El mito de Filemón y Baucis o la pareja perfecta.
Francisco Amillo
Queridos amigos de AGORABEN. Os propongo, de nuevo, un retorno a los clásicos grecorromanos. A pesar de los muchos siglos transcurridos, siguen siendo fuente de inspiración y su lectura nos sigue enriqueciendo por las reflexiones que nos sugiere.
Me gustaría que hoy dedicáramos un breve tiempo al mito de Filemón y Baucis. Ya sabéis que los mitos griegos eran una forma de explicar el porqué de las cosas. Del mundo físico y de sus habitantes. Luego, el desarrollo de la ciencia griega descubrió que explicar el mundo y el hombre mediante la razón era mucho más efectivo. Triunfó el logos, es decir la razón, pero el mito sobrevivió, tanta era su fuerza. Y más tarde la civilización griega acabó desapareciendo pero no su cultura: la palabra, otro significado de logos, permaneció escrita en los libros y aseguró su inmortalidad.
A través de ellos, de los libros, mito y logos atravesaron los turbulentos tiempos del final del imperio romano, de las invasiones de los pueblos bárbaros y la Edad Media, durante la que se copiaron con paciencia en las bibliotecas de los monasterios. Con el Renacimiento volvió su segunda edad de oro. Los europeos editaron y volvieron a estudiar y amar esos libros. Y también trataron de regir su vida por los valores del mundo clásico, compatibles, pensaban, con el cristianismo.
Uno de esos mitos que los europeos de los siglos XVI a XVIII tanto admiraron por su alto contenido en valores morales fue el de Filemón y Baucis. Se trata, cosa curiosa, de dos sencillos mortales, de humilde condición. Porque los protagonistas del mito habían sido siempre dioses, semidioses, gigantes, reyes, héroes, etc. Pero este mito hablaba de dos pobres viejecitos que vivían en una cabaña de madera con techo de paja, algo que rompía los esquemas entonces vigentes.
“Filemón y Baucis”, cuadro pintado por Adam Elsheimer hacia el año 1600. A la izquierda Zeus y Hermes con aspecto humano. A la derecha los ancianos Filemón y su esposa Baucis.
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Un mito que no sólo fue apreciado por humanistas y escritores. También los artistas fueron seducidos por su encanto.
Entre los músicos destacan dos grandes compositores alemanes del siglo XVIII. El gran Joseph Haydn le dedicó en 1773 una ópera cómica, de marionetas, titulada “Filemón y Baucis, o Júpiter sobre la Tierra”. Poco después, en 1779, el también famoso Christoph von Gluck escribió una ópera-ballet sobre el mismo tema titulado “Filemón y Baucis. La fiesta de Apolo”.
Pero fueron los pintores los que más popularizaron y difundieron el mito. Voy a narrarlo e iré intercalando alguno de sus cuadros para ilustrar la narración.
Seguiré el relato del gran poeta romano Publio Ovidio Nasón (43 a.C. al 17 d.C.) que en el libro VIII de “Las Metamorfosis” nos ofrece la versión que más influencia ejerció en nuestra cultura occidental. Este libro estaba terminado hacia el año 9 de nuestra Era, cuando el poeta marchó al exilio. He utilizado la traducción que ofrece el Ministerio de Educación en http://www.edu.mec.gub.uy/biblioteca_digital/libros/O/Ovidio%20-%20Metamorfosis.pdf
El texto latino está en verso y esta traducción intenta mantener su ritmo original. Es un intento loable, aunque tiene un precio: es más difícil de leer.
Aquí tenéis un ejemplo con el texto latino y su traducción:
sic ait: “inmensa est finemque potentia caeli
non habet, et quicquid superi voluere, peractum est,
quoque minus dubites, tiliae contermina quercus
collibus est Phrygiis modico circumdata muro;
ipse locum vidi;”
así dice: “Inmenso es, y límite el poderío del cielo
no tiene, y cuanto los altísimos quisieron, realizado fue.
Y para que menos lo dudes, a un tilo contigua una encina
en las colinas frigias hay, circundada por un intermedio muro.
Yo mismo el lugar vi”
Como veis este texto resulta complicado de entender. Por eso he incluido una versión que actualiza el estilo, para hacerlo más asequible.
Según Ovidio, los hechos ocurrieron “en las colinas frigias” es decir en un lugar indeterminado de Frigia, en el centro de la actual Turquía.
Un buen día “Zeus acá vino, en aspecto mortal, y con él su hijo Hermes, el portador del caduceo, dejadas sus alas.” Es decir que los dos dioses acudieron a Frigia de incógnito, sin sus atributos. Zeus o Júpiter según el nombre latino, no llevaba su rayo y Hermes había dejado su sombrero y sandalias con alas, símbolos del mensajero de los dioses, que corría presuroso por los caminos. El caduceo era su bastón, con dos serpientes enroscadas y también rematado con un par de alas.
