jueves, 29 de octubre de 2015

Selene, la Luna, diosa mitológica y objeto celeste de poderoso y fascinante influjo, inspiradora de poetas y artistas.


Francisco Amillo

El ser humano tiene la capacidad de valorar subjetivamente lo que observa. Por eso un mismo objeto o suceso puede despertar reacciones, emociones y sensaciones muy distintas. La Luna, el objeto celeste que me gustaría comentar hoy, es un buen ejemplo ya que se ha visto desde muy variados puntos de vista: religioso, mitológico, científico, romántico, artístico, etc.

Para mi generación la Luna ha constituido sobre todo un reto científico y tecnológico, algo que tiene muy poco que ver con la magia y el romanticismo que se le suele atribuir. Esta visión del astro nocturno empezó con la Guerra Fría cuando Kenedy, presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, se propuso poner un hombre en nuestro satélite. Era preciso desquitarse del gran triunfo de la Unión Soviética con su Sputnik, el primer satélite artificial. 
Astronautas norteamericanos pisaron la polvorienta superficie de la Luna y pudimos ver, atónitos, sus primeros pasos por ella por primera vez en la historia. También fuimos los primeros humanos en ver su cara oculta y en tener y analizar fragmentos de sus rocas, que se examinaron con detalle para conocer la estructura de ese cuerpo celeste. Con la ayuda del laser, invento norteamericano, pudimos conocer su distancia exacta de la Tierra. Al final se sabían tantas cosas sobre nuestro satélite que dejó de interesar a la opinión pública y su atención se volcó sobre Marte, el planeta rojo.  
Ese parece haber sido el sino de la Luna a lo largo de la Historia, centro de interés primero y desinterés después. 

 
La Luna emergiendo sobre la Serra Gelada de Benidorm, una visión contemporánea de muestro satélite. El romanticismo ancestral del astro nocturno en contraste con el Benidorm moderno y pragmático, pura actividad turística. Fotografía de José Ortiz Navarro publicada en el blog "En busca del rayo verde".



Fotografía de Luis Lahuerta en su blog "Luz Mediterránea". La Luna saliendo sobre la isla de l'Olla de Altea. Visión poética e intemporal del astro nocturno tal como han podido contemplarlo todas las generaciones que nos han precedido.

Nuestros remotos antepasados de la Prehistoria observaron la Luna y sus movimientos regulares atravesando cada noche la oscura bóveda celeste tachonada de brillantes estrellas. Un espectáculo tan soberbio que la divinizaron y utilizaron sus movimientos perfectamente regulares como calendario. Y es que cada una de las cuatro fases de la Luna dura siete días y medio y las cuatro juntas treinta días. Así surgieron nuestros conceptos de semana y mes. 


La regularidad de los movimientos de la Luna a lo largo del firmamento se aprovechó para crear los primeros calendarios que fueron lunares con meses de 30 días y cuatro semanas. 


En esa época prehistórica nuestros antepasados aún no conocían la escritura pero anotaron los movimientos de la luna grabándolos en la roca y ese conocimiento les permitía predecir sus eclipses, fenómeno que, en su opinión, presagiaba grandes calamidades.
Los prehistoriadores habían encontrado una serie de petroglifos, es decir grabados en la roca, que no supieron interpretar y creyeron que era una manifestación de arte abstracto. Posteriormente la arqueoastronomía demostró que las gentes de la Prehistoria europea habían hecho observaciones lunares durante grandes períodos de tiempo y que habían transmitido sus conocimientos de generación en generación. Para eso utilizaban sus petroglifos. 

 
Petroglifos con calendario lunar en la "Piedra de la Luna" que se halló en Knowth, Irlanda, y que data del 3.000 a.C.



Además, como la Luna regía el mundo durante la noche, fue divinizada y se le rendía culto como diosa de la fecundidad. Tenemos un ejemplo de ello en un abrigo rocoso de Cogul, Lérida, donde hacia el 5.000 a.C., unos anónimos artistas pintaron una danza ritual tan famosa que aparece en casi todos los manuales de Historia del Arte. Unas figuras de mujer, identificadas como tal por sus largas cabelleras, grandes pechos y faldas desde la cintura hasta debajo de las rodillas, bailan alrededor de un personaje masculino desnudo, que sólo lleva unos adornos en las rodillas. Su falo erecto indica que estamos ante una danza de la fertilidad, pero poco más podríamos decir. Afortunadamente tenemos el testimonio de Estrabón (64 a.C.-24 d.C.) que en su Geografía, al referirse a Iberia, describe una ceremonia similar a la de esta pintura, lo que demuestra la larga supervivencia de estos cultos. Nos explica que en esas ceremonias el hombre alrededor del cual danzaban las mujeres  realizaba el acto procreador con ellas en las noches de luna llena, relacionada con la fertilidad. Estas prácticas duraron en algunas regiones de España hasta el siglo XVII. Terminaron porque la Inquisición consideró estos ritos, denominados aquelarres, como acto de brujería y los persiguió con dureza.


En la "Roca dels Moros" en la localidad de El Cogul (Lleida) se encuentra esta danza fálica, una de las pinturas más destacados del arte rupestre levantino. El lugar fue sagrado en tiempos prehistóricos y continuó como tal en épocas ibérica y romana. Dibujo a partir de un calco del gran prehistoriador Henri Breuil.

 El descubrimiento de la agricultura llevó a sustituir el calendario lunar por el solar, mucho más complejo pero imprescindible para conocer el momento de las distintas tareas agrícolas. El Sol fue divinizado y se convirtió en el dios principal, otorgador de cosechas y por tanto de la supervivencia humana.
La Luna quedó en segundo lugar, pero siguió conservando su carácter de divinidad de la fecundidad. Si sigues leyendo este artículo tendrás ocasión de comprobar que ese fenómeno se ha repetido en culturas muy diferentes y en épocas muy distantes.

