El mito de Orfeo y Eurídice y su viaje al Hades, un homenaje al embeleso de la música y a la fuerza del amor más allá de la muerte.
Francisco Amillo
En la mitología clásica encontramos el singular personaje de Orfeo que durante siglos se ha convertido en el prototipo de la fuerza del amor, de la tragedia de su pérdida y de la belleza y del poder de la música. Acompañado por su lira, el dulce y poético canto de Orfeo embelesaba y conmovía por igual a dioses y humanos y también a animales, plantas e incluso seres inanimados. Nada ni nadie quedaba inmune ante el embrujo de sus inefables melodías. "La música amansa las fieras".
Orfeo canta en los montes y todos los animales, domésticos y salvajes, le escuchan embelesados. Mosaico romano del Museo Arqueológico de Palermo |
La influencia de este mito en el pasado y en el presente ha sido inmensa. Aunque uno de sus aspectos más destacados ha sido su viaje al reino de los muertos, denominado Hades, Orco, inframundo o los infiernos, su fuerza va mucho más allá. En la antigua Grecia en torno a Orfeo surgió una tradición religiosa denominada orfismo que produjo una abundante literatura.
En Europa, desde el Renacimiento hasta nuestros días, la influencia de este mito ha permitido su plasmación en obras literarias, esculturas y numerosísimas pinturas. Incluso ha tenido su versión cinematográfica con el famoso "Orfeo Negro" de Marcel Camus.
Pero tal vez su mayor influencia en nuestra actual cultura radique en su asociación con los orígenes de la ópera. Este mito dio pie a que en Florencia, en el año 1600, se estrenase "Eurídice" con música de Jacopo Peri y libreto de Ottavio Rinuccini para conmemorar el matrimonio de María de Medici con Enrique IV de Francia.
Poco después, en 1607, se estrenaba en Mantua "La fábula de Orfeo" con música de Claudio Monteverdi y libreto de Alessandro Striggio el Joven. Se considera que ya es una ópera porque incrementó la orquestación con cuarenta instrumentos con lo que, a diferencia de la anterior, daba más importancia a la parte musical que a la literaria.
En el siglo siguiente se estrenó en Viena, en 1762, "Orfeo y Eurídice" obra del compositor alemán Christoph Willibald von Gluck, autor de numerosas obras de tema mitológico. En ésta la música de la obertura es ya un resumen de toda la obra e introdujo danzas y coros, con lo que el género operístico quedaba consolidado y con su configuración actual.
El mito de Orfeo, según los expertos, surgió en Grecia cuando ya su civilización estaba bien formada, allá por el siglo VI a.C. No aparece en los escritos, bastante más antiguos, de Homero o de Hesíodo y fue en la época de Alejandro Magno cuando se desarrolló como tema literario. Los romanos Virgilio y Ovidio nos dieron su versión en hermosos versos latinos a finales del siglo I a.C. y ellos constituyen la principal fuente de inspiración de este trabajo.
Este mito, genuinamente clásico, nos presenta a Orfeo como uno de los más consumados artistas, autor de poéticos versos y dulces melodías que cantaba acompañándose con su lira. Plutarco en el siglo I de nuestra era escribió en su tratado "Sobre la música": "Orfeo está claro que no imitó a nadie, porque antes de él no había nada, salvo las melodías del aulós [flauta doble]".
Además entendía de instrumentos musicales ya que inventó la cítara y añadió dos cuerdas más a la lira, que pasaron de siete a nueve en honor de las nueve musas, una de las cuales fue su madre.
A través de la literatura órfica podemos comprobar la importancia que se atribuía a Orfeo en la vida religiosa griega ya que se le consideró augur, profeta, astrólogo y el creador de los ritos místéricos de Dionisos, instituyendo sus rituales de iniciación y purificación. También fomentó el culto a Apolo, dios de la música.
Se dice que visitó Egipto y que allí se familiarizó con la doctrina de una vida futura con premios y castigos en el Más Allá, base de los cultos de los misterios que tanto proliferaron en el mundo clásico.
Pero no acaba todo ahí: según la tradición difundida por Píndaro, en el siglo VI a.C, fue uno de los aventureros que participó en la expedición de los Argonautas en busca del vellocino de oro y se le atribuía el haber enseñado a la humanidad la medicina, la escritura y la agricultura.
