Selene, la Luna, diosa mitológica y objeto celeste de poderoso y fascinante influjo, inspiradora de poetas y artistas.
Francisco Amillo
El ser humano tiene la capacidad de valorar subjetivamente lo que observa. Por eso un mismo objeto o suceso puede despertar reacciones, emociones y sensaciones muy distintas. La Luna, el objeto celeste que me gustaría comentar hoy, es un buen ejemplo ya que se ha visto desde muy variados puntos de vista: religioso, mitológico, científico, romántico, artístico, etc.
Para mi generación la Luna ha constituido sobre todo un reto científico y tecnológico, algo que tiene muy poco que ver con la magia y el romanticismo que se le suele atribuir. Esta visión del astro nocturno empezó con la Guerra Fría cuando Kenedy, presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, se propuso poner un hombre en nuestro satélite. Era preciso desquitarse del gran triunfo de la Unión Soviética con su Sputnik, el primer satélite artificial.
Astronautas norteamericanos pisaron la polvorienta superficie de la Luna y pudimos ver, atónitos, sus primeros pasos por ella por primera vez en la historia. También fuimos los primeros humanos en ver su cara oculta y en tener y analizar fragmentos de sus rocas, que se examinaron con detalle para conocer la estructura de ese cuerpo celeste. Con la ayuda del laser, invento norteamericano, pudimos conocer su distancia exacta de la Tierra. Al final se sabían tantas cosas sobre nuestro satélite que dejó de interesar a la opinión pública y su atención se volcó sobre Marte, el planeta rojo.
Ese parece haber sido el sino de la Luna a lo largo de la Historia, centro de interés primero y desinterés después.
Nuestros remotos antepasados de la Prehistoria observaron la Luna y sus movimientos regulares atravesando cada noche la oscura bóveda celeste tachonada de brillantes estrellas. Un espectáculo tan soberbio que la divinizaron y utilizaron sus movimientos perfectamente regulares como calendario. Y es que cada una de las cuatro fases de la Luna dura siete días y medio y las cuatro juntas treinta días. Así surgieron nuestros conceptos de semana y mes.
La regularidad de los movimientos de la Luna a lo largo del firmamento se aprovechó para crear los primeros calendarios que fueron lunares con meses de 30 días y cuatro semanas. |
En esa época prehistórica nuestros antepasados aún no conocían la escritura pero anotaron los movimientos de la luna grabándolos en la roca y ese conocimiento les permitía predecir sus eclipses, fenómeno que, en su opinión, presagiaba grandes calamidades.
Los prehistoriadores habían encontrado una serie de petroglifos, es decir grabados en la roca, que no supieron interpretar y creyeron que era una manifestación de arte abstracto. Posteriormente la arqueoastronomía demostró que las gentes de la Prehistoria europea habían hecho observaciones lunares durante grandes períodos de tiempo y que habían transmitido sus conocimientos de generación en generación. Para eso utilizaban sus petroglifos.
Petroglifos con calendario lunar en la "Piedra de la Luna" que se halló en Knowth, Irlanda, y que data del 3.000 a.C. |
Además, como la Luna regía el mundo durante la noche, fue divinizada y se le rendía culto como diosa de la fecundidad. Tenemos un ejemplo de ello en un abrigo rocoso de Cogul, Lérida, donde hacia el 5.000 a.C., unos anónimos artistas pintaron una danza ritual tan famosa que aparece en casi todos los manuales de Historia del Arte. Unas figuras de mujer, identificadas como tal por sus largas cabelleras, grandes pechos y faldas desde la cintura hasta debajo de las rodillas, bailan alrededor de un personaje masculino desnudo, que sólo lleva unos adornos en las rodillas. Su falo erecto indica que estamos ante una danza de la fertilidad, pero poco más podríamos decir. Afortunadamente tenemos el testimonio de Estrabón (64 a.C.-24 d.C.) que en su Geografía, al referirse a Iberia, describe una ceremonia similar a la de esta pintura, lo que demuestra la larga supervivencia de estos cultos. Nos explica que en esas ceremonias el hombre alrededor del cual danzaban las mujeres realizaba el acto procreador con ellas en las noches de luna llena, relacionada con la fertilidad. Estas prácticas duraron en algunas regiones de España hasta el siglo XVII. Terminaron porque la Inquisición consideró estos ritos, denominados aquelarres, como acto de brujería y los persiguió con dureza.