Y un dato curioso: aunque para nosotros, herederos de la cultura clásica, la Luna sea una divinidad femenina, en otras civilizaciones era un dios masculino.
En el antiguo Egipto Min era un dios lunar muy antiguo ya que su culto se remontaba a la época predinástica. Aunque inferior a Ra, el Sol, era una divinidad que seguía relacionada con el calendario y que aseguraba la fertilidad y la abundancia. 

 
En un templo de Karnak se conserva este bajorrelieve que representa a Min, dios lunar de la fertilidad, la vegetación y la lluvia. Representado con el falo erecto, alusivo a la fuerza generadora de la naturaleza.



En la antigua Mesopotamia es frecuente la aparición en diversos relieves de las tres divinidades más importantes de su panteón: el Sol, la Luna y Venus representados respectivamente por un disco, un creciente y una estrella. 
Entre los sumerios Nannar, llamado también Sin, era el dios masculino de la Luna y se le representaba como una media luna creciente. Antiquísimo dios protector de los pastores, durante la dominación de Ur (entre el 2600 y 2400 a. C.) fue el dios supremo, «padre de los dioses», «jefe de los dioses», «creador de todas las cosas». 
También era «sabiduría» porque en la astronomía mesopotámica la observación de las fases de la luna era muy importante a la hora de establecer horóscopos, actividad inventada por los sacerdotes. Posteriormente con los acadios la importancia del dios Sol lo redujo a un segundo lugar y finalmente su hija Ishtar heredaría su papel lunar entre los babilonios.




Mesopotamia: Impresión de un sello cilíndrico de hacia el 2100 a. C. El rey Ur-Nammu, otorga el cargo de gobernador a un personaje conducido por una diosa protectora mientras  Sin/Nanna, en forma de media luna, preside el acto.




Hacia 1350-1100 a.C.: estela de donación de terrenos. Arriba aparecen representados de izquierda a derecha los dioses Sol, Luna y Venus mediante sus símbolos para que el pueblo analfabeto los reconociese. Aparecen también seis constelaciones zodiacales: Tauro, Leo, Escorpio, Sagitario, Capricornio y Acuario. 


Estela cartaginesa con el símbolo de la diosa Tanit coronado por un creciente. Como en muchos otros pueblos era una deidad lunar cuyo culto iba asociado a la fecundidad.


En la mitología griega la diosa lunar era Selene y su equivalente romano fue Luna. Presidía la noche recorriendo el firmamento y en sus orígenes era también, como en muchas culturas, diosa de la fertilidad de la Naturaleza.  
Las noticias más antiguas sobre ella proceden de Hesíodo que en su "Teogonía" (371–4) narra cómo Hiperión, el titán guardián del Sol, desposó a su hermana Theia o Tea que le dio tres hijos, el Sol, la Luna y la Aurora: 
"Tea concibió del amor de Hiperión y dio a luz
al gran Helios y las brillantes Selene y Eos,
que traen la luz a todos los mortales de esta tierra
y a los inmortales dioses que gobiernan el ancho cielo"

Pero como en la mitología clásica es difícil que haya consenso sobre el origen de los dioses, hay otras versiones nos dicen que Selene era  hija del titán Palas  o de Helios.

Lo que sí está claro es que Helios recorría el firmamento durante el día guiando su carro tirado por blancos corceles. A continuación la Noche extendía su manto que cubría el firmamento y Selene hacía el mismo camino que su hermano en un carro tirado por caballos o bueyes blancos. 

 
En 1528 Giulio Romano pintó en la Stanza del Sole del Palazzo del Tè de Mantua una bóveda representando a Helios y a Selene recorriendo el firmamento sobre carros tirados por corceles blancos de acuerdo con las creencias clásicas. Podemos comprobar que utilizó un punto de vista muy poco habitual buscando sorprender y divertir al espectador ya que el palacio no estaba destinado a residencia sino a fiestas y recepciones oficiales.


Como divinidad de la noche Selene era la diosa de la fertilidad y del amor. Por eso se le atribuían numerosos amoríos. El Himno Homérico XXXII, dedicado a Selene, le atribuye amoríos con Zeus, con quien había tenido una hija, Pandia, que significa "toda brillo" o "brillante": “En el centro del mes, durante la noche, cuando tu inmenso orbe esta lleno, los cielos nos derraman vivas claridades; un signo memorable aparece a los humanos. Entonces Selene, enamorada, se unió a Zeus: de esta unión nació Pandia, bella entre todos los inmortales”. 
Pero otras fuentes afirman que el padre de Pandia había sido el dios Pan, quien en Arcadia le había obsequiado a Selene con una manada de bueyes blancos y por esa causa a veces son bueyes de ese color los que tiran de su carro por la noche. 

De todas formas la versión de sus amoríos que más se difundió fue su relación con un humano, el bello y joven Endimión, que según unas fuentes era rey y según otras pastor de Eolia. 
De acuerdo con el relato de Quinto de Esmirna en su "Caída de Troya" Endimión,  en las noches de verano se sentaba a la entrada de su cueva  y observaba el firmamento, sobre todo los desplazamientos de Selene. Se convirtió, según Plinio el Viejo, en el primer humano en observar los movimientos de la Luna lo cual resulta muy poético pero nada cierto. 
Siguiendo con el mito, Selene se sintió observada y captó la admiración de Endimión, lo que la halagó sobremanera. Así que una noche, cuando el joven dormía, bajó de su carro celeste, se acercó a él y al instante se sintió cautivada por su belleza. Repitió sus visitas todas las noches y el amor y la felicidad de ambos fueron inmensos. 

 

Detalle de un sarcófago romano en la que vemos que Selene se apea de su carro para ver a Endimión dormido. El manto que lleva Selene es uno de sus atributos y simboliza el manto de oscuridad que lleva la Noche.


En el siglo III a.C. Apolonio de Rodas en su obra "Argonautica" (4.54) describe  la fuerte pasión amorosa en la que ardía Selene. Ésta había visto que Medea abandonaba por la noche y con gran sigilo la casa de su padre para reunirse con Jasón y entonces "Selene, que comenzaba a elevarse sobre el horizonte, viendo la congoja que la agitaba [a Medea], quedó encantada y contenta y se dijo a sí misma: "Por tanto, no soy la única que se deja arrastrar por el amor, cuando visito la cueva del Monte Latino y ardo por el bello Endimión. Tu misma, ¡oh desvergonzada! que tan a menudo me has recordado mi ternura en cantos insidiosos a fin de poder en mi ausencia preparar a tus anchas tus encantamientos a favor de las tinieblas, tu experimentas en el presente una pasión similar..."

