miércoles, 30 de julio de 2014

El relato mitológico del cíclope Polifemo, la ninfa Galatea y el pastor Acis: una historia de hermosos poemas, tristes melodías y amores frustrados.



Algunos amigos de AGORABEN me han animado a continuar escribiendo sobre personajes de la mitología clásica. Y aquí me tenéis de nuevo, comentando esta vez el mito de Polifemo y Galatea. Se trata de un relato que ejerció un gran influjo en el mundo clásico y también en la cultura europea. Lo encontraremos en la literatura, la música (Hendel compuso una ópera) y por supuesto el arte con numerosos cuadros y esculturas de los que veremos algunos ejemplos.




En la mitología griega la figura del gigante y cíclope Polifemo se conocía desde los primeros siglos de su historia. Tenemos su descripción en Homero (siglo VIII a.C.) y en Hesíodo (hacia el siglo VII a.C.) 
Según Hesíodo en su "Teogonía" (vv. 139-146) los cíclopes eran tres hijos de Urano y Gea (Brontes, Estéropes y Arges) que personificaban tres fenómenos naturales: el trueno, el relámpago y el rayo. Encerrados por su padre en el Tártaro fueron liberados por Zeus y como muestra de gratitud le regalaron el rayo y el trueno.
La descripción de Polifemo que hace Homero en la Odisea (canto IX) es muy diferente pero ha sido el relato más popular y difundido. Sólo coincide con el anterior en el aspecto físico del protagonista: era un cíclope gigante. Todo lo demás es muy distinto: cambia su nombre, fue el más importante de los cíclopes y despreciaba a Zeus. 



Ulises cegando a Polifemo. Grupo escultórico hallado en 1957 en una villa que el emperador Tiberio (14 al 37 d.C.) construyó en Sperlonga junto al mar. Tenía una gruta, utilizada para comer en verano, en la que estaba este grupo que representa el famoso pasaje de la Odisea. Se ha atribuido su autoría a los escultores rodios Agesandro, Atenodoro y Polidoro que, según Plinio el viejo, son los mismos autores del famoso grupo de Laocoonte y sus hijos. Su estilo dinámico y su tremenda musculatura permiten atribuirlo al período helenístico, hacia el 180 a.C.


Homero nos lo describe como hijo de Poseidón. Era un gigante de aspecto horrible a causa de tener un único ojo redondo, que ese es el significado de Cíclope. Además de su aspecto físico eran también horribles sus costumbres y su moralidad: era cruel, avariento, comía carne cruda, se emborrachaba, despreciaba el deber de la hospitalidad y se comía a los humanos que pasaban junto a su cueva de Sicilia, en las laderas del Etna, donde vivía pastoreando sus ovejas, vestido de pieles y con un gigantesco cayado...

Galatea, cuyo nombre significa "blanca como la leche", era una hermosa ninfa. Su padre Nereo había tenido cincuenta hijas, las nereidas. Vivían en el fondo del Mediterráneo pero solían salir a la superficie para ayudar a marineros en dificultades. Cantaban con voz melodiosa y bailaban alrededor de su padre. Se las representa como bellísimas muchachas que formaban parte del séquito de Poseidón. Los griegos las adoraban en altares situados en playas y acantilados, donde les ofrendaban leche, aceite y miel. 



El pintor simbolista francés Gaston Bussière (1862-1928) pintó en 1902 este cuadro titulado "Las nereidas". Con aspecto totalmente humano (a veces se las representa como sirenas) estas bellísimas divinidades vivían en las profundidades del mar aunque podían salir  a la superficie a ayudar a los humanos.

Aparecen pronto en la mitología. Homero y poco después Hesíodo dan los nombres de las cincuenta nereidas y en ambas relaciones aparece Galatea, de gran belleza según los dos. Esta característica la acompañará a partir de ese momento en todas las descripciones posteriores, tanto de la época clásica como en el Renacimiento y Barroco. 



Escultura en mármol de Robert Le Lorrain, tallada el año 1701 y conservada en la National Gallery of Art de Washington. Con este trabajo fue admitido en la Academia. Representa a Galatea que hace una pausa en su viaje sobre el mar y gira la cabeza para mirar una escultura de Polifemo que estaba al lado. Es una figura de gran elegancia y lirismo con un delicado desnudo.

Como ejemplo os pongo la descripción que de Galatea hacía Luis de Góngora en su famoso poema "Polifemo y Galatea" donde las alusiones a su blanca belleza son constantes. Veréis que su estilo es tan culto y refinado que puede presentar algunas dificultades de comprensión. Dice así:
"Ninfa, de Doris hija, la más bella, 
adora, que vio el reino de la espuma. 
Galatea es su nombre, y dulce en ella 
el terno Venus de sus Gracias suma. 
Son una y otra luminosa estrella 
lucientes ojos de su blanca pluma: 
si roca de cristal no es de Neptuno, 
pavón de Venus es, cisne de Juno.

Purpúreas rosas sobre Galatea 
la Alba entre lilios cándidos deshoja: 
duda el Amor cuál más su color sea, 
o púrpura nevada, o nieve roja. 
De su frente la perla es, eritrea, 
émula vana. El ciego dios se enoja, 
y, condenado su esplendor, la deja 
pender en oro al nácar de su oreja."



Polifemo y Galatea, fresco del pintor barroco Aníbal Carracci en el Palacio Farnesio de Roma, 1597-1605). Polifemo, de tamaño enorme va acompañado de atributos de pastor y en vez de tañer la lira toca la flauta de Pan, el instrumento pastoril por excelencia. Galatea, acompañada de dos hermanas, navega sobre un pez porque según la mitología las nereidas se aparecen a los hombres montadas en delfines, hipocampos y otros animales marinos.

Resulta difícil imaginar cómo dos personajes tan dispares, más bien opuestos, Polifemo y Galatea, pudieron verse involucrados en una relación amorosa. Uno era la encarnación de la fealdad y el mal y la otra de la belleza y la bondad... De hecho tales amores se planten por primera vez a finales del siglo V a.C. por obra y gracia de un poeta despechado por una rivalidad poética y sentimental. Se trata de Filóxeno de Citera y es imprescindible contar brevemente su biografía para entender los cambios que introdujo en el mito clásico. 

