Los mitos de Eolo y otros dioses del viento en el mundo clásico o la divinización de las fuerzas de la naturaleza.
Ya hemos visto en entradas anteriores que los mitos eran relatos situados en los tiempos primigenios cuyos protagonistas eran dioses y personajes fantásticos. Su objetivo era explicar el por qué suceden las cosas y su origen. Es la respuesta al eterno “¿por qué?” que nos hacemos de niños y que nos acompaña toda la vida. Los mitos ofrecían explicaciones a todos esos interrogantes, acompañadas de enseñanzas morales.
Hasta ahora hemos visto mitos que explicaban sobre todo la conducta humana, tanto la virtuosa como la censurable. Pero los mitos también explicaban la realidad física, el mundo que nos rodea. Y en esta entrada veremos uno de esos elementos naturales. Analizaremos la naturaleza y comportamiento de los vientos tal como lo veían las personas en el mundo antiguo y la actitud del ser humano ante estas importantes fuerzas de la naturaleza.
Los vientos, denominados “ánemoi” en griego y “venti” en latín, eran dioses y se representaron como personajes masculinos alados, jóvenes o viejos según sus características. Esta personificación masculina, con los carrillos hinchados y soplando, era más usual. Pero antiguamente había habido otra forma de representarlos: como caballos encerrados en los establos de Eolo. De ello quedaron vestigios en los mitos.
En la mitología griega y romana había muchos vientos pero todos dependían del dios Eolo, que los gobernaba a su antojo con mano de hierro. Aunque solía liberarlos de forma ordenada, según las estaciones, a veces se enfurecía y entonces los efectos de sus vientos maléficos eran terribles para la navegación, las cosechas e incluso para la vida humana. Traían la tempestad en el mar y el pedrisco, las lluvias torrenciales y las inundaciones en tierra, destruyendo cosechas, ganados, casas, etc. y dejando a su paso una estela de muerte, hambre y lamentos.
La actitud de los humanos era de total impotencia frente a estas catástrofes. No tenían más remedio que aceptar la voluntad caprichosa de los dioses que tan pronto daban bienestar como calamidades. Pero no se resignaron del todo e intentaron que les fueran propicios mediante sacrificios, culto y conjuros mágicos.
Por esta causa los vientos acabaron siendo divinizados en el mundo clásico. Aunque en Grecia tenían nombres diferentes a los de Roma, sus atributos eran similares. Eran imprescindibles para la navegación, prácticamente el único uso que supieron dar a la energía eólica en Grecia y Roma, ya que los molinos de viento se inventaron más tarde. Bueno, hay quien afirma que fueron inventados en el siglo I a.C. por Heron de Alejandría, que es famoso porque fue el primero en aplicar la energía del vapor para mover objetos. Pero ni molinos de viento ni máquinas de vapor tuvieron éxito en el mundo antiguo ya que los esclavos resultaban más baratos que las máquinas. Hubo que esperar al siglo VII para difundir los molinos de viento y al XVIII para la máquina de vapor. Así que sigue en vigor la afirmación anterior: los clásicos sólo aprovecharon el viento para la navegación y poco más.
Eolo, el señor de los vientos.
Como es habitual en la Mitología clásica los diversos relatos no concuerdan entre sí. En el caso del dios Eolo, que gobernaba a los vientos, la cosa es mucho más compleja porque había tres Eolos distintos y ni siquiera en la antigüedad sabían distinguirlos con certeza. En el siglo I a.C. el escritor siciliano Diodoro Sículo intentó poner orden en este caos pero no tuvo mucho éxito. Por eso he tenido que utilizar mi criterio para contaros estas historias de dioses benéficos y maléficos.
Uno de los relatos más antiguos sobre Eolo está en la Ilíada y en la Odisea, dos obras atribuidas tradicionalmente a Homero, aunque hoy día se duda de la existencia de este autor. Fueron escritas en el siglo VIII o VII a.C. recogiendo relatos que anteriormente habían circulado oralmente durante siglos, así que en realidad son mucho más antiguos.