Según la "Biblioteca Mitológica" de Apolodoro (siglo II d.C), el amor de Selene por Endimión era tan grande que pidió a Zeus que otorgase algún favor especial a su amante. El padre de los dioses preguntó a Endimión qué don prefería y tras pensarlo detenidamente "pidió dormir eternamente conservándose siempre joven e inmortal". Así la inmortal Selene podría bajar todas las noches y ambos gozarían de su apasionado amor.
Este aspecto del sueño eterno de Endimión se repite con diversas variantes en otros autores clásicos, así que hay versiones para todos los gustos y yo he escogido la que me ha parecido más romántica. 

Siendo los dos inmortales y Selene diosa de la fertilidad sucedió lo que nos cuenta Pausanias, geógrafo griego del siglo II d.C.: ella y Endimión tuvieron cincuenta hijas, las cincuenta lunas que contaban los griegos para volver a celebrar los Juegos Olímpicos.

Pero tal como había pasado en Egipto y Mesopotamia, la importancia de Selene fue disminuyendo conforme avanzaba la civilización griega. El culto a Helios, su hermano, acabó eclipsándola. Cuando finalmente las fuerzas de la naturaleza y los astros divinizados se personificaron, Helios fue asimilado a Apolo que además de dios del Sol lo fue de la música y de la Belleza. Selene se personificó también como una joven de gran belleza y se le representaba con una luna creciente sobre su frente llevando una antorcha y cubriéndose con un manto. 

 

Estatua romana que representa a Selene-Luna. El manto y la antorcha aluden a su carácter nocturno mientras que la media luna sobre su cabeza es su símbolo identificativo.


Selene quedó limitada a su misión de guiar el carro de la Luna en su recorrido nocturno del firmamento. Su aspecto de diosa de la Naturaleza fue atribuido a Artemisa,  Diana para los romanos, hija de Zeus y hermana de Apolo.

 

El pintor neoclásico Anton Raphael Mengs (1728-1779) pintó este cuadro titulado "Artemisa como diosa de la noche", 1765. Óleo sobre lienzo 192 x 180 cm. Palacio de la Moncloa, Madrid. Se observa cómo Artemis desplazó a Selene como diosa de la noche.



Al igual que muchos pueblos antiguos, los griegos habían creado el mito como forma de explicar el mundo y el comportamiento de los humanos pero, a diferencia de los demás, no se detuvieron ahí. A partir del siglo V a.C. ya habían consolidado una nueva forma de conocer y explicar la naturaleza y el hombre: el "logos" o ciencia, que finalmente sería la triunfadora.

Mito y logos coexistieron durante mucho tiempo porque la fuerza emocional y la profunda descripción de las interioridades del ser humano que hay en los mitos clásicos nos han cautivado en todas las épocas. Por eso el mito de Selene aún perdura entre nosotros pues todavía hay quien cree en el poderoso influjo de la Luna. Así la madera cortada en la fase lunar adecuada no será atacada por la carcoma,  ciertos cultivos, hechos en determinada fase lunar, tienen garantizada una buena cosecha y durante siglos se creyó que había una relación directa entre los ciclos lunares y los de la fertilidad femenina.
Tal vez el caso más llamativo sea el de los enfermos “lunáticos”, caracterizados por sus ataques intermitentes de locura que coinciden a menudo con la luna llena. De ahí que en la antigua Grecia la epilepsia fuera considerada como una enfermedad provocada por la Luna y denominada "la enfermedad sagrada". Quinto Sereno atribuía el mal a un dios que actuaba a través de la Luna. El enfermo era intocable, pues el que lo intentara podía ser poseído  también por el espíritu maligno y contraer la enfermedad. 
Fue Hipócrates el que al utilizar el logos para explicar la enfermedad le atribuyó un origen natural. Selene seguía perdiendo importancia.

El logos también se aplicó a la Luna y se estudiaron racionalmente sus movimientos calculando matemáticamente su trayectoria, eclipses, etc., con lo que perdió su carácter divino. Quedó convertida en un cuerpo celeste que brillaba en el firmamento porque reflejaba la luz del sol. Era como una Tierra en pequeño y hasta tenía habitantes, los selenitas. Al menos así puede deducirse de los "Relatos Verídicos" título irónico de un libro de Luciano de Samósata, escritor del siglo II d.C. en el que describe un viaje a la luna  del que entresaco los párrafos siguientes (libro I, 11-25). Observad quien era el rey de los selenitas:  
"sobrevino de repente un tifón que hizo girar la nave y, elevándola por el aire unos trescientos estadios, no la dejó descender al mar, sino que, hallándose en las alturas, sopló viento sobre su velamen y la arrastraba a vela hinchada. 
Por siete días y otras tantas noches viajamos por el aire, y al octavo divisamos un gran país en el aire, como una isla, luminoso, redondo y resplandeciente de luz en abundancia. Nos dirigimos a él y, tras anclar, desembarcamos, y observando descubrimos que la región se hallaba habitada y cultivada. Durante el día nada divisábamos desde allí, pero al hacerse de noche empezaron a aparecérsenos muchas otras islas próximas —unas mayores, otras más pequeñas— de color semejante al del fuego. Vimos también otro país abajo, con ciudades, ríos, mares, bosques y montañas, y dedujimos que era la Tierra.