Filóxeno (435-380 a.C.) había nacido en la isla de Citera. De joven había sido vendido como esclavo en Atenas. Fue una consecuencia de la Guerra del Peloponeso (426-410). Los atenienses ocuparon la isla y muchos de sus habitantes fueron esclavos de guerra. Su suerte fue que lo comprara el poeta ditirámbico Melanípides. Este autor le trató como un igual, le enseñó su arte y finalmente le dio la libertad. Gracias a él Filóxeno se convirtió en un apreciado autor de ditirambos que superó a su maestro.
El ditirambo era un poema cantado, compuesto originariamente en honor a Dionisos, en el que la música y la danza eran tan importantes como el texto. Era una composición laudatoria. Durante nuestro Siglo de Oro se escribieron muchos ditirambos a la manera griega, exagerando tanto la admiración que ditirambo se convirtió en sinónimo de alabanza exagerada.



"Galatea", año 1896. Cuadro del pintor francés Gustave Moreau pintado dos años antes de su muerte. La peculiar visión de los temas que representaba en sus cuadros no gustaban a todos aunque llegó a ser profesor de la Escuela de Bellas Artes de París y tuvo entre sus discípulos a Henri Matisse. En esta obra la blancura y delicadeza de formas de Galatea contrasta con la tosquedad y color oscuro del gigante Polifemo que ha cubierto su cabeza con flores para complacer a su amada. Ésta va acompañada de corales que aluden a su condición de nereida y de flores que aluden a su belleza.

Buscando mejores oportunidades Filóxeno abandonó Atenas y marchó a Siracusa, a la corte del tirano Dionisio I. Este gobernante era un mecenas de científicos y artistas. Además le gustaba componer poemas que todos sus protegidos aplaudían a rabiar. ¿Todos? No: Filóxeno le decía siempre la verdad, que sus versos no tenían valor alguno. 
El tirano estaba resentido por esa falta de adulación, pero no se decidía a actuar contra él. La oportunidad de venganza le vino cuando Filóxeno cometió otro error: trató de seducir a Galatea, una flautista de la corte por la que el tirano sentía también un  gran interés. Y ocurrió lo inevitable: Dionisio lo condenó a trabajos forzados en la terrible cárcel de las Latomías de Siracusa. Según Cicerón esta prisión, antigua cantera, era una "obra grandiosa, magnífica, de reyes y tiranos, excavada íntegramente en la roca por obra de muchos operarios, hasta una extraordinaria profundidad. No existe ni se puede imaginar nada tan cerrado por todas partes y seguro contra cualquier tentativa de evasión. " (In Verrem II, 5, 68).
Según algunos autores antiguos, a pesar de la dificultad de evasión, Filóxeno logró escapar de Sicilia y viajó por todo el mundo griego recitando sus ditirambos hasta que la muerte le llegó en Éfeso. 
Pero según otros, como por ejemplo Diodoro de Sicilia, en realidad no huyó: Dionisio le había preguntado de nuevo cómo eran sus poemas y Filóxeno le contestó con una palabra de doble sentido que podía significar al mismo tiempo "llenos de sentimiento" o "lamentables". Dionisio la entendió en el primer sentido y le dio la libertad. El tirano dejaba patente su ignorancia literaria ante Filóxeno y ante toda Grecia.
Para nosotros el episodio de su encarcelamiento fue una suerte porque en prisión compuso su obra más conocida, el ditirambo "Cíclope" también llamado "Galatea" en honor de su fracasada conquista amorosa.
El poema fue compuesto hacia el 390 a.C. Filóxeno se vengó del tirano Dionisio presentándolo como el cíclope Polifemo basándose en que tenía un ojo con pésima visión o incluso, según algunos, en que era tuerto. Siguiendo por esa vía de la sátira hace que el coro de la obra fueran las ovejas y cabras del Cíclope, el cual lo dirigía y tocaba la cítara.
Partiendo del relato de la Odisea, que todos conocían a la perfección, hablaba del cíclope Polifemo que vivía en una cueva con sus ovejas y se enfrentó a Ulises. Pero Filóxeno añade un detalle nuevo: se enamoró de la nereida Galatea, trasunto literario de la flautista causante de su desgracia. Y Ulises, personaje astuto y hábil que había seducido a Galatea, era en realidad el propio autor. 
En el poema Polifemo, no correspondido, se consuela de su mal de amores cantando con el acompañamiento de una lira. Era un instrumento musical no habitual en este tipo de poesía ya que se acompañaba con el aulós o flauta doble, que tan magistralmente tocaba Galatea. Al mismo tiempo encargaba a los delfines que informaran a Galatea de cómo aliviaba su dolor por ella mediante la poesía y el canto. 


Pompeya, fresco de la Villa de los Papiros. Un cupido montado sobre un delfín entrega a Polifemo una nota con la respuesta de Galatea a sus requerimientos amorosos. El autor lo representa con una lira, el instrumento que tañía para su amada según Filóxeno. La lira acabó convertida primero en símbolo de los poemas cantados y luego de la poesía en general: nuestra palabra "lírica" proviene de ella y lira es también la denominación de una estrofa de cinco versos. Del antiguo instrumento musical griego derivó la actual cítara.