En la Ilíada se nos cuenta que cuando Patroclo murió frente a Troya, su compañero Aquiles no podía hacerle unos funerales dignos porque la pira funeraria no se encendía por falta de viento. Entonces prometió hacer sacrificios a los vientos. La diosa Iris se apresuró a buscarlos y los encontró dándose un festín en la morada de Céfiro, en Tracia. Por los ruegos de Iris los dioses-viento Bóreas y Céfiro, sus hermanos, abandonaron tan placentero menester y cruzaron raudos el mar tracio hasta Asia, haciendo que ardiera la pira de Patroclo, el gran amor de Aquiles. Parece claro que Eolo daba a algunos dioses-viento más libertad que a otros por lo que Bóreas y Céfiro actuaron de forma autónoma.
En la Odisea se dice que Eolo era Rey o Señor de los Vientos y que vivía en una isla de Eolia con sus seis hijos. Pero además tenía seis hijas que se habían casado con sus hermanos, sin que este incesto molestase a nadie. Zeus le había dado el poder de controlar los vientos y Eolo los administraba con un dominio absoluto, encerrándolos o liberándolos a su antojo.
Durante su larguísimo retorno a Ítaca Odiseo (o Ulises según los romanos), visitó la isla de Eolo que, cumpliendo con las leyes sagradas de la hospitalidad, le acogió muy bien. Al despedirse le entregó un odre que contenía todos los vientos, indicándole que debía utilizarlo con sumo cuidado. Sin embargo, la tripulación de Odiseo creyó que la bolsa contenía oro y la abrió, provocando graves tempestades que les desviaron de su ruta a casa. La nave terminó regresando a Eolia, pero Eolo se negó a ayudarlos de nuevo y el periplo de Odiseo se eternizó. Pero eso es otra historia.
Hay otro relato más moderno, del siglo I a.C., proporcionado por Diodoro Sículo en su libro “Biblioteca histórica”. Intenta hacer una auténtica historia y no relatos fantasiosos e ilógicos como los que proporcionaban los mitos. Por eso racionalizó el relato clásico, que perdió el encanto e ingenuidad que le caracterizan pero sin conseguir ser un relato histórico porque no se basaba en hechos comprobados sino en leyendas. Según cuenta, Eolo era hijo de Mimante y nieto del rey Eolo Helénida. Acudió a la isla de Lípari, donde reinaba el rey Líparo y le ayudó a apoderarse de un territorio vecino. Agradecido por esta ayuda de Eolo, el rey le entregó a su hija Cíane en matrimonio y acabó convertido en rey de la isla. Era piadoso, justo y cumplía con el precepto de la hospitalidad a los extranjeros. Además enseñó a los navegantes el manejo de las velas y se decía que era capaz de predecir los vientos. Sólo menciona a sus seis hijos, sin decir nada de las hijas y de su incesto. Eran otros tiempos. Como veis es un relato muy racional que intenta convertir el mito en Historia, pero carente de base histórica.
En la Eneida vemos un ejemplo de cómo los dioses debían recurrir a Eolo. Nos cuenta que Juno, Hera para los romanos, quería impedir que Eneas llegase a Italia. Para ello ofreció al dios de los vientos la ninfa Deyopea, la más hermosa de la catorce que formaban su cortejo. La haría su esposa a cambio de que sus vientos impidiesen que la flota de Eneas desembarcase en Italia. Eolo envió una tempestad y la flota de Eneas naufragó, con lo que Hera cumplió su palabra.
Los dioses-viento y los humanos.
Además de Eolo había en el mundo clásico muchos otros dioses del viento. En general tenían relación con los puntos cardinales (el lugar desde donde soplaban) y se relacionaban con las estaciones del año, las cosechas y las situaciones meteorológicas habituales. Al principio los griegos no sabían con certeza cuantos dioses-viento tenían. A partir de Aristóteles se racionalizó el tema y los filósofos hablaron de vientos, no de dioses, pero la mayoría de la población los seguía considerando divinidades a las que convenía propiciar. Hacia el año 27 a.C. el famoso arquitecto Vitrubio, en su tratado “De Architectura” (I, 6) se preguntaba por el número de vientos y concluía que eran ocho, cuatro por cada punto cardinal y otros cuatro por los intermedios. Seguía el modelo representado en La Torre de los Vientos de Atenas, entonces recién construida.