Si la tradición clásica es unánime a la hora de contarnos este abultado e insólito "curriculum vitae", tan lleno de grandes cualidades, la cosa cambia cuando intenta explicarnos su nacimiento y genealogía. Una tradición muy difundida decía que era hijo de Eagro, rey de Tracia. El problema viene con su madre ya que según unos relatos era Calíope, musa de la Poesía Épica y de la elocuencia y según otras versiones fue Clío, musa de la Historia y la Poesía Heroica.
Para mayor confusión en el siglo II d.C. la "Biblioteca mitológica", atribuida a Pseudo-Apolodoro, nos dice que el padre no era Eagro, sino Apolo el dios de la música, arte que Orfeo habría aprendido con él.
Y para continuar con el embrollo otros autores afirman que fueron amantes y que Apolo le entregó su propia lira, fabricada por Hermes con el caparazón de una tortuga, como un presente de amor.
Difícil empresa la de poner orden en este caos de informaciones contradictorias, así que dejaré de lado ese tema. Lo que hoy me interesa resaltar de Orfeo es su historia de amor con Eurídice que es la que más proyección ha tenido en la Literatura y el Arte de Occidente. Seguiré los relatos que nos ofrecen Virgilio al final de su libro IV de "Las Geórgicas" y el gran poeta latino Ovidio en su obra "Las metamorfosis", libro X, 1-85 y libro XI 1-84.
Eurídice era una ninfa que vivía en Tracia, al igual que Orfeo. Era una "auloníade", es decir que vivía en las zonas de pastos de las montañas y los valles y acompañaba a Pan, dios de los pastores y los rebaños.
Los relatos mitológicos pasan unánimemente por alto cómo se conocieron Orfeo y Eurídice. Empiezan su historia con la pareja recién casada y subrayan su gran amor y profunda felicidad.
Pero también nos presentan la catástrofe que viene de improviso: Eurídice muere a causa de la picadura de una víbora oculta entre la hierba a la que pisa inadvertidamente. Según Virgilio el infausto suceso ocurrió cuando la joven esposa escapaba del acoso del pastor y apicultor Aristeo: "Cuando la desdichada joven [...] huía precipitadamente por las márgenes de los ríos, no vio entre la alta hierba, a sus pies, la hidra horrible que guardaba aquellas riberas."
Años más tarde Ovidio da otra versión: el fatal desenlace se produjo el mismo día de la boda. Empieza indicando que Himeneo, dios del matrimonio, no pronunció sus palabras habituales y con su triste semblante vaticinaba una tragedia; hasta su antorcha, que presidía las ceremonias nupciales, soltaba un humo lacrimoso... "El resultado, más grave que su auspicio. Pues por las hierbas, mientras la nueva novia, cortejada por la multitud de las náyades, deambula, muere al recibir en el tobillo el diente de una serpiente."
Ya he indicado que este mito trágico inspiró varias óperas. De la primera, "Eurídice", entresaco unos versos en los que podemos comprobar que se sigue la versión de Ovidio. Es el momento en que Dafne informa a Orfeo cómo Eurídice y las ninfas se habían retirado a la sombra de un bosque para cantar y bailar en ese día de la boda y sufrió la picadura fatal:
"Por aquel lindo bosquecillo,
donde riega las flores la fuente del laurel,
tenía dulce alegría,
junto a sus compañeras, la bella esposa.
Violetas y rosas para ornar el cabello
tomaban del prado
y descansando sobre las floridas orillas
felices cantaban al murmullo del agua.
Pero la bella Eurídice movía, danzando,
el pie sobre el verde prado,
cuando, ¡ay! ¡maldita suerte acerba!
una sierpe cruda y despiadada,
que escondida yacía entre las flores,
le hirió el pie con tan maligno diente
que empalideció de repente como
rayo de sol al que obscurece una nube.
Desde el profundo corazón,
exhaló un suspiro mortal,
tan espantoso, ¡ay de mí! que,
como si tuvieran alas,
acudieron en su ayuda todas las ninfas
y ella inerme se dejó caer en sus brazos.
Se extendía por el bello rostro
un sudor más frío que el mismo hielo.
Después pronunció tu nombre
entre los labios fríos y temblorosos
y, vueltos los ojos hacia el cielo,
descolorido el bello rostro,
quedó tanta belleza cual inmóvil hielo."