Desconocemos como acaba esta historia porque el poema no se ha conservado íntegro. Siglos más tarde el historiador Apiano, en el siglo II d.C. daba un dato del que se puede deducir un final feliz para Polifemo: "Y cuentan que el país tomó el nombre de Ilirio, el hijo de Polifemo, pues el cíclope Polifemo y Galatea tuvieron tres hijos: Celto, Ilirio y Gala, que emigraron desde Sicilia y gobernaron sobre los celtas, ilirios y gálatas, llamados así por su causa."
Así que tenemos derecho a imaginar el final siguiente: Ulises acabó abandonando Sicilia y a su amante Galatea, marchando a Ítaca donde le esperaba su Penélope. Y el cíclope acabó conquistando a Galatea no por la fuerza física que le caracterizaba sino por su constancia en el amor y en el cultivo de las bellas artes. El amor había transformado al rudo gigante caníbal en un tierno enamorado y le inspiraba bellas melodías y dolientes poemas. 
El dolor causado por el abandono de Ulises fue remitiendo en Galatea y  se iba sustituyendo por un interés nacido de la contemplación del dolor de Polifemo y del sentimiento conmovedor y sincero de poemas. Y así fue como el amor volvió a renacer en el corazón de Galatea, acunado por hermosos versos y dulces melodías. Desde siempre las palabras hermosas han sido la llave que ha abierto el corazón de las mujeres... 

Ya he indicado que apenas se conservan unos pocos fragmentos del poema de Filóxeno, no más de doce versos. Pero en su época fue muy conocido y sirvió de base para crear otros relatos sobre la relación amorosa de Polifemo y Galatea. Esta transformación del horrendo Polifemo en un tierno enamorado daría más tarde pie al cuento de la bella y la bestia.



Fresco de Pompeya conservado en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles. El autor anónimo representó una antigua leyenda sobre el amor entre Polifemo y Galatea surgida posiblemente a partir del poema de Filóxeno. El cíclope es de mayor tamaño, aunque no descomunal, y de color oscuro; a su lado aparecen sus atributos de pastor, cayado y carnero. Como instrumento musical con  el que cantaba su mal de amores no está la lira sino otro de tradición pastoril: la flauta de Pan. Este cambio obedece probablemente a que el artista nos narra la leyenda popular siciliana sobre el amor de Galatea hacia Polifemo. Como se aprecia en la imagen Galatea aparece con su característico color blanco y muy enamorada del gigante, conquistada por sus versos y su música. El historiador Apiano también se hizo eco de esta leyenda al informarnos que tuvieron tres hijos.

Este poema de Filóxeno  dio también lugar a una nueva tradición literaria, la bucólica, de gran éxito. La figura del pastor que canta su mal de amores por los bosques acabó siendo un tópico literario muchos siglos después, en el Renacimiento y el Barroco. Un ejemplo es el gran Garcilaso de la Vega (1501-1536) que en su Égloga I nos dice que va a contar las penas de amor de los pastores Salicio y Nemoroso. El texto y la música melodiosa de sus lamentos hacen que hasta las ovejas dejen de pacer y escuchen absortas sus tristes y dulces cantos:
"El dulce lamentar de dos pastores,
Salicio juntamente y Nemoroso,
he de contar, sus quejas imitando;
cuyas ovejas al cantar sabroso
estaban muy atentas, los amores,
(de pacer olvidadas) escuchando."


Otro autor muy importante para entender el mito de Polifemo y Galatea fue Ovidio. Lo narró en su obra "Las Metamorfosis" (libro XIII), acabada el año 8 d.C. Pero introdujo un nuevo personaje, el pastor Acis, el gran amor de Galatea, lo que tendría una enorme transcendencia literaria y artística. Ovidio cita a Ulises pero sin mantener relación amorosa con Galatea.

Su relato adopta la forma de confesión femenina íntima: la también hermosa ninfa Escila peina a Galatea y esta se lamenta, entre lágrimas, de que a pesar de ser diosa no pudo rechazar a Polifemo más que a costa de enorme dolor. Los textos que cito a continuación proceden de la traducción de Las Metamorfosis que publicó el Consejo Superior de Investigaciones Científicas en 1994.

Según contaba Galatea llena de dolor: “Fruto de Fauno y de la ninfa Simétide fue Acis, gozo inmenso de su padre y de su madre, pero mayor aún para mí, pues sólo a mí se unió él. Hermoso, [...] llevaba las tiernas mejillas marcadas por un tenue bozo: a él buscaba yo y a mí el Cíclope, sin punto de reposo. Mira, si me preguntas qué era en mí más apasionado, si el odio al Cíclope o el amor a Acis, te lo diré: ambos eran iguales."



Acis y Galatea, del pintor francés Claudio de Lorena (1605-1682). Como en otros pintores barrocos el tema mitológico es un mero pretexto para presentarnos un paisaje complejo y de gran belleza donde mar y montañas, luces y sombras se combinan con habilidad creando unos contrastes que refuerzan la profundidad de la obra.


Polifemo se esforzaba seriamente en agradar a Galatea y por eso empezó a cuidar su aspecto físico, aunque de una manera muy peculiar. Según seguía contando Galatea: "¡Oh, cuan grande es el poder de Venus bienhechora! Porque aquel ser bestial, espantable hasta para las mismas selvas, a quien ningún extraño pudo ver impunemente y despreciador del gran Olimpo, y con él de sus dioses, supo lo que es el amor, y preso de violenta pasión arde en ella, olvidado de sus ganados y de sus cuevas. Y ya te preocupas de tu figura, y ya tratas de agradar, ya peinas con un rastrillo, Polifemo, tus cabellos tiesos, ya te place recortarte con una hoz la erizada barba, y contemplar en el agua tu rostro feroz y acicalarlo; cesan tu afición a la matanza, tu salvajismo y tu sed infinita de sangre, y llegan ya y se marchan sin peligro los bajeles."
Está claro, según Ovidio, el gran el poder del amor, que a todos transforma, dioses y humanos, ricos y pobres: todos sucumben ante él. Y se vuelven ciegos ante lo evidente. Porque Polifemo no quiso comprender el aviso que le daba el adivino Télemo: "... ‘el ojo único que llevas en medio de la frente, te lo arrebatará Ulises. Se echó a reír y habló así: ‘Oh el más necio de los adivinos, te engañas; otra me lo ha arrebatado ya’. Así desdeña él vanamente a quien le anuncia la verdad."