El descubrimiento de la agricultura llevó a sustituir el calendario lunar por el solar, mucho más complejo pero imprescindible para conocer el momento de las distintas tareas agrícolas. El Sol fue divinizado y se convirtió en el dios principal, otorgador de cosechas y por tanto de la supervivencia humana.
La Luna quedó en segundo lugar, pero siguió conservando su carácter de divinidad de la fecundidad. Si sigues leyendo este artículo tendrás ocasión de comprobar que ese fenómeno se ha repetido en culturas muy diferentes y en épocas muy distantes.
Y un dato curioso: aunque para nosotros, herederos de la cultura clásica, la Luna sea una divinidad femenina, en otras civilizaciones era un dios masculino.
En el antiguo Egipto Min era un dios lunar muy antiguo ya que su culto se remontaba a la época predinástica. Aunque inferior a Ra, el Sol, era una divinidad que seguía relacionada con el calendario y que aseguraba la fertilidad y la abundancia.
En la antigua Mesopotamia es frecuente la aparición en diversos relieves de las tres divinidades más importantes de su panteón: el Sol, la Luna y Venus representados respectivamente por un disco, un creciente y una estrella.
Entre los sumerios Nannar, llamado también Sin, era el dios masculino de la Luna y se le representaba como una media luna creciente. Antiquísimo dios protector de los pastores, durante la dominación de Ur (entre el 2600 y 2400 a. C.) fue el dios supremo, «padre de los dioses», «jefe de los dioses», «creador de todas las cosas».
También era «sabiduría» porque en la astronomía mesopotámica la observación de las fases de la luna era muy importante a la hora de establecer horóscopos, actividad inventada por los sacerdotes. Posteriormente con los acadios la importancia del dios Sol lo redujo a un segundo lugar y finalmente su hija Ishtar heredaría su papel lunar entre los babilonios.
Estela cartaginesa con el símbolo de la diosa Tanit coronado por un creciente. Como en muchos otros pueblos era una deidad lunar cuyo culto iba asociado a la fecundidad. |
En la mitología griega la diosa lunar era Selene y su equivalente romano fue Luna. Presidía la noche recorriendo el firmamento y en sus orígenes era también, como en muchas culturas, diosa de la fertilidad de la Naturaleza.
Las noticias más antiguas sobre ella proceden de Hesíodo que en su "Teogonía" (371–4) narra cómo Hiperión, el titán guardián del Sol, desposó a su hermana Theia o Tea que le dio tres hijos, el Sol, la Luna y la Aurora:
"Tea concibió del amor de Hiperión y dio a luz
al gran Helios y las brillantes Selene y Eos,
que traen la luz a todos los mortales de esta tierra
y a los inmortales dioses que gobiernan el ancho cielo"
Pero como en la mitología clásica es difícil que haya consenso sobre el origen de los dioses, hay otras versiones nos dicen que Selene era hija del titán Palas o de Helios.
Lo que sí está claro es que Helios recorría el firmamento durante el día guiando su carro tirado por blancos corceles. A continuación la Noche extendía su manto que cubría el firmamento y Selene hacía el mismo camino que su hermano en un carro tirado por caballos o bueyes blancos.
Como divinidad de la noche Selene era la diosa de la fertilidad y del amor. Por eso se le atribuían numerosos amoríos. El Himno Homérico XXXII, dedicado a Selene, le atribuye amoríos con Zeus, con quien había tenido una hija, Pandia, que significa "toda brillo" o "brillante": “En el centro del mes, durante la noche, cuando tu inmenso orbe esta lleno, los cielos nos derraman vivas claridades; un signo memorable aparece a los humanos. Entonces Selene, enamorada, se unió a Zeus: de esta unión nació Pandia, bella entre todos los inmortales”.
Pero otras fuentes afirman que el padre de Pandia había sido el dios Pan, quien en Arcadia le había obsequiado a Selene con una manada de bueyes blancos y por esa causa a veces son bueyes de ese color los que tiran de su carro por la noche.
De todas formas la versión de sus amoríos que más se difundió fue su relación con un humano, el bello y joven Endimión, que según unas fuentes era rey y según otras pastor de Eolia.
