cincuenta años de su
muerte, tan amarga: hoy leemos en Cernuda al gran poeta, y así lo reconocemos como
uno de los más grandes creadores en la poesía española del siglo XX. Pero
también extraemos en la lectura de su obra una lección vital: la defensa de la
dignidad del hombre en cualquier circunstancia. Y las suyas nunca fueron fáciles.
Morador de entresueños,
como se vio a sí mismo en un poema, le descubrimos al ir dibujándose en sus
versos. Dueño de una sensibilidad extrema y de una extraordinaria delicadeza
interior, que dulcifican siempre la amargura, su poesía es fiel reflejo de su
vida. Octavio Paz definió su obra poética como una autobiografía espiritual. No
encontraremos anécdotas en ella sino el decurso de una interioridad rica en
matices, habitada por escalas de luces y sombras y músicas que van de la
canción alada al seco y denso monólogo reflexivo. Una vida transformada en
poesía.
¿Quién dijo, pues,
difícil? Que fuera un hombre de carácter hosco. Difícil su vida, difícil
defenderla; tan frágil y movedizo su destino poético, al que entregó su deseo,
su sueño; la realidad clara e intangible le que no lograba alcanzar… Qué
extrañas sus fotografías, contempladas hoy: qué timidez alegre y esperanza en
las poses de joven que ingresa en la vida, qué fingidor de finuras, qué
excelente disfraz para llanto… Y qué bella la quimera en el rostro del hombre
envejecido, disuelto ya en el mundo: esa figura que arrastra ya con tanta
dignidad la corriente…
No sé, si como dice el verso el de
Mallarmé, la eternidad que desvela la muerte, le cambió, al fin, en sí mismo.
Pero sí es seguro que la poesía hizo al hombre.
LA GLORIA DEL POETA
Demonio hermano mío, mi semejante,
Te vi palidecer, colgado como la luna matinal,
Oculto en una nube por el cielo,
Entre las horribles montañas,
Una llama a guisa de flor tras la menuda oreja tentadora,
Blasfemando lleno de dicha ignorante,
Igual que un niño cuando entona su plegaria,
y burlándote cruelmente al contemplar mi cansancio de la
tierra.
Más no eres tú,
Amor mío hecho eternidad,
Quien deba reír de este sueño, de esta impotencia, de esta
caída,
Porque somos chispas de un mismo fuego
y un mismo soplo nos lanzó sobre las ondas tenebrosas
De una extraña creación, donde los hombres
Se acaban como un fósforo al trepar los fatigosos años de
[sus vidas.
Tu carne como la mía
Desea tras el agua y el sol el roce de la sombra;
Nuestra palabra anhela
El muchacho semejante a una rama florida
Que pliega la gracia de su aroma y color en el aire
cálido
de mayo;
Nuestros ojos el mar monótono y diverso,
Poblado por el grito de las aves grises en la tormenta,
Nuestra mano hermosos versos que arrojar al desdén de los
hombres.
Los hombres tú los conoces, hermano mío;
Mírales cómo enderezan su invisible corona
Mientras se borran en las sombras con sus mujeres al
brazo
Carga de suficiencia inconsciente,
Llevando a comedida distancia del pecho,
Como sacerdotes católicos la forma de su triste dios,
Los hijos conseguidos en unos minutos que se hurtaron al
sueño
Para dedicarlos a la cohabitación, en la densa tiniebla
conyugal
De sus cubiles, escalonados los unos sobre los otros.
Mírales perdidos en la naturaleza,
Cómo enferman entre los graciosos castaños o los
taciturnos
plátanos.
Cómo levantan con avaricia el mentón,
Sintiendo un miedo oscuro morderles los talones;
Mira cómo desertan de su trabajo el séptimo día
autorizado,
Mientras la caja, el mostrador, la clínica, el bufete, el
despacho oficial
Dejan pasar el aire con callado rumor por su ámbito
solitario.
Escúchales brotar interminables palabras
Aromatizadas de facilidad violenta,
Reclamando un abrigo para el niñito encadenado bajo el
sol
divino
O una bebida tibia, que resguarde aterciopeladamente.
El clima de sus fauces,
A quienes dañaría la excesiva frialdad del agua natural.
Oye sus marmóreos preceptos
Sobre lo útil, lo normal y lo hermoso;
Óyeles dictar la ley al mundo, acotar el amor, dar canon
a
la belleza inexpresable,
Mientras deleitan sus sentidos con altavoces delirantes;
Contempla sus extraños cerebros
Intentando levantar, hijo a hijo, un complicado edificio
de arena
Que negase con torva frente lívida la refulgente paz de
las estrellas.
Esos son, hermano mío,
Los seres con quienes mueren a solas,
Fantasmas que harán brotar un día
El solemne erudito, oráculo de estas palabras mías ante
alumnos extraños,
Obteniendo por ello renombre,
Más una pequeña casa de campo en la angustiosa sierra
inmediata a la capital;
En tanto tú, tras irisada niebla,
Acaricias los rizos de tu cabellera
Y contemplas con gesto distraído desde la altura
Esta sucia tierra donde el poeta se ahoga.
Sabes sin embargo que mi voz es la tuya,
Que mi amor es el tuyo;
Deja, oh, deja por una larga noche.
Resbalar tu cálido cuerpo oscuro,
Ligero como un látigo,
Bajo el mío, momia de hastío sepulta en anónima yacija,
y que tus besos, ese venero inagotable,
Viertan en mí la fiebre de una pasión a muerte entre los
dos;
Porque me cansa la vana tarea de las palabras,
Como al niño las dulces piedrecillas
Que arroja a un lago, para ver estremecerse su calma
Con el reflejo de una gran ala misteriosa.
Es hora ya, es más que tiempo
De que tus manos cedan a mi vida
El amargo puñal codiciado del poeta;
De que lo hundas, con sólo un golpe limpio,
En este pecho sonoro y vibrante, idéntico a un laúd,
Donde la muerte únicamente,
La muerte únicamente,
Puede hacer resonar la melodía prometida.
Podrás oir la voz de Cernuda aquí:
Podrás oir la voz de Cernuda aquí:
Es una pasada poder escuchar la voz de Cernuda sin salir de casa. ¡Qué posibilidades tiene internet! Gracias a Esperanza y a Paco por hacerlo posible
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