Un día, sigue contando Galatea, el cíclope se acercó hasta el mar y se sentó en una roca cuyos flancos lamían las olas. Dejó su cayado de pastor, grande como el mástil de un velero, y empezó a tocar una enorme flauta de Pan, hecha con cien cañas. 
Ella y Acis estaban escondidos bajo otra roca, también junto al mar, entregándose al placer del amor. Y Galatea pudo escuchar estas palabras del cíclope: "Oh, Galatea, más blanca que las hojas de la nevada alheña, más florida que los prados, más espigada que el estirado sauce, más brillante que el cristal, más juguetona que el cabrito, más pulida que las conchas que el agua continua desgasta, más agradable que los soles del invierno, que la sombra del verano, más noble que las manzanas, más distinguida que el plátano alto, más resplandeciente que el hielo, más dulce que la uva madura, más blanda que las plumas del cisne y la leche cuajada, y sí no me huyeras, más hermosa que un jardín regado."



Giulio Romano: Polifemo, año 1526. Frescos de Sala di Psiche en el Palazzo del Tè de Mantua. El cíclope canta su amor por Galatea acompañado de la flauta de Pan que en la antigüedad también se denominaba siringa. Al fondo, junto a otra roca, Acis y Galatea dan rienda suelta a su amor.


Pero a estas alabanzas siguieron los lamentos por su desdén: "Y al mismo tiempo, Galatea, más cruel que los novillos sin doma, más dura que una encina añosa, más falsa que el agua, más escurridiza que las ramas del sauce y las vides blancas, más inconmovible que estos peñascos, más impetuosa que los ríos, más orgullosa que el alabado pavo real, más cruel que el fuego, más erizada que las espinas, más salvaje que la osa preñada, más sorda que los mares, más furiosa que una serpiente a la que se ha pisado."

Pero también habían palabras de esperanza en los lamentos del cíclope: "... si me conocieras bien, sentirías haber huido de mí, censurarías tú misma tu propia tardanza y te esforzarías por retenerme."

Y finalmente le indicó cuales eran sus posesiones, las que Galatea disfrutaría si se unía a él: "poseo una cueva [...] en la cual ni se nota el sol en pleno verano ni se nota el invierno; poseo frutas que cargan sus ramas; poseo uvas semejantes al oro en prolongadas viñas, y también otras de color purpúreo: para ti las reservo, unas y otras. Tú misma con tus manos cogerás blandas fresas brotadas en las sombras del bosque, tú misma cerezas silvestres de otoño, y ciruelas, no sólo las que por su negro jugo presentan un tono cárdeno, sino también las de clase superior, y que semejan cera reciente. Siendo yo tu esposo no te faltarán ni castañas ni frutos del madroño: todos los árboles estarán a tu servicio. Este ganado es todo mío; y muchas son las cabras que andan por los valles, muchas las que oculta la selva, muchas las que se recogen en las cuevas; y no podría yo, si acaso me lo preguntaras, decirte cuántas hay; propio de pobres es contar el ganado. [...] Siempre dispongo de leche como la nieve; de ella conservo una parte para beber, y el resto lo solidifica el líquido cuajo. Y no dispondrás sólo de placeres ordinarios y obsequios vulgares, como gamos, liebres y cabras, o un par de palomas, o un nido arrancado de la copa de un árbol. Descubrí dos cachorros gemelos de una peluda osa, que podrían jugar contigo, y tan parecidos que difícilmente se los distinguiría. Los descubrí y dije: ‘ésos los guardaré para mi dueña’. Y ahora, saca ya del mar azul tu espléndida cabeza, ven ya, Galatea, y no desdeñes mis obsequios. [...] Añade que en vuestro mar es rey mi padre; a él te doy por suegro. Sólo te pido que te apiades de mí, que escuches mis humildes súplicas; porque sólo a ti me rindo yo; y yo, que desprecio a Júpiter y al cielo y al rayo destructor, a ti te venero, Nereida".




Polifemo sorprende a Acis y Galatea. Grupo escultórico de la Fuente  Médicis, año 1866, que se encuentra en el Jardín de Luxemburgo de París. Es  obra del escultor y académico Auguste Ottin. Polifemo, en bronce, está representado mientras observa desde lo alto de una roca cómo Galatea y Acis, cuyas figuras están en mármol, se entregan a su amor a la orilla del mar.

Y finalmente entraron en juego los celos: "Para mí sería más tolerable este desdén tuyo, si fueras esquiva para todos; mas ¿por qué, rechazando al Cíclope, amas a Acis y a mis abrazos juzgas preferible a Acis?"

Y al proferir estas palabras una enorme furia inundó el corazón del cíclope, una furia similar a la lava del Etna, a punto de desbordarse: "Porque estoy ardiendo, y el fuego, agitado, se desborda con más violencia, y me parece que se ha trasladado y llevo en mi corazón el Etna con sus fuegos; y tú, Galatea, no te conmueves."

El cíclope se levantó y desde su enorme altura vio abrazados a Acis y Galatea. El grito que lanzó fue horrible y resonó por toda la montaña: "Os he visto y os aseguro que éste va a ser vuestro último encuentro de amor."
Galatea, aterrorizada, se sumergió en el mar y Acis intentó escapar corriendo con todas sus fuerzas. Y aunque la desesperación da alas, la fuerza de Polifemo era tan descomunal que arrancó un enorme peñasco y lo lanzó lejos, alcanzando de lleno a Acis. Un enorme río de sangre empezó a brotar de su cuerpo herido.



Polifemo lanza una gran piedra a Acis y Galatea que huyen despavoridos. Fresco de Aníbal Carracci  en Palacio Farnesio de Roma, 1597-1605. Los Carracci representan el barroco clasicista, muy distinto del barroco realista de Caravaggio, la otra gran corriente pictórica del momento. Las potentes musculaturas y las posiciones inestables son influencia evidente de Miguel Ángel. Vemos también luminosidad e idealización, otras dos cosas que no abundan en el tenebrismo caravaggista. Pero el movimiento, el dinamismo, la expresión violenta de los sentimientos son muy barrocos.