De acuerdo con el relato de Quinto de Esmirna en su "Caída de Troya" Endimión, en las noches de verano se sentaba a la entrada de su cueva y observaba el firmamento, sobre todo los desplazamientos de Selene. Se convirtió, según Plinio el Viejo, en el primer humano en observar los movimientos de la Luna lo cual resulta muy poético pero nada cierto.
Siguiendo con el mito, Selene se sintió observada y captó la admiración de Endimión, lo que la halagó sobremanera. Así que una noche, cuando el joven dormía, bajó de su carro celeste, se acercó a él y al instante se sintió cautivada por su belleza. Repitió sus visitas todas las noches y el amor y la felicidad de ambos fueron inmensos.
Detalle de un sarcófago romano en la que vemos que Selene se apea de su carro para ver a Endimión dormido. El manto que lleva Selene es uno de sus atributos y simboliza el manto de oscuridad que lleva la Noche.
En el siglo III a.C. Apolonio de Rodas en su obra "Argonautica" (4.54) describe la fuerte pasión amorosa en la que ardía Selene. Ésta había visto que Medea abandonaba por la noche y con gran sigilo la casa de su padre para reunirse con Jasón y entonces "Selene, que comenzaba a elevarse sobre el horizonte, viendo la congoja que la agitaba [a Medea], quedó encantada y contenta y se dijo a sí misma: "Por tanto, no soy la única que se deja arrastrar por el amor, cuando visito la cueva del Monte Latino y ardo por el bello Endimión. Tu misma, ¡oh desvergonzada! que tan a menudo me has recordado mi ternura en cantos insidiosos a fin de poder en mi ausencia preparar a tus anchas tus encantamientos a favor de las tinieblas, tu experimentas en el presente una pasión similar..."
Según la "Biblioteca Mitológica" de Apolodoro (siglo II d.C), el amor de Selene por Endimión era tan grande que pidió a Zeus que otorgase algún favor especial a su amante. El padre de los dioses preguntó a Endimión qué don prefería y tras pensarlo detenidamente "pidió dormir eternamente conservándose siempre joven e inmortal". Así la inmortal Selene podría bajar todas las noches y ambos gozarían de su apasionado amor.
Este aspecto del sueño eterno de Endimión se repite con diversas variantes en otros autores clásicos, así que hay versiones para todos los gustos y yo he escogido la que me ha parecido más romántica.
Siendo los dos inmortales y Selene diosa de la fertilidad sucedió lo que nos cuenta Pausanias, geógrafo griego del siglo II d.C.: ella y Endimión tuvieron cincuenta hijas, las cincuenta lunas que contaban los griegos para volver a celebrar los Juegos Olímpicos.
Pero tal como había pasado en Egipto y Mesopotamia, la importancia de Selene fue disminuyendo conforme avanzaba la civilización griega. El culto a Helios, su hermano, acabó eclipsándola. Cuando finalmente las fuerzas de la naturaleza y los astros divinizados se personificaron, Helios fue asimilado a Apolo que además de dios del Sol lo fue de la música y de la Belleza. Selene se personificó también como una joven de gran belleza y se le representaba con una luna creciente sobre su frente llevando una antorcha y cubriéndose con un manto.
Estatua romana que representa a Selene-Luna. El manto y la antorcha aluden a su carácter nocturno mientras que la media luna sobre su cabeza es su símbolo identificativo.
Al igual que muchos pueblos antiguos, los griegos habían creado el mito como forma de explicar el mundo y el comportamiento de los humanos pero, a diferencia de los demás, no se detuvieron ahí. A partir del siglo V a.C. ya habían consolidado una nueva forma de conocer y explicar la naturaleza y el hombre: el "logos" o ciencia, que finalmente sería la triunfadora.
Mito y logos coexistieron durante mucho tiempo porque la fuerza emocional y la profunda descripción de las interioridades del ser humano que hay en los mitos clásicos nos han cautivado en todas las épocas. Por eso el mito de Selene aún perdura entre nosotros pues todavía hay quien cree en el poderoso influjo de la Luna. Así la madera cortada en la fase lunar adecuada no será atacada por la carcoma, ciertos cultivos, hechos en determinada fase lunar, tienen garantizada una buena cosecha y durante siglos se creyó que había una relación directa entre los ciclos lunares y los de la fertilidad femenina.
