lunes, 22 de julio de 2013

El mito de Meleagro, Atalanta y el jabalí de Calidón o el peligro del amor a primera vista.



Francisco Amillo



Meleagro y Atalanta, de Jacob Jordaens, 1618.  Óleo sobre lienzo 152 cm × 120 cm. Museo Real de Bellas Artes de Amberes. Atalanta es representada como amazona con un pecho cubierto y el otro descubierto.

Siguiendo con los mitos clásicos que explican el amor y su naturaleza hoy os propongo detenernos en el de un hombre, Meleagro, que se enamoró a primera vista de la hermosísima Atalanta y ese amor tuvo consecuencias terribles. 
Ya sabéis que todos los mitos griegos encerraban algunas enseñanzas morales, una moraleja. Una de ellas es que transgredir las normas sociales se paga, incluso con la vida… Otra vez la tragedia del amor, fuente de inspiración para tantas obras literarias y artísticas.
La caza del jabalí de Calidón. Sarcófago romano de mármol hallado en Vicovaro. Palazzo dei Conservatori (Roma). En el centro Meleagro con su lanza y Atalanta con su arco. Este mito, alusivo a la muerte de Meleagro, fue un tema muy representado en los sarcófagos romanos.



Los antiguos griegos situaban el mito de Meleagro y Atalanta en un tiempo primigenio, poblado de dioses, semidioses y héroes. En este mito aparecen muchos de ellos por lo que varias  ciudades-estado griegas quisieron  pensar que hacía referencia a sus antepasados y fundadores. Porque ser descendiente de un semidiós o un héroe daba mucho prestigio…  Por eso el de Meleagro y Atalanta fue un mito muy conocido en el mundo clásico.

Como fue un relato muy popular lo conocemos por numerosas fuentes escritas, que a menudo ofrecen aspectos diferentes e incluso contradictorios. Yo he seguido sobre todo “La Biblioteca mitológica” un libro del siglo I o del II d. C. que recopilaba la mitología griega tradicional, desde los orígenes del universo hasta la Guerra de Troya. También he utilizado a Ovidio en sus “Metamorfosis”, que recogió otra parte de la narración, y a Esquilo que aludió a este mito. 
Pero no hay que olvidar que estas obras son recopilaciones muy  tardías y que las historias que cuentan, entre ellas la que hoy comentamos,  habían circulado de forma oral durante siglos. Además ya habían sido tratadas por otros autores como Homero y Hesíodo. Así que si encontráis un relato con detalles distintos al mío, eso es normal; todo depende de la fuente literaria que se utilice. 
El resultado que os presento es una mezcla personal de varias de esas versiones, que difiere de otras pero que no ha inventado nada (salvo algunos comentarios que enseguida identificaréis).  


Meleagro y el Jabalí de Calidón. Copia romana de un original del gran escultor  griego SCOPAS (420 - 350 a.C.). Museo Pio-Clementino, Roma. 



Detalle de otra copia romana de la escultura de Meleagro realizada por Scopas. En este caso se trata de un busto y se conserva en el British Museum. La mirada triste del protagonista refleja el trágico destino que le aguardaba tras cazar el jabalí con Atalanta.


 Empecemos por presentar a los protagonistas.  Meleagro era un príncipe, hijo de Eneo y de su esposa Altea, la hermana de Leda (a quien Zeus sedujo en forma de cisne). Eran los reyes de Calidón o Calidonia, una ciudad-estado de la antigua Grecia situada al norte del Golfo de Corinto, en la región de Etolia. 
Cuando nació Meleagro las Moiras (o Parcas en latín), acudieron a la fiesta y predijeron tres cosas:
1. Que sería tan bueno como su padre.
2. Que sería un héroe famoso en toda Grecia.
3. Que su vida duraría tanto como el tronco que estaba ardiendo en el hogar. Altea se apresuró a quitarlo del fuego, lo apagó y lo puso a buen recaudo.