Galatea lo vio todo e imploró a los dioses. Entonces la sangre cambió de color y se transformó en un río de agua. En sus orillas crecieron cañas. Y según seguía relatando Galatea: "De pronto, ¡oh prodigio!, surge hasta la cintura un joven ceñido de juncos entrelazados en sus nacientes cuernos. De no ser porque era más grande y su cara de un color azul de mar, aquel joven era Acis. Pero así y todo era Acis convertido en río, y sus aguas conservaron su antiguo nombre”. 
Los dioses habían atendido los ruegos de la bondadosa Galatea y habían transformado a Acis en río. En la mitología griega y romana todos los ríos tenían un dios, y ese había sido el destino de Acis: convertirse en un dios y ser por tanto inmortal. La furia de Polifemo nada podía ya contra él.

Pero en este mundo todo tiene un precio y la inmortalidad de Acis también lo tuvo: Galatea y él ya no podrían amarse nunca más. Ambos arrastrarían el dolor de ese amor imposible durante toda la eternidad... 

Eso es lo que una doliente Galatea le había contado a la hermosa Escila mientras peinaba su bellísísima cabellera y la adornaba con flores y rojos corales.



"Acis y Galatea", año 1833. Óleo sobre tela del pintor francés Antoine-Jean Gros (1771-1835). Mide 129 x 161 cm. y se expone en la Chrysler Museum of Art de Norfolk, Virginia. Los amantes están en una roca junto al mar y han escuchado las amenazas de Polifemo. Galatea se tapa horrorizada los oídos mientras un jovencísimo Acis (según Ovidio tenía 16 años) mira temeroso al cíclope que en su furia ha arrancado un árbol. Al fondo tres nereidas, hermanas y cómplices de Galatea, huyen despavoridas y más próximas otras dos llevan la concha que pondrá a salvo a la ninfa. Su blancura deslumbrante, que hace honor a su nombre, destaca aún más gracias al fondo oscuro de la roca y los vestidos rojizos de los amantes.

¿Y Polifemo? Su final queda muy bien definido por Ovidio a pesar de que sólo lo sugiere. Volvió a ser el gigante cruel y amargado de siempre. Cuando Ulises recaló en sus costas no le ofreció la sagrada hospitalidad y se comió a varios de sus compañeros. Por eso ideó la estratagema de emborracharlo y cegarle su único ojo con un enorme tronco cumpliéndose así el vaticinio del adivino.
Polifemo ya nunca más podría admirar la deslumbrante belleza de Galatea. Ese fue su castigo eterno por su falta de respeto a los dioses.



Detalle de una pintura ejecutada sobre el cuello de un ánfora. Data de entre el 675 y el 650 a.C. Procede de Atenas y se conserva en el museo de Eleusis. El gigante Polifemo, sentado y de color negro, está dormido a causa de su embriaguez, indicada por el kylix o copa para el vino que sostiene con su mano derecha. El momento es aprovechado por Ulises (en color claro) y sus compañeros (color negro) para cegarle su único ojo. Es la escena más famosa de este episodio de Ulises y el cíclope.




martes, 8 de julio de 2014

Los mitos de Eolo y otros dioses del viento en el mundo clásico o la divinización de las fuerzas de la naturaleza.



Ya hemos visto en entradas anteriores que los mitos eran relatos situados en los tiempos primigenios cuyos protagonistas eran dioses y personajes fantásticos. Su objetivo era explicar el por qué suceden las cosas y su origen. Es la respuesta al eterno “¿por qué?” que nos hacemos de niños y que nos acompaña toda la vida. Los mitos ofrecían explicaciones a todos esos interrogantes, acompañadas de enseñanzas morales. 



Los antiguos griegos divinizaron las fuerzas de la naturaleza para conseguir de ellas un comportamiento más adecuado a sus necesidades. Pensaban que podrían pacificarlas mediante sacrificios y otros ritos religiosos. Al mismo tiempo tuvieron su plasmación en la Historia del Arte. Aquí vemos un fragmento del "Nacimiento de Venus" de Botticelli. El dios-viento Céfiro, acompañado de su esposa Cloris, dirige con su soplo a la diosa. 

Hasta ahora hemos visto mitos que explicaban sobre todo la conducta humana, tanto la virtuosa como la censurable. Pero los mitos también explicaban la realidad física, el mundo que nos rodea. Y en esta entrada veremos uno de esos elementos naturales. Analizaremos la naturaleza y comportamiento de los vientos tal como lo veían las personas en el mundo antiguo y la actitud del ser humano ante estas importantes fuerzas de la naturaleza.

Los vientos, denominados “ánemoi” en  griego  y “venti” en latín,  eran dioses y se representaron como personajes masculinos alados, jóvenes o viejos según sus características. Esta personificación masculina, con los carrillos hinchados y soplando, era más usual. Pero antiguamente había habido otra forma de representarlos: como caballos encerrados en los establos de Eolo. De ello quedaron vestigios en los mitos.



Representación de un viento en un mosaico del museo de  la antigua ciudad romana de Volubilis, situada 20 km al norte de Mequínez, en Marruecos. Se suele datar entre el año 125 y el 100 a.C. Se reconoce  que es un dios-viento por su iconografía: las alas de las sienes y su gesto de soplar. En los mosaicos casi nunca se representaba a Eolo ya que lo habitual era poner cuatro vientos, uno en cada esquina. Ignoramos qué viento es este por falta de atributos específicos.

En la mitología griega y romana había muchos vientos pero todos dependían del dios Eolo, que los gobernaba a su antojo con mano de hierro. Aunque solía liberarlos de forma ordenada, según las estaciones, a veces se enfurecía y entonces los efectos de sus vientos maléficos eran terribles para la navegación, las cosechas e incluso para la vida humana. Traían la tempestad en el mar y el pedrisco, las lluvias torrenciales y las inundaciones en tierra, destruyendo cosechas, ganados, casas, etc. y dejando a su paso una estela de muerte, hambre y lamentos. 
La actitud de los humanos era de total impotencia frente a estas catástrofes. No tenían más remedio que aceptar la voluntad caprichosa de los dioses que tan pronto daban bienestar como calamidades. Pero no se resignaron del todo e intentaron que les fueran propicios mediante sacrificios, culto y conjuros mágicos. 