Orfeo quedó roto de dolor. Se pasaba los días y las noches, del alba al ocaso, sentado en la arena. Y cantaba y de su cítara y su voz emergía una continua y triste elegía. Según Virgilio: "consolando con la cítara su amorosa pena, a ti, sólo a ti, dulce esposa, cantaba en la solitaria playa al rayar el día, al caer la noche".
Al cabo de unos días decidió dejar de lamentarse y pasar a la acción. Iba a intentar lo imposible. Iría al reino de Hades, a las profundidades de la Tierra, a la morada de los muertos de la que nadie regresa jamás. Allí estaba Cerbero, el terrible perro de tres cabezas que lo impedía. Pero Eurídice sí regresaría. Contaba con la fuerza de su amor, la persuasión de sus siempre inspirados versos y la dulce y embriagadora melodía de su lira. ¡Eurídice regresaría!
Así que se dirigió hasta el cabo de Ténaro, donde los antiguos griegos situaban una de las entradas al inframundo y por su puerta llegó a la laguna Estigia, paso obligado para llegar al Hades. "Así llegó hasta las gargantas del Ténaro y las profundas bocas de Dite, y penetró hasta los negros y pavorosos bosques donde están los manes [antepasados] y el tremendo rey, y aquellos corazones que no saben ablandarse con humanos ruegos", nos narra Virgilio.
Ni Virgilio ni Ovidio indican cómo atravesó la laguna Estigia pero se supone que convenció con sus cantos al barquero Caronte. Ya dentro del inframundo se dirigió directamente a los tronos de Hades y Perséfone que reinaban en él. Y según nos narran los versos de Ovidio les dedicó un inspiradísimo poema. "Oh divinidades del mundo puesto bajo el cosmos, al que caeremos cuantos mortales somos creados". Su hermoso canto explicaba que no había descendido a ese reino subterráneo para visitarlo ni para encadenar a Medusa que lleva sierpes por cabellos. Había venido por su esposa, muerta por la picadura de la serpiente. Había intentado soportar el dolor de su muerte pero le había vencido Amor, un dios poderoso en el mundo superior y también en el inframundo ya que Hades había raptado por su causa a Proserpina: "y si no es mentira la fama de tu antiguo rapto, a vosotros también os unió Amor. Por estos lugares llenos de temor, por el Caos este ingente y los silencios del vasto reino, yo os imploro, de Eurídice detened sus apresurados hados."
El poema continuaba indicando que sólo buscaba demorar unos años su estancia en el Hades porque al final los humanos "aquí nos encaminamos todos, esta es la casa última y vosotros los más largos reinados poseéis del género humano."
Y finalizaba diciendo que si no accedían a su petición él se quedaría en el Hades a pesar de estar vivo: "De la muerte de los dos gozaos".
El canto de Orfeo impactó profundamente a los habitantes de ese reino de oscuridad, silencio y tortura. Fue tan dulce que todas las almas del Hades, siempre insensibles, lloraban ahora presas de emoción. Sus enternecedores sones llegaron hasta el Tártaro, la parte más profunda del inframundo, donde estaban los grandes suplicios. Allí Tántalo se olvidó por unos instantes del hambre y la sed que le atenazaban, las aves que eternamente desgarraban el hígado de Ixíon se detuvieron embelesadas y Sísifo cesó de subir su piedra. Hasta los ojos de las implacables Furias se llenaron de lágrimas, vencidas por primera vez en su existencia por esa canción.
Tampoco Hades y su regia esposa Proserpina pudieron sustraerse al hechizo de tan maravillosa, nueva y tierna melodía. Así que llamaron a Proserpina, que acudió con paso vacilante a causa de su pie envenenado y autorizaron a la pareja a que abandonase el inframundo. Con una condición: Eurídice caminaría detrás y Orfeo no podría volverse a mirarla mientras no hubiesen llegado al mundo exterior.
Felices, los jóvenes esposos emprendieron el camino de regreso a su hogar "cuesta arriba por los mudos silencios de un sendero arduo, oscuro, de bruma opaca denso" según Ovidio.
Ya estaban a punto de atravesar los confines del Hades. Orfeo, delante, no oía los pasos de Eurídice y de repente se asustó: ¿Y si Eurídice no me sigue? Se volvió precipitadamente, la vio y se tranquilizó. Pero había incumplido la condición del dios del inframundo y vio horrorizado cómo el cuerpo de su amada empezaba a desvanecerse.