Pasaron los años y Meleagro se convirtió en un joven hermoso y bueno porque en Grecia ambas cosas, belleza y virtud, debían ir unidas. Además fue valiente y participó en la expedición de Jasón y los Argonautas.  
Pero un aciago día su padre el rey Eneo tuvo un despiste y olvidó citar a la diosa Artemisa o Artemis en los rituales de ofrendas del final de la cosecha. Otros dicen que no le ofreció los sacrificios acostumbrados. Había ofrecido trigo a Demeter, vino a Dionisos y aceite a Atenea pero se olvidó de ella.  El caso es que como buena diosa griega Artemisa era muy sensible con su honor  y terriblemente rencorosa, así que su enfado fue descomunal. Y también su venganza…


Dos visiones, frontal y lateral, de la escultura "Atalanta y Meleagro con el jabalí de Calidonia" de Francesco Mosca, denominado Il Moschino (1564-1565) Nelson-Atkins Museum of Art

Envió a la ciudad de Calidón el jabalí más grande y fiero que imaginarse pueda: se decía que sus colmillos eran como puñales y el estruendo de su respiración resonaba en todos los bosques. Y la fiera devastó el país. Las tierras de cultivo y los viñedos estaban siendo arrasadas y los rebaños destrozados, obligando a los pastores y a los campesinos a refugiarse dentro de las murallas de la ciudad, donde la amenaza del hambre planeaba sobre todos. Algunos ciudadanos desesperados intentaron capturar al devastador jabalí. Pero éste, enorme e inteligente, se burló de ellos e incluso mató a algunos.


Atalanta y Meleagro de Pedro Pablo Rubens. Metropolitan Museum of Art, New York. También aquí aparece representada Atalanta con el pecho derecho cubierto y el izquierdo descubierto como si fuera una de las amazonas. 

El rey Eneo no tuvo más remedio que intervenir. Se le ocurrió enviar mensajeros a todas las ciudades griegas convocando a los mejores cazadores. Como vivían en un mundo de héroes y semidioses no se les podía pagar con dinero, el vil metal, sino con algo mucho mejor: la gloria. La posteridad recordaría para siempre al ganador y los rapsodas cantarían su hazaña en todos los confines de la Hélade. Como símbolo de tal honor el que matase al jabalí se llevaría la piel y los colmillos como premio. 
Queda claro que para el tesoro real se trataba de una operación muy barata. Ya podían tomar ejemplo los políticos actuales: menos gasto público y más honor e imaginación…


Cerámica griega de pinturas negras sobre fondo rojo. En el centro el jabalí de tamaño descomunal, a la izquierda Meleagro y a la derecha Atalanta con casco y arco.

Bueno, pues aunque a nosotros nos parezca increíble, acudieron a la convocatoria muchísimos valientes. Entre ellos estaban los hermanos de Altea y tíos de Meleagro y el propio Meleagro, junto con sus primos Castor y Polux y algunos de los argonautas que habían participado en la expedición del vellocino de oro. 

Pero entre tanto héroe acudió un personaje inusual: una mujer, la cazadora Atalanta, la “indomable”. 
La hermosa joven era  hija de  Atamante, rey de una ciudad de Beocia. Éste, que esperaba un varón, sintió una gran decepción tras su nacimiento y la abandonó en el bosque. Allí fue amamantada por Artemisa o Diana, que para ello había tenido que transformarse en osa, no me preguntéis por qué. En el monte se crió como cazadora, siendo experta en la carrera y el uso del arco. Así que fue un calco exacto de su nodriza y protectora, a la que también se la conoce en la mitología como Diana Cazadora. 

Artemisa envió a la joven a la cacería porque sabía que su presencia sería una fuente de conflictos. Como diosa conocía perfectamente los sentimientos ocultos en el corazón de los hombres. Éstos son buenos compañeros y muy leales hasta que se pone por medio una mujer. Entonces las disputas están servidas y entre rudos cazadores se resuelven con la violencia física.