Hermes atándose las sandalias aladas. Escultura en bronce de François Rude, del año 1827. Museo del Louvre.
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Su paseo por la tierra no fue muy afortunado: los frigios les negaron el derecho sagrado de la hospitalidad y, como se dice vulgarmente, les dieron con la puerta en las narices: “A mil casas acudieron pidiendo un lugar para el descanso y mil casas atrancaron sus puertas”.
Al final encontraron alguien que se apiadó de ellos y los acogió para que pudiesen pasar la noche. Fue precisamente la casa más pobre de la comarca: “pequeña, ciertamente, con paredes de troncos y techo de caña palustre”. Sus habitantes eran “la piadosa anciana Baucis y Filemon, de pareja edad. En ella se unieron en sus años juveniles y en aquella cabaña envejecieron”. Eran muy pobres pero soportaban la pobreza con dignidad y vivían felices. No tenían ni esclavos ni criados; ellos debían trabajar para conseguir todo lo que necesitaban.
La cabaña era tan pequeña que los dioses, para poder entrar, tuvieron que agacharse: “y bajando la cabeza entraron en esos humildes postes”. Filemón cumplió al instante con sus obligaciones de anfitrión y les trajo un asiento para que pudiesen descansar de las fatigas del camino. Baucis, más detallista, les puso un cojín en el asiento de madera para que estuviesen más cómodos.
Pedro Pablo Rubens: “Filemón y Baucis”. Interior de una casa humilde, muy realista, contrastando con la irrealidad de los dioses.
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A continuación arrimó al fuego un pequeño caldero y puso a hervir unas hortalizas que “su esposo había recogido del bien regado huerto”. Además tenían colgado de una viga un trozo de carne seca de lomo de cerdo. Cortó un buen pedazo y lo añadió al caldero hirviendo. Se ayudó con una horquilla de dos cuernos. Esta horquilla es el precedente de nuestro tenedor; aún faltaban muchos siglos para que se inventase.
Mientras Baucis cocinaba, los dioses estaban esperando sentados y charlando. Filemón les acercó un barreño de madera de haya que guardaban colgado “por un clavo suspendido de su dura asa”. Lo llenó de agua templada para que se aseasen.
Y mientras los dioses se dedicaban a su higiene personal, Filemón preparó un diván bien mullido para que comiesen. Ovidio, como buen romano, tenía la costumbre de comer reclinado en un diván y coloca esta costumbre romana en el mito griego. Para darle mejor aspecto, Filemón lo cubrió con la ropa que “en tiempos de fiesta a tender acostumbraban” pero aun así, dice Ovidio, era “vil y vieja”.
Esta pobreza no molestó a los dioses. Tampoco se ofendieron cuando Baucis, toda temblorosa por la edad, colocó una mesita delante de los divanes y la mesita empezó también a temblar. Una de las patas era más corta que las otras. Baucis lo arregló al momento poniendo una teja debajo de ella.
Corregida la molesta inclinación de la mesa les sirvió la comida. Fijaos cual era, según Ovidio, el menú de una casa pobre: “aceitunas, cerezas silvestres, achicorias, rábano, requesón y huevos poco cocidos, todo ello en cacharros de arcilla”. A continuación la comida caliente, el lomo con hortalizas que había estado hirviendo. Todo ello acompañado por un vino de la tierra. Además les ofrecieron de postre nueces, miel, ciruelas y “fragantes manzanas en anchos canastos y purpúreas uvas de las vides recolectadas”. Y lo más importante: todo esto lo hicieron con “caras amables y buena voluntad.”
Respecto al vino nos cuenta Ovidio que se sirvió en crátera “cincelada en plata”. La crátera era un recipiente de boca muy ancha donde se mezclaba el vino con agua. A pesar de este “bautizo” del vino o tal vez precisamente por ello, los romanos lo bebían en grandes cantidades. Para ellos era un alimento, así que no lo escatimaban. Los esclavos, según el tacaño y avariento Catón, debían beber cinco litros de vino a la semana. Los hombres libres duplicaban fácilmente esa cantidad.
Para coger el vino de la crátera existían unos recipientes especiales, denominados cálices o kylis, con un asa muy grande. Los que Filemón ofreció a sus divinos huéspedes eran de madera de haya e impermeabilizados con cera, algo típico de los pobres.
Pero de repente los ancianos descubrieron algo que los sobrecogió: por más que sus huéspedes bebían y bebían, la crátera siempre estaba llena. Así se enteraron de que eran dioses: “Entre tanto, tantas veces apurada, la crátera se rellena por voluntad propia, y por sí mismos ven recrecerse los vinos: atónitos por la novedad se asustan y con las manos hacia arriba musita Baucis plegarias.”