[...] "Dichos cabalgabuitres tienen como misión sobrevolar el país y conducir ante el rey a cualquier extranjero que encuentren; por ello, nos detuvieron y condujeron ante él. Éste, después de observarnos y deducirlo de nuestros vestidos, dijo: «Vosotros sois griegos, ¿verdad, extranjeros?» Al confirmárselo nosotros, preguntó: «¿Y cómo habéis llegado hasta aquí, tras atravesar un gran trecho por el aire?» Nosotros le explicamos todo. Entonces comenzó él a contarnos su propia historia: era también un ser humano, llamado Endimión, que había sido raptado de nuestro país mientras dormía y, una vez allí, llegó a ser rey del territorio. Decía que aquel país era la Luna que vemos desde abajo. Nos exhortó a confiar y no temer peligro alguno, ofreciéndonos cuanto necesitáramos."

[...] "el propio Endimión me rogó que permaneciera a su lado y participara en la colonización, prometiendo darme en matrimonio a su propio hijo, pues allí no hay mujeres; mas yo no acepté en modo alguno, y le rogué que me dejara descender al mar. Cuando comprendió que no lograría convencerme, nos dejó partir, tras hospedarnos siete días."

Selene había descendido de diosa a planeta al cual, en épocas posteriores, se hicieron otros viajes literarios destacando los de Cyrano de Bergerac y de H. G. Wells en los que se realiza una crítica social a partir de la descripción de los selenitas. Son relatos que tienen poco que ver con el que redactó Julio Verne, precursor de la ciencia-ficción, y esa visión científica es la que ha predominado hasta nuestros días.

Una visión científica que es simultánea a la visión subjetiva que se ha producido en el arte desde el siglo XIX. Comenzó con los poetas románticos que cantaban sus desdichas amorosas a la luz de la Luna y continuó con la proyección de obsesiones y angustias interiores como hicieron Van Gogh o Edvard Munch. 



Caspar David Friedrich: "Pareja mirando la Luna", 1835. Óleo sobre lienzo. Galería Nacional, Berlín. Autorretrato con su esposa. Visión romántica de la luna como acompañante y cómplice de los enamorados que sigue vigente en la actualidad.



Vincent van Gogh: "Noche estrellada", 1889. Óleo sobre lienzo 73,7 × 92,2 cm. Museo de Arte Moderno de Nueva York. Vista desde la ventana de su cuarto en el sanatorio de Saint-Rémy-de-Provence. Está pintado durante el día y por tanto responde a la visión imaginativa del artista que en el retorcimiento de los objetos muestra su espíritu atormentado. La luna, con un agresivo color amarillo cálido en contraste con su luz fría  habitual, es un foco de atención pero no de luz. Predomina el deseo de mostrar el mundo interior del pintor a través de una descripción distorsionada del exterior.



Edvard Munch: "Claro de luna", 1863. Óleo sobre lienzo 85,5 x 108 cm. Museum of fine Arts , Boston. Precursor del expresionismo, Munch reprodujo en sus obras los sentimientos y las tragedias humanas: soledad, angustia, muerte, erotismo... Los expresionistas no pintaban las cosas como las veían sino como las sentían. Por eso esta obra está cargada de simbolismo erótico: el reflejo de la luna sobre el agua es un símbolo fálico y los troncos son símbolos de lo masculino mientras que la orilla, de suaves curvaturas, simboliza lo femenino. La misma idea de falo reflejado en el agua se repite en su "Danza de la Vida", una de sus obras más conocidas. Es la expresión de las obsesiones del autor que tuvo una infancia y juventud difíciles, ya que su madre y su hermana murieron de tuberculosis cuando él era muy joven y su padre estaba dominado por obsesiones de tipo religioso. A los veintidós su primera experiencia sexual con una mujer casada le llenó de sentimiento de culpabilidad para toda su vida.  Adquirió una personalidad conflictiva y un tanto desequilibrada, que él consideraba la base de su genio.



El arte del siglo XX también ha reproducido la Luna, aunque al haber utilizado un lenguaje de tipo abstracto el resultado fue una visión mucho más fría, propia de nuestra época.

Wassily Kandinsky en “La gran puerta de Kiev” la reproduce como un objeto claramente identificado dentro de un conjunto predominantemente geométrico y abstracto, de formas y colores totalmente subjetivos. Es un boceto de los decorados para la escena 16 de la obra de de Modest Músorgski “Cuadros de una exposición”, que se estrenó en 1928. Pretendía que las imágenes abstractas complementaran las asonancias y discordancias de la música. Para él cada color estaba asociado a un sonido con lo que un cuadro no sólo se percibe con la vista sino también con el oído.



Vasily Kandisky: “La gran puerta de Kiev”, 1928. Acuarela y tinta china sobre papel 20,8 x 34,5 cm. Universidad de Colonia.

Joan Miró también representó la Luna en numerosas obras. Os pongo una que tiene un título muy original: “El pájaro relámpago cegado por el fuego de la luna”, de 1955. Formas lineales, manchas coloreadas de contornos muy precisos sobre un fondo plano de calidad nebulosa y gran luminosidad. Algunos críticos dicen que es una obra “con una musicalidad y un lirismo sorprendentes [...] el conjunto parezca flotar en un espacio etéreo.”  ¿Es esa tu opinión? 



Joan Miró: “El pájaro relámpago cegado por el fuego de la luna”, 1955. Óleo sobre cartón 26 x 20 cm.


Y para finalizar con estas diferentes visiones contemporáneas de la luna, un fotograma de "Viaje a la Luna" de Georges Méliès que añade un aspecto nuevo: el cómico. Película muda y en blanco y negro que utiliza el relato de Verne en su primera parte y el de Wells en la segunda. Esta famosa secuencia sirve para enlazar esas dos partes tan dispares.


Un clásico de los orígenes del cine: "Le Voyage dans la Lune", año 1902. 

Creo que ha quedado clara mi primera afirmación: a lo largo de la Historia los humanos hemos mirado la Luna de formas muy diferentes y ha suscitado en nosotros sensaciones y sentimientos muy diversos, dispares. Y finalizo con una cita de Shakespeare que lo refuerza: Romeo y Julieta tienen dos visiones muy distintas de nuestro satélite: 
"Romeo.- Señora, juro por esa luna bendita, que corona de plata las copas de estos árboles frutales...
Julieta.- ¡Oh! No jures por la luna, por la inconstante luna, que cada mes cambia al girar en su órbita, no sea que tu amor resulte tan variable.(William Shakespeare: "Romeo y Julieta", escena II)



miércoles, 14 de octubre de 2015

El mito de Orfeo y Eurídice y su viaje al Hades, un homenaje al embeleso de la música y a la fuerza del amor más allá de la muerte.