Por esta causa los vientos acabaron siendo divinizados en el mundo clásico. Aunque en Grecia tenían nombres diferentes a los de Roma, sus atributos eran similares. Eran imprescindibles para la navegación, prácticamente el único uso que supieron dar a la energía eólica en Grecia y Roma, ya que los molinos de viento se inventaron más tarde. Bueno, hay quien afirma que fueron inventados en el siglo I a.C. por Heron de Alejandría, que es famoso porque fue el primero en aplicar la energía del vapor para mover objetos. Pero ni molinos de viento ni máquinas de vapor tuvieron éxito en el mundo antiguo ya que los esclavos resultaban más baratos que las máquinas. Hubo que esperar al siglo VII para difundir los molinos de viento y al XVIII para la máquina de vapor. Así que sigue en vigor la afirmación anterior: los clásicos sólo aprovecharon el viento para la navegación y poco más. 



El dios-viento Bóreas representado como un hombre joven y alado, rapta a Oritia, princesa ateniense hija de Erecteo. Era más frecuente representar a Bóreas como un anciano con ropa, barba y cabellos desarreglados.  



Eolo, el señor de los vientos.
Como es habitual en la Mitología clásica los diversos relatos no concuerdan entre sí. En el caso del dios Eolo, que gobernaba a los vientos, la cosa es mucho más compleja porque había tres Eolos distintos y ni siquiera en la antigüedad sabían distinguirlos con certeza. En el siglo I a.C. el escritor siciliano Diodoro Sículo intentó poner orden en este caos pero no tuvo mucho éxito. Por eso he tenido que utilizar mi criterio para contaros estas historias de dioses benéficos y maléficos.

Uno de los relatos más antiguos sobre Eolo está en la Ilíada y en la Odisea, dos obras atribuidas tradicionalmente a Homero, aunque hoy día se duda de la existencia de este autor. Fueron escritas en el siglo VIII o VII a.C.  recogiendo relatos que anteriormente habían circulado oralmente durante siglos, así que en realidad son mucho más antiguos.

En la Ilíada se nos cuenta que cuando Patroclo murió frente a Troya, su compañero Aquiles no podía hacerle unos funerales dignos porque la pira funeraria no se encendía por falta de viento. Entonces prometió hacer sacrificios a los vientos. La diosa Iris se apresuró a buscarlos y los encontró dándose un festín en la morada de Céfiro, en Tracia. Por los ruegos de Iris los dioses-viento Bóreas y Céfiro, sus hermanos, abandonaron tan placentero menester y cruzaron raudos el mar tracio hasta Asia, haciendo que ardiera la pira de Patroclo, el gran amor de Aquiles. Parece claro que Eolo daba a algunos dioses-viento más libertad que a otros por lo que Bóreas y Céfiro actuaron de forma autónoma.

En la Odisea se dice que Eolo era Rey o Señor de los Vientos y que vivía en una isla de Eolia con sus seis hijos. Pero además tenía seis hijas que se habían casado con sus hermanos, sin que este incesto molestase a nadie. Zeus le había dado el poder de controlar los vientos y Eolo los administraba con un dominio absoluto, encerrándolos o liberándolos a su antojo. 
Durante su larguísimo retorno a Ítaca Odiseo (o Ulises según los romanos), visitó la isla de Eolo que, cumpliendo con las leyes sagradas de la hospitalidad,  le acogió muy bien. Al despedirse le  entregó un odre que contenía todos los vientos, indicándole que debía utilizarlo con sumo cuidado. Sin embargo, la tripulación de Odiseo creyó que la bolsa contenía oro y la abrió, provocando graves tempestades que les desviaron de su ruta a casa. La nave terminó regresando a Eolia, pero Eolo se negó a ayudarlos de nuevo y el periplo de Odiseo se eternizó. Pero eso es otra historia.



Óleo de Isaac Moillon (1614 - 1673) titulado “Eolo entrega los vientos a Ulises”. Museo de Tessé. De pie en la proa de su nave, Odiseo-Ulises se dispone a recibir de Eolo un odre. Vemos que Eolo, d
etrás del cual están sus seis hijos e hijas, está atando el odre con un cordel ya que contiene todos los vientos y había que dejarlos salir con cuidado. La tripulación de Ulises hizo caso omiso de esta advertencia y los resultados fueron catastróficos. Cumplir escrupulosamente la voluntad de los dioses y obedecerles en todo es una de las moralejas de este relato. 

Hay otro relato más moderno, del siglo I a.C., proporcionado por  Diodoro Sículo en su libro “Biblioteca histórica”. Intenta hacer una auténtica historia y no relatos fantasiosos e ilógicos como los que proporcionaban los mitos. Por eso racionalizó el relato clásico, que perdió el encanto e ingenuidad que le caracterizan pero sin conseguir ser un relato histórico porque no se basaba en hechos comprobados sino en leyendas. Según cuenta, Eolo era hijo de Mimante y nieto del  rey Eolo Helénida. Acudió a la isla de Lípari, donde reinaba el rey Líparo y le ayudó a apoderarse de un territorio vecino. Agradecido por esta ayuda de Eolo, el rey le entregó a su hija Cíane en matrimonio  y acabó convertido en rey de la isla. Era piadoso, justo y cumplía con el precepto de la hospitalidad a los extranjeros. Además enseñó a los navegantes el manejo de las velas y se decía que era capaz de predecir los vientos. Sólo menciona a sus seis hijos, sin decir nada de las hijas y de su incesto. Eran otros tiempos. Como veis es un relato muy racional que intenta convertir el mito en Historia, pero carente de base histórica.



Según la Mitología la morada de Eolo, señor de los vientos, eran las islas Eolias o Eólicas, archipiélago volcánico en el mar Tirreno, cerca de Sicilia. Las islas que lo forman son Lípari, la más grande, Vulcano, Salina, Stromboli, Filicudi, Alicudi y Panarea. Fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2000.