Tal vez el caso más llamativo sea el de los enfermos “lunáticos”, caracterizados por sus ataques intermitentes de locura que coinciden a menudo con la luna llena. De ahí que en la antigua Grecia la epilepsia fuera considerada como una enfermedad provocada por la Luna y denominada "la enfermedad sagrada". Quinto Sereno atribuía el mal a un dios que actuaba a través de la Luna. El enfermo era intocable, pues el que lo intentara podía ser poseído también por el espíritu maligno y contraer la enfermedad.
Fue Hipócrates el que al utilizar el logos para explicar la enfermedad le atribuyó un origen natural. Selene seguía perdiendo importancia.
El logos también se aplicó a la Luna y se estudiaron racionalmente sus movimientos calculando matemáticamente su trayectoria, eclipses, etc., con lo que perdió su carácter divino. Quedó convertida en un cuerpo celeste que brillaba en el firmamento porque reflejaba la luz del sol. Era como una Tierra en pequeño y hasta tenía habitantes, los selenitas. Al menos así puede deducirse de los "Relatos Verídicos" título irónico de un libro de Luciano de Samósata, escritor del siglo II d.C. en el que describe un viaje a la luna del que entresaco los párrafos siguientes (libro I, 11-25). Observad quien era el rey de los selenitas:
"sobrevino de repente un tifón que hizo girar la nave y, elevándola por el aire unos trescientos estadios, no la dejó descender al mar, sino que, hallándose en las alturas, sopló viento sobre su velamen y la arrastraba a vela hinchada.
Por siete días y otras tantas noches viajamos por el aire, y al octavo divisamos un gran país en el aire, como una isla, luminoso, redondo y resplandeciente de luz en abundancia. Nos dirigimos a él y, tras anclar, desembarcamos, y observando descubrimos que la región se hallaba habitada y cultivada. Durante el día nada divisábamos desde allí, pero al hacerse de noche empezaron a aparecérsenos muchas otras islas próximas —unas mayores, otras más pequeñas— de color semejante al del fuego. Vimos también otro país abajo, con ciudades, ríos, mares, bosques y montañas, y dedujimos que era la Tierra.
[...] "Dichos cabalgabuitres tienen como misión sobrevolar el país y conducir ante el rey a cualquier extranjero que encuentren; por ello, nos detuvieron y condujeron ante él. Éste, después de observarnos y deducirlo de nuestros vestidos, dijo: «Vosotros sois griegos, ¿verdad, extranjeros?» Al confirmárselo nosotros, preguntó: «¿Y cómo habéis llegado hasta aquí, tras atravesar un gran trecho por el aire?» Nosotros le explicamos todo. Entonces comenzó él a contarnos su propia historia: era también un ser humano, llamado Endimión, que había sido raptado de nuestro país mientras dormía y, una vez allí, llegó a ser rey del territorio. Decía que aquel país era la Luna que vemos desde abajo. Nos exhortó a confiar y no temer peligro alguno, ofreciéndonos cuanto necesitáramos."
[...] "el propio Endimión me rogó que permaneciera a su lado y participara en la colonización, prometiendo darme en matrimonio a su propio hijo, pues allí no hay mujeres; mas yo no acepté en modo alguno, y le rogué que me dejara descender al mar. Cuando comprendió que no lograría convencerme, nos dejó partir, tras hospedarnos siete días."
Selene había descendido de diosa a planeta al cual, en épocas posteriores, se hicieron otros viajes literarios destacando los de Cyrano de Bergerac y de H. G. Wells en los que se realiza una crítica social a partir de la descripción de los selenitas. Son relatos que tienen poco que ver con el que redactó Julio Verne, precursor de la ciencia-ficción, y esa visión científica es la que ha predominado hasta nuestros días.
Una visión científica que es simultánea a la visión subjetiva que se ha producido en el arte desde el siglo XIX. Comenzó con los poetas románticos que cantaban sus desdichas amorosas a la luz de la Luna y continuó con la proyección de obsesiones y angustias interiores como hicieron Van Gogh o Edvard Munch.
El arte del siglo XX también ha reproducido la Luna, aunque al haber utilizado un lenguaje de tipo abstracto el resultado fue una visión mucho más fría, propia de nuestra época.
Wassily Kandinsky en “La gran puerta de Kiev” la reproduce como un objeto claramente identificado dentro de un conjunto predominantemente geométrico y abstracto, de formas y colores totalmente subjetivos. Es un boceto de los decorados para la escena 16 de la obra de de Modest Músorgski “Cuadros de una exposición”, que se estrenó en 1928. Pretendía que las imágenes abstractas complementaran las asonancias y discordancias de la música. Para él cada color estaba asociado a un sonido con lo que un cuadro no sólo se percibe con la vista sino también con el oído.