Virgilio describe así esos instantes: "Con esto fueron perdidos todos sus afanes y quedaron rotos los tratos del cruel tirano. Tres veces retumbaron con fragor los lagos del averno. Y ella: "¿Qué delirio, Orfeo mío—exclamó—; qué delirio me ha perdido, infeliz, y te ha perdido a ti? Ya por segunda vez me arrastran al abismo los crueles hados; ya el sueño de la muerte cubre mis llorosos ojos. ¡Adiós, adiós!, las profundas tinieblas que me rodean me arrastran consigo, mientras que, ya no tuya, ¡ay!, tiendo en vano hacia ti las débiles palmas." Dijo, y de pronto, cual leve humo impulsado por las auras, se desvaneció ante los ojos de su amante, que en vano pugnaba por asir la sombra fugitiva y decirle mil y mil cosas; no la volvió más a ver, ni el barquero del Orco consintió que otra vez pasase el mancebo a la opuesta laguna."
Ovidio por su parte describe así ese momento final: "Y ya por segunda vez muriendo no tubo, de su esposo, de qué quejarse, pues ¿de qué se quejaría sino de haber sido amada? Y su supremo adiós le dijo, que él ya apenas oyó, y se rodó de nuevo al abismo."
Orfeo había intentado forzar el destino o hado valiéndose de la seducción de su música. Pero cuando nació Eurídice las Parcas ya habían hilado su destino y en él estaba bordado que moriría como joven recién desposada. Y el hado se cumplía siempre. Por mucho que se afanasen los humanos en cambiarlo, sus esfuerzos eran siempre vanos. El destino, esa fuerza desconocida e imprevisible que obra irresistiblemente sobre los dioses, los hombres y los sucesos, devolvió Eurídice al mundo subterráneo...
Según Ovidio Orfeo estuvo siete días sentado y aturdido en la puerta del Hades. Por más que lo intentó no pudo regresar a él para encontrarse con su amada porque Caronte siempre se lo impidió: "Implorante, y queriendo en vano otra vez volver, el barquero le vetó. Siete días él, sucio en esa ribera, sin la ofrenda de Ceres estuvo sentado. El pesar, el dolor del alma y las lágrimas sus únicos alimentos fueron".
Virgilio, en su relato, amplía los siete días a siete meses: "Es fama que siete meses enteros pasó él llorando bajo una altísima peña a la margen del solitario Estrimón, y repitiendo sus desventuras en aquellas heladas cavernas, amansando a los tigres y arrastrando tras sí las selvas con sus cantos."
Finalmente, después de haberse lamentado de la crueldad de Érebo, el dios de la oscuridad del inframundo, y con el alma sumida en negros dolores y remordimientos, volvió a su tierra natal, la antigua Tracia y actual Bulgaria, en su zona más agreste y montañosa: la cordillera de Ródope y el monte Hemo, siempre azotado por fríos vientos.
Allí permaneció tres años evitando el contacto con las mujeres. Y no le resultó fácil porque su música seguía siendo igualmente dulce pero impregnada de tal tristeza que conmovía hasta el más duro de los corazones. Las ninfas se inflamaban en deseos de consolarlo con caricias y besos y despertar en él un amor como el que había sentido por Eurídice. Pero fueron afanes vanos. Los remordimientos rebosaban el corazón de Orfeo y no había mujer, ninfa o diosa que pudiese ocuparlo. Según Ovidio "de muchas se había apoderado el ardor de unirse al vate: muchas se dolían de su rechazo."
A continuación añade estos versos: "Él también, para los pueblos de los tracios, fue el autor de transferir el amor hacia los tiernos varones, y más acá de la juventud de su edad, la breve primavera cortar y sus primeras flores."
Es decir que, según Ovidio, existía en Tracia la creencia de que Orfeo había inventado la pederastia, esa peculiar relación entre un joven adolescente, el "erómenos", y un adulto, el "erastés". Sin embargo era una tradición mucho más antigua, ya citada en Homero y por tanto anterior al mito de Orfeo. Los griegos la consideraban una forma de iniciación al mundo adulto y por tanto de educación y formación moral. Era un elemento esencial de su cultura pero es importante señalar que el "erómenos" debía ser un adolescente de quince a dieciocho años, no un niño o un adulto y traspasar esos límites cronológicos estaba muy mal visto. Por tanto el concepto clásico de pederastia no se corresponde con el actual.