Francisco Amillo


En la mitología clásica encontramos el singular personaje de Orfeo que durante siglos se ha convertido en el prototipo de la fuerza del amor, de la tragedia de su pérdida y de la belleza y del poder de la música. Acompañado por su lira, el dulce y poético canto de Orfeo embelesaba y conmovía por igual a dioses y humanos y también a animales, plantas e incluso seres inanimados. Nada ni nadie quedaba inmune ante el embrujo de sus inefables melodías. "La música amansa las fieras".


Orfeo canta en los montes y todos los animales, domésticos y salvajes, le escuchan embelesados. Mosaico romano del Museo Arqueológico de Palermo

La influencia de este mito en el pasado y en el presente ha sido inmensa. Aunque uno de sus aspectos más destacados ha sido su viaje al reino de los muertos, denominado  Hades, Orco, inframundo o los infiernos, su fuerza va mucho más allá. En la antigua Grecia en torno a Orfeo surgió una tradición religiosa denominada orfismo que produjo una abundante literatura. 
En Europa, desde el Renacimiento hasta nuestros días, la influencia de este mito ha permitido su plasmación en obras literarias, esculturas y numerosísimas pinturas. Incluso ha tenido su versión cinematográfica con el famoso "Orfeo Negro" de Marcel Camus. 

Pero tal vez su mayor influencia en nuestra actual cultura radique en su asociación con los orígenes de la ópera. Este mito dio pie a que en Florencia, en el año 1600, se estrenase "Eurídice" con música de Jacopo Peri y libreto de Ottavio Rinuccini para conmemorar el matrimonio de María de Medici con Enrique IV de Francia. 
Poco después, en 1607, se estrenaba en Mantua "La fábula de Orfeo" con música de Claudio Monteverdi y libreto de Alessandro Striggio el Joven. Se considera que ya es una ópera porque incrementó la orquestación con cuarenta instrumentos con lo que, a diferencia de la anterior, daba más importancia a la parte musical que a la literaria. 
En el siglo siguiente se estrenó en Viena, en 1762, "Orfeo y Eurídice" obra del compositor alemán Christoph Willibald von Gluck, autor de numerosas obras de tema mitológico. En ésta la música de la obertura es ya  un resumen de toda la obra e introdujo danzas y coros, con lo que el género operístico quedaba consolidado y con su configuración actual.



Portada del libreto de "Orfeo y Eurídice" de Gluck, el reformador de la ópera. Ésta fue una de las primeras de su reforma". Hasta entonces el género era melodramática y musicalmente complicado, lleno de arias largas y excesivamente virtuosas. Para dar importancia a la historia utilizó el mito de Orfeo y Eurídice eliminando los argumentos secundarios, utilizando canciones más cortas e introduciendo el ballet para darle más dinamismo. Al centrarse en el viaje de Orfeo el dramatismo se acrecentó notablemente.

El mito de Orfeo, según los expertos, surgió en Grecia cuando ya su civilización estaba bien formada, allá por el siglo VI a.C. No aparece en los escritos, bastante más antiguos, de Homero o de Hesíodo y fue en la época de Alejandro Magno cuando se desarrolló como tema literario. Los romanos Virgilio y Ovidio nos dieron su versión en hermosos versos latinos a finales del siglo I a.C. y ellos constituyen la principal fuente de inspiración de este trabajo. 
Este mito, genuinamente clásico, nos presenta a Orfeo como uno de los más consumados artistas, autor de poéticos versos y dulces melodías que cantaba acompañándose con su lira. Plutarco en el siglo I de nuestra era escribió en su tratado "Sobre la música": "Orfeo está claro que no imitó a nadie, porque antes de él no había nada, salvo las melodías del aulós [flauta doble]". 
Además entendía de instrumentos musicales ya que inventó la cítara y añadió dos cuerdas más a la lira, que pasaron de siete a nueve en honor de las nueve musas, una de las cuales fue su madre. 



Sebastian Vrancx: "Orfeo y las bestias", 1595. Óleo sobre tela 55 x 69 cm. Galleria Borghese, Roma. El tema de Orfeo como pretexto para representar  un paisaje con animales que en aquella época resultaban exóticos.

A través de la literatura órfica podemos comprobar la importancia que se atribuía a Orfeo en la vida religiosa griega ya que se le consideró augur, profeta, astrólogo y el creador de los ritos místéricos de Dionisos, instituyendo sus rituales de iniciación y purificación. También fomentó el culto a Apolo, dios de la música. 
Se dice que visitó Egipto y que allí se familiarizó con la doctrina de una vida futura con premios y castigos en el Más Allá, base de los cultos de los misterios que tanto proliferaron en el mundo clásico.
Pero no acaba todo ahí: según la tradición difundida por Píndaro, en el siglo VI a.C,  fue uno de los aventureros que participó en la expedición de los Argonautas en busca del vellocino de oro y se le atribuía el haber enseñado a la humanidad la medicina, la escritura y la agricultura.



Nicolas Poussin: "Paisaje con Orfeo y Eurídice", 1650-1653. Óleo sobre tela 149 × 225 cm. Louvre. Orfeo canta y no se da cuenta de que Eurídice, arrodillada en el centro, ha sido mordida por una serpiente que se aleja por la izquierda. Como es frecuente en el Barroco, el paisaje tiene mayor protagonismo que la acción.