En la Eneida vemos un ejemplo de cómo los dioses debían recurrir a Eolo. Nos cuenta que Juno,  Hera para los romanos, quería impedir que Eneas llegase a Italia. Para ello ofreció al dios de los vientos la ninfa Deyopea, la más hermosa de la catorce que formaban su cortejo. La haría su esposa a cambio de que sus vientos impidiesen que la flota de Eneas desembarcase en Italia. Eolo envió una tempestad y la flota de Eneas naufragó, con lo que Hera cumplió su palabra.



Cuadro al óleo de François Boucher titulado “Eolo suelta los vientos”, año 1766. Arriba, a la izquierda Juno le pide a Eolo que envíe los vientos de tormenta contra las naves de Eneas. El dios aparta la losa que cerraba la gruta de los vientos destructores, que salen presurosos con sus carrillos hinchados indicando que están soplando con furia. Abajo, de espaldas y con un hermoso desnudo típico de Boucher, el premio para Eolo: la ninfa Deyopea. Ni siquiera las diosas podían elegir esposo; otras personas decidían por ellas. Un reflejo de la sociedad de la Grecia clásica y un elemento que, por desgracia para las mujeres, ha pervivido en Occidente hasta no hace demasiados años: los matrimonios concertados.


Los dioses-viento y los humanos.
Además de Eolo había en el mundo clásico muchos otros dioses del viento. En general tenían relación con los puntos cardinales (el lugar desde donde soplaban) y se relacionaban con las estaciones del año, las cosechas y las situaciones meteorológicas habituales. Al principio los griegos no sabían con certeza cuantos dioses-viento tenían. A partir de Aristóteles se racionalizó el tema y los filósofos hablaron de vientos, no de dioses, pero la mayoría de la población los seguía considerando divinidades a las que convenía propiciar. Hacia el año 27 a.C. el famoso arquitecto Vitrubio, en su tratado “De Architectura” (I, 6) se preguntaba por el número de vientos y concluía que eran ocho, cuatro por cada punto cardinal y otros cuatro por los intermedios. Seguía el modelo representado en La Torre de los Vientos de Atenas, entonces recién construida. 

Torre de los vientos, Atenas, siglo I a.C. Planta octogonal orientada según los puntos cardinales y una altura de 12 metros. En la parte superior de cada lado hay un relieve que representa a un viento como figura masculina alada. Era un “horologium”, conjunto de relojes de sol en el exterior y una clépsidra o reloj de agua en el interior. Tenía una veleta en el tejado que apuntaba a alguno de sus lados es decir al viento asociado a ese punto cardinal: Bóreas (N), Kaikias (NE), Euro (E), Apeliotas (SE), Noto (S), Lips (SO), Céfiro (O), y Skiron (NO). Con la aparición de la ciencia se había hecho necesario aumentar el número de vientos de 4 a 8. Esta torre supone un intento de concordar los avances de la ciencia con la Mitología, ya que los viejos mitos seguían teniendo gran arraigo en la población y se resistían a desaparecer.

Según Hesíodo los vientos benéficos, a los que Eolo solía dejar sueltos,  eran Noto, Bóreas y Céfiro. Además había unos vientos terribles, destructivos, hijos de Tifón, un gigante nacido de la unión de Gea y Tártaro. Estos hijos de Tifón se denominaban “vientos de tempestad” y  Eolo los guardaba encerrados en sus establos porque eran malvados y violentos, equivalentes masculinos de las arpías. De ahí que hoy día tifón sea sinónimo de ciclón o huracán. 

Tener propicios a estos vientos era muy importante. Para contentarlos se sacrificaban corderos negros a los vientos destructivos y blancos a los favorables. 
Los griegos tenían también conjuros específicos para cada viento y familias de magos especializados en ellos. Un caso famoso fue el del filósofo Empédocles de quien se contaba que había logrado acabar con los vientos que traían enfermedades a Agrigento y que por ello recibió el nombre de “Colysanemon” que significa “el que hace cesar el viento”.
Algunos remedios para evitar sus efectos destructores nos parecen hoy día de lo más chocante. Según Plinio (Nat. Hist. XXVIII, 77) el granizo y las tormentas podían ser evitados por una mujer que estuviese menstruando y se desnudase de cara a los vientos que transportaban esa tempestad. Se creía que ofrecer sangre a los vientos los calmaba y que la sangre menstrual tenía poderes especiales y por ello era la mejor. Añade Plinio que era un remedio eficaz para desviar la cólera del cielo y las tempestades. 
Había otro rito relacionado con la sangre, en este caso de un animal, como remedio para acabar con la tempestad de granizo. Nos lo cuenta Pausanias, historiador del siglo II: «Mientras cae todavía el viento, dos personas parten en dos a un gallo que tenga las alas absolutamente blancas; salen corriendo por el contorno de las viñas en direcciones opuestas y lleva cada uno consigo la mitad del gallo; cuando han regresado al punto de partida, la entierran allí. Éste es el procedimiento que han ideado para combatir el viento”. 

Está claro que los griegos atribuían muchas calamidades a los vientos y la mejor solución que encontraron fue divinizarlos y ofrecerles sacrificios y conjuros. A lo largo de los siglos les erigieron altares y templos. Bóreas tenía un templo en el río Iliso, en el Ática, y Céfiro un altar en el camino sagrado a Eleusis. Según el ya citado Pausanias cerca de la ciudad de Titane se alzaba el llamado “Altar de los Vientos”, donde una noche al año, un sacerdote sacrificaba a los vientos. Además, para rendir su fuerza desatada, realizaba ritos secretos en cuatro hoyos mientras entonaba los hechizos de Medea. 


Los dioses-viento más importantes.
Además de Eolo, que regía los vientos, había otros dioses-viento que tuvieron su propia narración mitológica y participaron en varios episodios junto a los dioses y héroes. Se trata de Bóreas y Céfiro.