Según Hesíodo los vientos benéficos, a los que Eolo solía dejar sueltos, eran Noto, Bóreas y Céfiro. Además había unos vientos terribles, destructivos, hijos de Tifón, un gigante nacido de la unión de Gea y Tártaro. Estos hijos de Tifón se denominaban “vientos de tempestad” y Eolo los guardaba encerrados en sus establos porque eran malvados y violentos, equivalentes masculinos de las arpías. De ahí que hoy día tifón sea sinónimo de ciclón o huracán.
Tener propicios a estos vientos era muy importante. Para contentarlos se sacrificaban corderos negros a los vientos destructivos y blancos a los favorables.
Los griegos tenían también conjuros específicos para cada viento y familias de magos especializados en ellos. Un caso famoso fue el del filósofo Empédocles de quien se contaba que había logrado acabar con los vientos que traían enfermedades a Agrigento y que por ello recibió el nombre de “Colysanemon” que significa “el que hace cesar el viento”.
Algunos remedios para evitar sus efectos destructores nos parecen hoy día de lo más chocante. Según Plinio (Nat. Hist. XXVIII, 77) el granizo y las tormentas podían ser evitados por una mujer que estuviese menstruando y se desnudase de cara a los vientos que transportaban esa tempestad. Se creía que ofrecer sangre a los vientos los calmaba y que la sangre menstrual tenía poderes especiales y por ello era la mejor. Añade Plinio que era un remedio eficaz para desviar la cólera del cielo y las tempestades.
Había otro rito relacionado con la sangre, en este caso de un animal, como remedio para acabar con la tempestad de granizo. Nos lo cuenta Pausanias, historiador del siglo II: «Mientras cae todavía el viento, dos personas parten en dos a un gallo que tenga las alas absolutamente blancas; salen corriendo por el contorno de las viñas en direcciones opuestas y lleva cada uno consigo la mitad del gallo; cuando han regresado al punto de partida, la entierran allí. Éste es el procedimiento que han ideado para combatir el viento”.
Está claro que los griegos atribuían muchas calamidades a los vientos y la mejor solución que encontraron fue divinizarlos y ofrecerles sacrificios y conjuros. A lo largo de los siglos les erigieron altares y templos. Bóreas tenía un templo en el río Iliso, en el Ática, y Céfiro un altar en el camino sagrado a Eleusis. Según el ya citado Pausanias cerca de la ciudad de Titane se alzaba el llamado “Altar de los Vientos”, donde una noche al año, un sacerdote sacrificaba a los vientos. Además, para rendir su fuerza desatada, realizaba ritos secretos en cuatro hoyos mientras entonaba los hechizos de Medea.
Los dioses-viento más importantes.
Además de Eolo, que regía los vientos, había otros dioses-viento que tuvieron su propia narración mitológica y participaron en varios episodios junto a los dioses y héroes. Se trata de Bóreas y Céfiro.
Bóreas.
Bóreas significa ‘viento del norte’ o ‘devorador’ en griego y se le llamaba Aquilón en Roma. Hijo de Astreo y de Eos, era el dios del frío viento del norte que traía el invierno. Era muy fuerte y tenía un carácter violento. Se representaba como un anciano alado con barbas y cabellos desgreñados, llevando una caracola y vistiendo una túnica de nubes.
En las épocas más antiguas fue representado por un caballo, encerrado en su establo por Eolo. Posteriormente se decía que había adoptado la forma de semental y había procreado unos corceles tan rápidos como su padre el viento. Eso dio origen a creencias como la relatada por Plinio el Viejo (Historia Natural IV.35 y VIII.67) según el cual las yeguas podían ponerse con sus cuartos traseros hacia el viento del norte y engendrar potros sin un semental.
Los griegos creían que el hogar de Bóreas estaba en Tracia, y tanto Heródoto como Plinio denominan Hiperbórea ("más allá de Bóreas") a todas las tierras situadas al norte de esa región.