Si la tradición clásica es unánime a la hora de contarnos este abultado e insólito "curriculum vitae", tan lleno de grandes cualidades, la cosa cambia cuando intenta explicarnos su nacimiento y genealogía. Una tradición muy difundida decía que era hijo de Eagro, rey de Tracia. El problema viene con su madre ya que según unos relatos era Calíope, musa de la Poesía Épica y de la elocuencia y según otras versiones fue Clío, musa de la Historia y la Poesía Heroica. 
Para mayor confusión en el siglo II d.C. la "Biblioteca mitológica", atribuida a Pseudo-Apolodoro, nos dice que el padre no era Eagro, sino Apolo el dios de la música, arte que  Orfeo habría aprendido con él. 
Y para continuar con el embrollo otros autores afirman que fueron amantes y que Apolo le entregó su propia lira, fabricada por Hermes con el caparazón de una tortuga, como un presente de amor.

Difícil empresa la de poner orden en este caos de informaciones contradictorias, así que dejaré de lado ese tema. Lo que hoy me interesa resaltar de Orfeo es su historia de amor con Eurídice que es la que más proyección ha tenido en la Literatura y el Arte de Occidente. Seguiré los relatos que nos ofrecen Virgilio al final de su libro IV de "Las Geórgicas" y el gran poeta latino Ovidio en su obra "Las metamorfosis", libro X, 1-85 y libro XI 1-84.



Antonio Canova: "Eurídice", 1776. Mármol de 203 cm. alto. Museo Correr, Venecia. Los diferentes acabados del mármol permiten marcar las diferentes texturas de los objetos: la suavidad de la piel, la rugosidad de la roca y el retorcimiento del humo del Hades que la atrapa.

Eurídice era una ninfa que vivía en Tracia, al igual que Orfeo. Era una "auloníade", es decir que vivía en las zonas de pastos de las montañas y los valles y acompañaba a Pan, dios de los pastores y los rebaños. 
Los relatos mitológicos pasan unánimemente por alto cómo se conocieron Orfeo y Eurídice. Empiezan su historia con la pareja recién casada y subrayan su gran amor y profunda felicidad. 
Pero también nos presentan la catástrofe que viene de improviso: Eurídice muere a causa de la picadura de una víbora oculta entre la hierba a la que pisa inadvertidamente. Según Virgilio el infausto suceso ocurrió cuando la joven esposa escapaba del acoso del pastor y apicultor Aristeo: "Cuando la desdichada joven [...] huía precipitadamente por las márgenes de los ríos, no vio entre la alta hierba, a sus pies, la hidra horrible que guardaba aquellas riberas.



Nicolo dell'Abbate: "Orfeo y Eurídice", hacia 1552. Óleo sobre tela 188 x 237 cm. National Gallery, Londres. Este pintor manierista sigue el relato de Virgilio en el libro IV de las Georgicas dedicado a la apicultura. Eurídice huía del acoso del apicultor Aristeo cuando le mordió la serpiente, escena que se presenta en el centro del cuadro. A la derecha Eurídice yace muerta sobre su manto azul y más a la derecha la personificación de un río. La acción tiene lugar en un paisaje que mezcla lo real y lo imaginario y la acción se desarrolla de izquierda a derecha.


Años más tarde Ovidio da otra versión: el fatal desenlace se produjo el mismo día de la boda. Empieza indicando que Himeneo, dios del matrimonio, no pronunció sus palabras habituales y con su triste semblante vaticinaba una tragedia; hasta su antorcha, que presidía las ceremonias nupciales, soltaba un humo lacrimoso... "El resultado, más grave que su auspicio. Pues por las hierbas, mientras la nueva novia, cortejada por la multitud de las náyades, deambula,  muere al recibir en el tobillo el diente de una serpiente."

Ya he indicado que este mito trágico inspiró varias óperas. De la primera, "Eurídice", entresaco unos versos en los que podemos comprobar que se sigue la versión de Ovidio. Es el momento en que Dafne informa a Orfeo cómo Eurídice y las ninfas se habían retirado a la sombra de un bosque para cantar y bailar en ese día de la boda y sufrió la picadura fatal:


"Por aquel lindo bosquecillo,

donde riega las flores la fuente del laurel,
tenía dulce alegría,
junto a sus compañeras, la bella esposa.
Violetas y rosas para ornar el cabello
tomaban del prado
y descansando sobre las floridas orillas
felices cantaban al murmullo del agua.
Pero la bella Eurídice movía, danzando,
el pie sobre el verde prado,
cuando, ¡ay! ¡maldita suerte acerba!
una sierpe cruda y despiadada,
que escondida yacía entre las flores,
le hirió el pie con tan maligno diente
que empalideció de repente como 
rayo de sol al que obscurece una nube.
Desde el profundo corazón,
exhaló un suspiro mortal,
tan espantoso, ¡ay de mí! que,
como si tuvieran alas,
acudieron en su ayuda todas las ninfas
y ella inerme se dejó caer en sus brazos.
Se extendía por el bello rostro 
un sudor más frío que el mismo hielo.
Después pronunció tu nombre
entre los labios fríos y temblorosos
y, vueltos los ojos hacia el cielo,
descolorido el bello rostro,
quedó tanta belleza cual inmóvil hielo."

Orfeo quedó roto de dolor. Se pasaba los días y las noches, del alba al ocaso, sentado en la arena. Y cantaba y de su cítara y su voz emergía una continua y triste elegía. Según Virgilio: "consolando con la cítara su amorosa pena, a ti, sólo a ti, dulce esposa, cantaba en la solitaria playa al rayar el día, al caer la noche".


Alexandre Séon: "Lamentación de Orfeo",  hacia 1896. Musée d'Orsay,  París. Tras haber perdido a Eurídice Orfeo permaneció junto a la entrada al Hades lamentando su triste destino. Contrasta el excelente modelado del cuerpo de Orfeo y su manto azul con el paisaje sin sombras ni volumen, indicando con sus colores planos la desolación del poeta.

Al cabo de unos días decidió dejar de lamentarse y pasar a la acción. Iba a intentar lo imposible. Iría al reino de Hades, a las profundidades de la Tierra, a la morada de los muertos de la que nadie regresa jamás. Allí estaba Cerbero, el terrible perro de tres cabezas que lo impedía. Pero Eurídice sí regresaría. Contaba con la fuerza de su amor, la persuasión de sus siempre inspirados versos y la dulce y embriagadora melodía de su lira. ¡Eurídice regresaría!