Bóreas.
Bóreas significa ‘viento del norte’ o ‘devorador’ en griego y se le llamaba Aquilón en Roma. Hijo de Astreo y de Eos, era  el dios del frío viento del norte que traía el invierno. Era muy fuerte y tenía un carácter violento. Se representaba como un anciano alado con barbas y cabellos desgreñados, llevando una caracola y vistiendo una túnica de nubes. 
En las épocas más antiguas fue representado por un caballo, encerrado en su establo por Eolo. Posteriormente se decía que había adoptado la forma de semental y había procreado unos corceles tan rápidos como su padre el viento. Eso dio origen a creencias como la relatada por  Plinio el Viejo (Historia Natural IV.35 y VIII.67) según el cual las yeguas podían ponerse con sus cuartos traseros hacia el viento del norte y engendrar potros sin un semental.



Detalle del famoso cuadro "La Primavera" de Botticelli. A la derecha el frío viento del norte, Bóreas o Aquilón, mata a la primavera temprana que muere arrojando flores por su boca. El carácter de viento se aprecia en sus carrillos hinchados porque está soplando y su carácter de viento frío viene definido por su coloración azulada, ya que el azul pertenece a la gama de colores fríos. En el mundo clásico se fijaron mucho en la relación de los vientos con estaciones y cosechas. 

Los griegos creían que el hogar de Bóreas estaba en Tracia, y tanto Heródoto como Plinio denominan Hiperbórea ("más allá de Bóreas") a todas las tierras situadas al norte de esa región.

Un tema muy reproducido en el Arte fue el rapto de la princesa Oritia. Bóreas se enamoró ardientemente de esta ateniense, hija del rey Erecteo. El padre de la joven se había negado en redondo a concedérsela en matrimonio. Ponía como excusa el frío que reinaba en Tracia, de donde era rey el pretendiente. Pero sobre todo estaba el mal recuerdo que los reyes de Tracia  habían dejado en Atenas desde la violación de Filomela por Tereo. 
La negativa de Erecteo aumentó aún más el deseo de Bóreas y lleno de furia sopló hacia Atenas levantando terribles torbellinos de viento. Uno de ellos arrebató a la princesa que voló por los aires y fue conducida hasta Tracia, donde la convirtió en su esposa y compartió su reino. El matrimonio tuvo dos niños, Zetes y Calais, a los que luego les saldrían alas. También tuvieron dos niñas: Quíone y Cleopatra.



Rubens: Bóreas rapta a Oritia,1620. Óleo de 146 × 140 cm. Conservado en la Academia de Bellas Artes de Viena. El pintor sigue la iconografía tradicional y representa a Bóreas como un viejo alado con cabellos desordenados por su viento. El cuerpo de Oritia sigue los cánones de los desnudos de Rubens: cuerpos adiposos, de piel muy suave y clara, con brillos casi iridiscentes que le confieren un gran atractivo. Debajo, con alas, a la derecha los dos hijos  y a la izquierda las dos hijas de Bóreas llevan bolas de nieve para indicar que es el viento frío; el mismo significato tienen los copos de nieve. La composición diagonal de las figuras intenta expresar la tensión del rapto mientras que la expresión despreocupada de Oritia preludia el matrimonio feliz que vendría a continuación.


Céfiro.
Para los griegos Céfiro, hermano de Bóreas, era un viento amable ya que, soplando desde  el oeste, traía las suaves brisas de la primavera. Era por tanto un viento fructificador que vivía en una cueva de Tracia.
Tenía varias esposas. Una era su hermana Iris, la diosa del arco iris. Raptó a otra de sus hermanas, Cloris en griego y Flora en latín, diosa del reverdecer de la primavera, con la que tuvo un hijo, Carpo es decir “fruta”. También se cuenta que fue amante de la arpía Podarge, con la que engendró a Balio y Janto, los caballos de Aquiles.
Está clara la relación de este dios con el retorno a la vida que supone la primavera y su promesa de abundantes cosechas. Por otro lado su paternidad de los caballos de Aquiles nos recuerda la fase primitiva en la que estos dioses del viento se identificaban con caballos, no con humanos.



William-Adolphe Bouguereau: Flora y Céfiro”, 1875. El carácter de dios-viento de Céfiro viene dado por sus sutiles alas de mariposa. El carácter de reverdecer y florecer de la naturaleza que simboliza Flora viene representado por la gran cantidad de flores que la acompañan. 

Otros dioses.

  • Noto era el viento del sur que traía las tormentas de finales del verano y del otoño.
  • Euro era el viento del este, que no estaba asociado con ninguna de las tres estaciones griegas 
  • Cecias, Caecius en Roma, era el dios del viento del noreste que lanzaba el granizo. Se le representa como un hombre alado, viejo, con barba, vestido con túnica larga. Sostiene entre sus manos una cesta  llena de granizo.
  • Apeliotes, denominado Aegeste en Roma, era el dios-viento del sureste. Encargado de hacer madurar las frutas y el trigo, a veces se le llama "El viento del Otoño". Tenía su morada cerca del palacio de Helios, el Sol, en Oriente, y se encargaba de ir guiando los rayos del Sol naciente. Se representa como un hombre alado, joven, sin barba,  vestido con túnica, y calzando coturnos. Lleva en sus manos o en su manto, gran cantidad de frutas y granos.
  • Kaikías, en Roma Corus, era el dios-viento del noroeste, frío y seco, asociado al inicio del invierno. Por eso se representa como un hombre alado, viejo, barbudo, con el cabello desordenado, con túnica y coturnos. Transporta una vasija de bronce con cenizas que va esparciendo a su paso anunciando la muerte de la naturaleza que llegará con el invierno.
  • Libis o Lipsis, en latín Afer o Africus ventus (viento africano) era el dios-viento del suroeste. Se representa como un hombre alado, muy joven, sin barba, con túnica y descalzo, sosteniendo entre sus manos el timón de una nave indicando que dirige la navegación. 


Detalle de los relieves de la parte superior de La Torre de los Vientos de Atenas. A la izquierda Boreas y a la derecha Skiron. Son vientos fríos que llevan barba y túnica corta con manto y muestran los símbolos de sus atributos.