Vasily Kandisky: “La gran puerta de Kiev”, 1928. Acuarela y tinta china sobre papel 20,8 x 34,5 cm. Universidad de Colonia. |
Joan Miró también representó la Luna en numerosas obras. Os pongo una que tiene un título muy original: “El pájaro relámpago cegado por el fuego de la luna”, de 1955. Formas lineales, manchas coloreadas de contornos muy precisos sobre un fondo plano de calidad nebulosa y gran luminosidad. Algunos críticos dicen que es una obra “con una musicalidad y un lirismo sorprendentes [...] el conjunto parezca flotar en un espacio etéreo.” ¿Es esa tu opinión?
Joan Miró: “El pájaro relámpago cegado por el fuego de la luna”, 1955. Óleo sobre cartón 26 x 20 cm.
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Y para finalizar con estas diferentes visiones contemporáneas de la luna, un fotograma de "Viaje a la Luna" de Georges Méliès que añade un aspecto nuevo: el cómico. Película muda y en blanco y negro que utiliza el relato de Verne en su primera parte y el de Wells en la segunda. Esta famosa secuencia sirve para enlazar esas dos partes tan dispares.
Un clásico de los orígenes del cine: "Le Voyage dans la Lune", año 1902. |
Creo que ha quedado clara mi primera afirmación: a lo largo de la Historia los humanos hemos mirado la Luna de formas muy diferentes y ha suscitado en nosotros sensaciones y sentimientos muy diversos, dispares. Y finalizo con una cita de Shakespeare que lo refuerza: Romeo y Julieta tienen dos visiones muy distintas de nuestro satélite:
"Romeo.- Señora, juro por esa luna bendita, que corona de plata las copas de estos árboles frutales...
Julieta.- ¡Oh! No jures por la luna, por la inconstante luna, que cada mes cambia al girar en su órbita, no sea que tu amor resulte tan variable." (William Shakespeare: "Romeo y Julieta", escena II)
Abrumadora erudición condensada y, como se dice ahora, mirada transversal en este viaje tuyo a la luna. Como la literatura es mi universo, me quedo con el sueño de los mitos y el romanticismo del embeleso lunar y su simbología. Y sobre todo con esa interpretación que es la pasión amorosa que despierta el contemplativo Endimión. Keats escribió un hermoso poema recreando el mito. No creo que la ciencia y el conocimiento desplacen la proyección que los humanos depositamos en nuestros ensueños lunares. No están reñidos ambos mundos. La luna no pierde hermosura en ninguna de sus fases porque forma parte de nuestra estructura emocional, de nuestra educación sentimental. Como sus compañeras las estrellas. Desnudarla y conocerla no le resta misterio. Seguimos contemplándola con un fervor casi adolescente. Incluso en su visión más científica hay un rastro de belleza poética.
ResponderEliminarAntonio Muñoz Molina ha narrado su vivencia de aquella retransmisión mágica de los primeros pasos del hombre sobre la luna en El viento de la luna. Y es verdad que tenía mucho de emoción mágica porque también esa conquista pertenecía al sueño de aventura de los hombres. Digo de aventura porque solo escribir conquista da un poco de miedo tal como nos comportamos los humanos.
Quiero añadir un hermoso álbum de J. Liao a todas las lecturas pictóricas y literarias que nos propones: La noche estrellada es un homenaje al cuadro de Van Gogh. Siempre la noche y su plateada luz. Y concluir con un recuerdo para los versos de Lorca, siempre impregnabais de luz lunar, en los que la luna baja a la fragua seductora con su polisón de nardos: amor y muerte, como siempre. Y los de Miguel Hernández, especialmente apasionados, enamorados:
Eres la noche, esposa: la noche en el instante
mayor de su potencia lunar y femenina.
Eres la medianoche: la sombra culminante
donde culmina el sueño, donde el amor culmina.
Gracias por tu comentario, Esperanza. Leyéndolo me doy cuenta que para describir las distintas visiones que los humanos hemos tenido y tenemos de la Luna se necesitarían muchísimas más entradas en este blog. La visión poética que tan bien describes, es una de ellas; muy emotiva y complemento a la visión de pintores y escultores.
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