Filemón piensa asustado que han ofrecido un pobre ágape a sus divinos huéspedes e intenta poner remedio a tan penosa situación. Sólo tienen un ganso y los dos ancianos deciden sacrificarlo para ellos.
Pero el animal era muy ágil y veloz y ellos lentos y torpes por la edad. El ganso se escapa y se refugia entre los pies de los dioses y “los altísimos impidieron que lo mataran.” Habían dado pruebas suficientes de su hospitalidad y respeto a los dioses.
Rembrandt: Filemón y Baucis, año 1658. 55 x 69 cm. National Gallery of Art, Washington
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A continuación les explicaron su propósito de castigar a todos los que no habían cumplido el sagrado deber de la hospitalidad: “Dioses somos, y sus merecidos castigos pagará esta vecindad impía”.
Les tranquilizaron diciendo que ellos quedarían a salvo porque habían honrado a los dioses ofreciéndoles lo que tenían. Pero deberían abandonar su cabaña y seguirlos hasta lo alto del monte.
“Obedecen ambos, y ayudándose con sus bastones se afanan en ascender la larga cuesta”. Aún les faltaba un pequeño tramo para llegar a la cumbre cuando volvieron su vista atrás y observaron espantados cómo una terrible inundación había arrasado toda la ciudad y sólo los tejados emergían de la aguas. La otrora populosa urbe era ahora una laguna.
Entonces habló Zeus: “Decid qué deseáis, justo anciano y digna mujer de su esposo justo”.
Los esposos deliberaron y finalmente pidieron dos cosas. La primera ser sacerdotes del templo en el que se había convertido su cabaña para cuidarlo y honrar a los dioses. Y la segunda, que ninguno de los dos pasase por el dolor de ver morir al otro, sino que la muerte se los llevara juntos.
“Ser sus sacerdotes, y los santuarios vuestros guardar solicitamos, y puesto que concordes hemos pasado los años, nos lleve a los en dos una misma hora, y no de la esposa mía alguna vez las hogueras yo vea, ni haya de ser sepultado yo por ella.”
Y así se cumplió y pasaron el resto de sus años en el templo. Un día, sentados ambos en la escalinata de mármol, Baucis observó que a Filemón le salían hojas del cuerpo y éste vio lo mismo en Baucis. Supieron que había llegado su hora y que los dioses se los llevaban juntos. Mientras la vegetación invadía sus cuerpos, tuvieron ocasión de decirse adiós antes de que la corteza cubriera sus rostros.
Dibujo del siglo XVIII mostrando la metamorfosis de Filemón y Baucis.
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Y según Ovidio: “Todavía los naturales del país pueden mostrar un árbol con dos troncos gemelos. Esto me contaron unos ancianos (y no tenían motivo para engañarme). Yo mismo vi guirnaldas pendientes de sus ramas y yo mismo puse otras diciendo: "Sean dioses los que así fueron tratados por los dioses y sean honrados con culto los que culto les rindieron".
Como podéis observar es un hermoso relato. Para nosotros es ante todo un canto al amor conyugal, capaz de vencer las barreras del tiempo y del deterioro que impone a los cuerpos pero no a los espíritus.
Para los antiguos griegos y romanos era además un ejemplo de cómo se debe honrar a los dioses y cómo los dioses premian la virtud y castigan a los impíos que no les dan culto ni practican la virtud de la hospitalidad. En definitiva todo es amor: amor conyugal, amor al prójimo y amor a los dioses. Unos valores morales que los humanistas del Renacimiento supieron ver y admirar.
Sí, has visto bien: se trata de una marca de pantalones vaqueros. El marketing actual sabe la fuerza del amor y lo ha comercializado todo: el amor de la Navidad, el de Santa Claus, el de San Valentín y como podéis ver el de Filemón y Baucis.
Ya lo decía Quevedo: “Poderoso caballero es Don dinero”. Lo compra todo, lo domina todo, lo corrompe todo… porque son muchos a los que no les importa dejarse comprar, dominar y corromper por él.
Afortunadamente son también muchos los que saben dar su justo valor a los valores materiales y a los del espíritu y de la cultura, la música, la poesía, el arte… Los miembros de AGORABÉN algo sabemos de eso.
Me ha gustado muchísimo el relato y también cómo lo has contado, ¡¡magnífico!! Estoy de acuerdo que es (como tu dices) un canto al amor conyugal, pero también me recuerda muchos cuentos donde la moraleja siempre era que el bueno era premiado y el malo castigado. Y recuerdo lo agusto que nos quedábamos los niñ@s al final, cuándo los malos recibían el castigo. Animales y personas. Claro que estos cuentos antiguos nada tienen que ver con la realidad...
ResponderEliminarUn placer leerte Paco. No he sido alumna tuya ni he acudido a tus clases pero ahora disfruto con tu blog. ¡Enhorabuena!
ResponderEliminarMagnifico trabajo, excelente. Tot i q estaria millor en català!!
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