Un tema muy reproducido en el Arte fue el rapto de la princesa Oritia. Bóreas se enamoró ardientemente de esta ateniense, hija del rey Erecteo. El padre de la joven se había negado en redondo a concedérsela en matrimonio. Ponía como excusa el frío que reinaba en Tracia, de donde era rey el pretendiente. Pero sobre todo estaba el mal recuerdo que los reyes de Tracia habían dejado en Atenas desde la violación de Filomela por Tereo.
La negativa de Erecteo aumentó aún más el deseo de Bóreas y lleno de furia sopló hacia Atenas levantando terribles torbellinos de viento. Uno de ellos arrebató a la princesa que voló por los aires y fue conducida hasta Tracia, donde la convirtió en su esposa y compartió su reino. El matrimonio tuvo dos niños, Zetes y Calais, a los que luego les saldrían alas. También tuvieron dos niñas: Quíone y Cleopatra.
Céfiro.
Para los griegos Céfiro, hermano de Bóreas, era un viento amable ya que, soplando desde el oeste, traía las suaves brisas de la primavera. Era por tanto un viento fructificador que vivía en una cueva de Tracia.
Tenía varias esposas. Una era su hermana Iris, la diosa del arco iris. Raptó a otra de sus hermanas, Cloris en griego y Flora en latín, diosa del reverdecer de la primavera, con la que tuvo un hijo, Carpo es decir “fruta”. También se cuenta que fue amante de la arpía Podarge, con la que engendró a Balio y Janto, los caballos de Aquiles.
Está clara la relación de este dios con el retorno a la vida que supone la primavera y su promesa de abundantes cosechas. Por otro lado su paternidad de los caballos de Aquiles nos recuerda la fase primitiva en la que estos dioses del viento se identificaban con caballos, no con humanos.
Otros dioses.
- Noto era el viento del sur que traía las tormentas de finales del verano y del otoño.
- Euro era el viento del este, que no estaba asociado con ninguna de las tres estaciones griegas
- Cecias, Caecius en Roma, era el dios del viento del noreste que lanzaba el granizo. Se le representa como un hombre alado, viejo, con barba, vestido con túnica larga. Sostiene entre sus manos una cesta llena de granizo.
- Apeliotes, denominado Aegeste en Roma, era el dios-viento del sureste. Encargado de hacer madurar las frutas y el trigo, a veces se le llama "El viento del Otoño". Tenía su morada cerca del palacio de Helios, el Sol, en Oriente, y se encargaba de ir guiando los rayos del Sol naciente. Se representa como un hombre alado, joven, sin barba, vestido con túnica, y calzando coturnos. Lleva en sus manos o en su manto, gran cantidad de frutas y granos.
- Kaikías, en Roma Corus, era el dios-viento del noroeste, frío y seco, asociado al inicio del invierno. Por eso se representa como un hombre alado, viejo, barbudo, con el cabello desordenado, con túnica y coturnos. Transporta una vasija de bronce con cenizas que va esparciendo a su paso anunciando la muerte de la naturaleza que llegará con el invierno.
- Libis o Lipsis, en latín Afer o Africus ventus (viento africano) era el dios-viento del suroeste. Se representa como un hombre alado, muy joven, sin barba, con túnica y descalzo, sosteniendo entre sus manos el timón de una nave indicando que dirige la navegación.
Siempre me han gustado las personificaciones en los mitos. Ves el rostro a los fenómenos de la naturaleza (los dedos rosados de la aurora) y también de las percepciones abstractas como el tiempo. Tienen un perfume poético que las explica. Bien está que entendamos las cosas de manera científica, pero qué podría expresar mejor que los versos la dulzura del viento en el campo que estos versos de san Juan de la Cruz. Esto nos regalaron los mitos.
ResponderEliminarDetente, cierzo muerto;
ven, austro, que recuerdas los amores,
aspira por mi huerto
y corran sus olores
y pacerá mi amado entre las flores.
Gracias por seguir recordándonosl
Un artículo fabuloso,gracias!!!
ResponderEliminarno se si estoy mal en dónde pondrían al Huracán de los mayas que es una fuerza descomunal de los vientos
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