El final de este mito es trágico. Orfeo, retirado en sus helados montes tracios, tan fríos como ahora su corazón, seguía cantando y tocando la lira tan dulcemente que hasta los árboles se conmovían, se cambiaban de sitio para escucharle y lloraban de pena. Estaba siempre acompañado de los animales silvestres, que le seguían embelesados por su música.
Un día se topó en aquellas soledades con las danzantes Ménades, también llamadas Bacantes. Estas seguidoras de Baco añadieron al frenesí del vino la dulce embriaguez de los cánticos de Orfeo y se sintieron irresistiblemente atraídas por el doliente poeta. Según su costumbre no atendió a sus requerimientos. En su frenesí tomaron como una afrenta insoportable ese rechazo y ejecutaron una cruel venganza. Situadas en lo alto de una colina lo apedrearon hasta la muerte y mataron también a los animales salvajes que le acompañaban, aún bajo los efectos de la tranquilizadora música. Sus gritos báquicos, más bien aullidos de lobas rabiosas, habían ahogado los cantos del poeta y libres de su hechizo, se entregaron a su cruel venganza.
Así lo narra Ovidio: "los báquicos aullidos ahogaron la cítara con su sonar: entonces finalmente las piedras enrojecieron con la sangre del no oído vate y primero, atónitos todavía por la voz del cantor, los innumerables pájaros y serpientes y el tropel de fieras, las Ménades a título del triunfo de Orfeo, destrozaron."
Alberto Durero: "La muerte de Orfeo", 1494. Litografía. Las ménades le golpean hasta la muerte.
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Enamorado hasta su último instante, nos dice Virgilio, Orfeo exhaló su último suspiro repitiendo el nombre de Eurídice: "y mientras el Hebro eagrio arrastraba entre sus ondas su cabeza, arrancada del alabastrino cuello, todavía su voz, todavía su helada lengua iba clamando con desfallecido aliento: ¡Oh Eurídice, oh mísera Eurídice!, y ¡Eurídice, Eurídice! repetían en toda su extensión las márgenes del río."
¿Una tragedia? Para Orfeo no. Muerto pudo entrar en el Hades y su alma se encontró con la de Eurídice y allí están unidos para toda la eternidad y Orfeo puede mirarla sin temor a perderla: "Su sombra [...] encuentra a Eurídice y entre sus deseosos brazos la estrecha. Aquí ya pasean, conjuntados sus pasos, ambos, ora a la que le precede él sigue, ora va delante anticipado, y a la Eurídide suya, ya en seguro, se vuelve para mirarla Orfeo."
Gracias por haber regresado a los mitos, a los relatos que pueblan el universo de la cultura occidental: la pintura, la música y son el alimento esencial de la literatura. No solo en las Eglogas de Garcilaso resuenan los ecos de Virgilio: Orfeo sigue cantando en la poesía del siglo XXI. El mito sigue inspirado nuevas creaciones: hace unos años un cómic muy premiado (Asterios) donde se volvía a recrear este viaje conmovedor del enamorado para rescatar a su amada. Una textura muy moderna y que bebe directamente en la fuente primera. Es difícil no descreer del amor (cuánto más del platónico) cuando la edad avanza. Y sin embargo, hay verdad poética en este orden amoroso del universo donde en algunos instantes de privilegio se escuchan armonías que, como escribiría fray Luis, el alma serenan. Los griegos, sin duda, conocían bien las fuerzas que mueven al ser humano, el Eros y el Thanatos, tan fundamentales para entender la estela que ha dejado en nuestro tiempo la influencia del psicoanálisis. En la poesía se unen y consuman. Nos explican de algún modo. Y es hermoso pensar que, como escribió con tanta hermosura Quevedo, nuestras cenizas habrán de tener sentido porque el amor las habito un día: "polvo serán mas polvo enamorado".
ResponderEliminarRegálanos más fábulas. Nunca nos cansamos.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarGracias, Esperanza, por tu inspirado comentario, tan certero como los anteriores. Maravillosamente redactado en su aspecto formal, con un certero dominio del lenguaje, en el fondo analizas con sumo tino la importancia de los sentimientos en el ser humano. Sobre todo de los que nos suscitan la poesía, la música y el amor, los tres grandes componentes de este mito de Orfeo y Eurídice que, como muy bien señalas, están vigentes en el siglo XXI después de haber sido fuente de inspiración en los anteriores. Tus hermosas e inspiradas palabras muestran una gran capacidad de amor y una sensibilidad extraordinaria unidos a un sorprendente análisis de las interioridades del ser humano.
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