Así que se dirigió hasta el cabo de Ténaro, donde los antiguos griegos situaban una de las entradas al inframundo y por su puerta llegó a la laguna Estigia, paso obligado para llegar al Hades. "Así llegó hasta las gargantas del Ténaro y las profundas bocas de Dite, y penetró hasta los negros y pavorosos bosques donde están los manes [antepasados] y el tremendo rey, y aquellos corazones que no saben ablandarse con humanos ruegos", nos narra Virgilio. 


Ni Virgilio ni Ovidio indican cómo atravesó la laguna Estigia pero se supone que convenció con sus cantos al barquero Caronte. Ya dentro del inframundo se dirigió directamente a los tronos de Hades y Perséfone que reinaban en él. Y según nos narran los versos de Ovidio les dedicó un inspiradísimo poema. "Oh divinidades del mundo puesto bajo el cosmos,  al que caeremos cuantos mortales somos creados".  Su hermoso canto explicaba que no había descendido a ese reino subterráneo para visitarlo  ni para encadenar a Medusa que lleva sierpes por cabellos. Había venido por su esposa, muerta por la picadura de la serpiente. Había intentado soportar el dolor de su muerte pero le había vencido Amor, un dios poderoso en el mundo superior y también en el inframundo ya que Hades había raptado por su causa a Proserpina: "y si no es mentira la fama de tu antiguo rapto, a vosotros también os unió Amor. Por estos lugares llenos de temor,  por el Caos este ingente y los silencios del vasto reino, yo  os imploro, de Eurídice detened sus apresurados hados.

El poema continuaba indicando que sólo buscaba demorar unos años su estancia en el Hades porque al final los humanos "aquí nos encaminamos todos, esta es la casa última y vosotros  los más largos reinados poseéis del género humano.
Y finalizaba diciendo que si no accedían a su petición él se quedaría en el Hades a pesar de estar vivo: "De la muerte de los dos gozaos".

El canto de Orfeo impactó profundamente a los habitantes de ese reino de oscuridad, silencio y tortura.  Fue tan dulce que todas las almas del Hades, siempre insensibles, lloraban ahora presas de emoción. Sus enternecedores sones llegaron hasta el Tártaro, la parte más profunda del inframundo, donde estaban los grandes suplicios. Allí Tántalo se olvidó por unos instantes del hambre y la sed que le atenazaban, las aves que eternamente desgarraban el hígado de Ixíon se detuvieron embelesadas y Sísifo cesó de subir su piedra. Hasta los ojos de las implacables Furias se llenaron de lágrimas, vencidas por primera vez en su existencia por esa canción. 

Tampoco Hades y su regia esposa Proserpina pudieron sustraerse al hechizo de tan maravillosa, nueva y tierna melodía. Así que llamaron a Proserpina, que acudió con paso vacilante a causa de su pie envenenado y autorizaron a la pareja a que abandonase el inframundo. Con una condición: Eurídice caminaría detrás y Orfeo no podría volverse a mirarla mientras no hubiesen llegado al mundo exterior. 

Giulio Romano pintó esta tabla para el Palacio de Te de Mantua. Hades y Proserpina, reyes del Hades,  acompañados de  Medusa, Cancerbero y Caronte han quedado embelesados por el canto de Orfeo y deciden acceder a su petición de liberar a Eurídice.

Felices, los jóvenes esposos emprendieron el camino de regreso a su hogar "cuesta arriba por los mudos silencios de un sendero arduo, oscuro, de bruma opaca denso" según Ovidio.

Jean-Baptiste Camille Corot: "Orfeo llevándose a Eurídice de los infiernos", 1861. Corot fue un paisajista francés del siglo XIX que expresó admirablemente la atmósfera nebinosa en la que se mueven los personajes del Hades. Aunque era un reino subterráneo los clásicos lo imaginaban así, como un bosque umbrío dominado por la niebla.

Ya estaban a punto de atravesar los confines del Hades. Orfeo, delante, no oía los pasos de Eurídice y de repente se asustó: ¿Y si Eurídice no me sigue? Se volvió precipitadamente, la vio y se tranquilizó. Pero había incumplido la condición del dios del inframundo y vio horrorizado cómo el cuerpo de su amada empezaba a desvanecerse. 
Virgilio describe así esos instantes: "Con esto fueron perdidos todos sus afanes y quedaron rotos los tratos del cruel tirano. Tres veces retumbaron con fragor los lagos del averno. Y ella: "¿Qué delirio, Orfeo mío—exclamó—; qué delirio me ha perdido, infeliz, y te ha perdido a ti? Ya por segunda vez me arrastran al abismo los crueles hados; ya el sueño de la muerte cubre mis llorosos ojos. ¡Adiós, adiós!, las profundas tinieblas que me rodean me arrastran consigo, mientras que, ya no tuya, ¡ay!, tiendo en vano hacia ti las débiles palmas." Dijo, y de pronto, cual leve humo impulsado por las auras, se desvaneció ante los ojos de su amante, que en vano pugnaba por asir la sombra fugitiva y decirle mil y mil cosas; no la volvió más a ver, ni el barquero del Orco consintió que otra vez pasase el mancebo a la opuesta laguna."

Ovidio por su parte describe así ese momento final: "Y ya por segunda vez muriendo no tubo, de su esposo, de qué quejarse, pues ¿de qué se quejaría sino de haber sido amada? Y su supremo adiós le dijo, que él ya apenas oyó, y se rodó de nuevo al abismo.




Giovanni Antonio Burrini: "Orfeo y Eurídice", 1697. Kunsthistorisches Museum, Viena. Cuando Orfeo mira a Eurídice, ésta empieza a desvanecerse y muere por segunda vez. Obra típicamente barroca con composición diagonal de las figuras que imprime fuerte dinamismo y con contrastes lumínicos muy acusados.

Orfeo había intentado forzar el destino o hado valiéndose de la seducción de su música. Pero cuando nació Eurídice las Parcas ya  habían hilado su destino y en él estaba bordado que moriría como joven recién desposada. Y el hado se cumplía siempre. Por mucho que se afanasen los humanos en cambiarlo, sus esfuerzos eran siempre vanos. El destino, esa fuerza desconocida e imprevisible que obra irresistiblemente sobre los dioses, los hombres y los sucesos, devolvió Eurídice al mundo subterráneo...
Según Ovidio Orfeo estuvo siete días sentado y aturdido en la puerta del Hades. Por más que lo intentó no pudo regresar a él para encontrarse con su amada porque Caronte siempre se lo impidió: "Implorante, y queriendo en vano otra vez volver, el barquero le vetó. Siete días él, sucio en esa ribera, sin la ofrenda de Ceres estuvo sentado. El pesar, el dolor del alma y las lágrimas sus únicos alimentos fueron". 

Virgilio, en su relato, amplía los siete días a siete meses: "Es fama que siete meses enteros pasó él llorando bajo una altísima peña a la margen del solitario Estrimón, y repitiendo sus desventuras en aquellas heladas cavernas, amansando a los tigres y arrastrando tras sí las selvas con sus cantos."


Finalmente, después de haberse lamentado de la crueldad de Érebo, el dios de la oscuridad del inframundo, y con el alma sumida en negros dolores y remordimientos, volvió a su tierra natal, la antigua Tracia y actual Bulgaria, en su zona más agreste y montañosa: la cordillera de Ródope y el monte Hemo, siempre azotado por fríos vientos. 

Allí permaneció tres años evitando el contacto con las mujeres. Y no le resultó fácil porque su música seguía siendo igualmente dulce pero impregnada de tal tristeza que conmovía hasta el más duro de los corazones. Las ninfas se inflamaban en deseos de consolarlo con caricias y besos y despertar en él un amor como el que había sentido por Eurídice. Pero fueron afanes vanos. Los remordimientos rebosaban el corazón de Orfeo y no había mujer, ninfa o diosa que pudiese ocuparlo. Según Ovidio "de muchas  se había apoderado el ardor de unirse al vate: muchas se dolían de su rechazo."

A continuación añade estos versos: "Él también, para los pueblos de los tracios, fue el autor de transferir  el amor hacia los tiernos varones, y más acá de la juventud  de su edad, la breve primavera cortar y sus primeras flores."
Es  decir que, según Ovidio, existía en Tracia la creencia de que Orfeo había inventado la pederastia, esa peculiar relación entre un joven adolescente, el "erómenos", y un adulto, el "erastés". Sin embargo era una tradición mucho más antigua, ya citada en Homero y por tanto anterior al mito de Orfeo. Los griegos la consideraban una forma de iniciación al mundo adulto y por tanto de educación y formación moral. Era un elemento esencial de su cultura pero es importante señalar que el "erómenos" debía ser un adolescente de quince a dieciocho años, no un niño o un adulto y traspasar esos límites cronológicos estaba muy mal visto. Por tanto el concepto clásico de pederastia no se corresponde con el actual.

El final de este mito es trágico. Orfeo, retirado en sus helados montes tracios, tan fríos como ahora su corazón, seguía cantando y tocando la lira tan dulcemente que hasta los árboles se conmovían, se cambiaban de sitio para escucharle y lloraban de pena. Estaba siempre acompañado de los animales silvestres, que le seguían embelesados por su música.


Un día se topó en aquellas soledades con las danzantes Ménades, también llamadas Bacantes. Estas seguidoras de Baco añadieron al frenesí del vino la dulce embriaguez de los cánticos de Orfeo  y se sintieron irresistiblemente atraídas por el doliente poeta. Según su costumbre no atendió a sus requerimientos. En su frenesí tomaron como una afrenta insoportable ese rechazo y ejecutaron una cruel venganza. Situadas en lo alto de una colina lo apedrearon hasta la muerte y mataron también a los animales salvajes que le acompañaban, aún bajo los efectos de la tranquilizadora música. Sus gritos báquicos, más bien aullidos de lobas rabiosas, habían ahogado los cantos del poeta y libres de su hechizo, se entregaron a su cruel venganza.
Así lo narra Ovidio: "los báquicos aullidos ahogaron la cítara con su sonar: entonces finalmente las piedras enrojecieron con la sangre  del no oído vate y primero, atónitos todavía por la voz del cantor, los innumerables pájaros y serpientes y el tropel de fieras, las Ménades a título del triunfo de Orfeo, destrozaron."



Alberto Durero: "La muerte de Orfeo", 1494. Litografía. Las ménades le golpean hasta la muerte.

No contentas con eso, despedazaron su cadáver como despedazaban los cabritos durante sus ceremonias orgiásticas. Luego esparcieron los fragmentos de su cuerpo por los montes. Su cabeza y su lira fueron arrojadas al río Hebro, actualmente denominado Maritsa. 
Enamorado hasta su último instante, nos dice Virgilio, Orfeo exhaló su último suspiro repitiendo el nombre de Eurídice: "y mientras el Hebro eagrio arrastraba entre sus ondas su cabeza, arrancada del alabastrino cuello, todavía su voz, todavía su helada lengua iba clamando con desfallecido aliento: ¡Oh Eurídice, oh mísera Eurídice!, y ¡Eurídice, Eurídice! repetían en toda su extensión las márgenes del río."

Jean Delville: "Orfeo", 1893. Las ménades descuartizaron el cadáver de Orfeo y arrojaron su lira y su cabeza al río Hebro. Mientras era arrastrada por la corriente no dejaba de repetir el nombre de Eurídice. Llegó al mar y una serpiente intentó devorarla pero Apolo la petrificó.

¿Una tragedia? Para Orfeo no. Muerto pudo entrar en el Hades y su alma se encontró con la de Eurídice y allí están unidos para toda la eternidad y Orfeo puede mirarla sin temor a perderla: "Su sombra [...] encuentra a Eurídice y entre sus deseosos brazos la estrecha. Aquí ya pasean, conjuntados sus pasos, ambos, ora a la que le precede él sigue, ora va delante anticipado, y a la Eurídide suya, ya en seguro, se vuelve para mirarla Orfeo.