Al darse cuenta los cazadores que entre ellos había una mujer, se ofendieron. Bueno, no todos: Meleagro, a pesar de estar casado, quedó prendado de ella nada más verla. Empezó a hablar en su favor y acabó por convencerlos a todos, que aceptaron a regañadientes que se uniera al grupo.



Grabado de Giulio Romano sobre el tema de Meleagro y Atalanta. Arriba cupido lanza sus flechas sobre Meleagro. Abajo la cacería.


Empezó la cacería y la primera que vio al jabalí fue Atalanta que le disparó una flecha. El proyectil se clavó en el animal pero fue una herida leve que no le impidió seguir corriendo con todas sus fuerzas. El segundo en verlo fue Meleagro, que hirió al jabalí con su lanza y cuando cayó al suelo lo remató clavándole la espada hasta la empuñadura.

Los problemas surgieron a la hora de entregar el premio. Los cazadores querían que se lo llevase Meleagro porque lo había matado. Pero Meleagro, cegado por el amor, no veía las cosas de esa manera. Decía que la flecha de Atalanta había derramado la primera sangre y por eso el honor debía ser para ella. 
Los tíos de Meleagro fueron los que más se enfadaron ya que querían que el premio se quedase en la familia. Le dijeron palabras muy gruesas, afirmando que lo que quería era conseguir los favores de Atalanta y que por eso estaba dispuesto a perder gloria y honor. Meleagro se enfadó tanto que en un arrebato de ira los mató. Enseguida se arrepintió de haberlo hecho pero se quedó con el trofeo.


 Atalanta y Meleagro de Pedro Pablo Rubens. Como en otros cuadros de este autor el tema mitológico es sólo un pretexto para introducir un paisaje, el verdadero protagonista.

Cuando llegaron las noticias a la ciudad, Altea se enteró que su hijo había causado la muerte de sus hermanos. En un arrebato de cólera sacó el tronco que tenía escondido y lo arrojó al fuego. Esta es la versión que da Esquilo en su obra Coéforas: “Sépalo todo aquel que no deja que vuele su mente. Que conozca la maquinación que meditó una mujer que mató a su hijo: la miserable hija de Testio quemó, prendiéndole fuego, el rojo tizón que tenía la misma edad que su hijo desde que lloró, cuando hubo salido de su madre y con él compartía la duración de la vida hasta el día fijado por la Moira.” 

Meleagro llegó al poco rato a la ciudad portando sus trofeos y recibiendo las aclamaciones de las gentes. Pero poco después, al consumirse el tronco, caía muerto. Altea, que se había emocionado al ver a su hijo aclamado como vencedor, se dio cuenta que ella era responsable de su muerte y se suicidó. 


Meleagro muerto. A la derecha Altea llorando. Relieve romano en mármol del siglo II d.C  conservada en el Louvre. Bajo el lecho fúnebre los elementos de la caza: un perro, casco y escudo y la cabeza del jabalí.

Como veis, una auténtica tragedia griega que parece un triste final… Pero aunque dramático, no es el final, no acaba aquí la historia.

Atalanta salió físicamente ilesa aunque dolida porque al final se había quedado sin trofeo. Volvió al bosque y continuó su vida de cazadora, sin querer saber nada de los hombres, ni de matrimonio, ni de hijos. Sólo de caza y de vida libre, odiando someterse a un varón.

Pero su felicidad duró poco. Su padre, al ver que se había hecho famosa, quiso contratar un matrimonio ventajoso para él. Atalanta no podía negarse pero puso una condición: se casaría con el hombre que la ganara en una carrera, pero si perdía lo mataría. Ambos correrían desnudos, como era usual en las competiciones atléticas, pero el hombre iría desarmado y Atalanta llevaría una lanza para matarlo si ella ganaba. Estaba claro que tenía mucha prisa por seguir disfrutando de su libertad.


Atalanta, escultura en mármol de Pierre Lepautre (1703-1705). La representa corriendo llevando en su mano izquierda una lanza de la que sólo se ve un fragmento. Composición en líneas oblicuas que producen la sensación de carrera.

Los muchos pretendientes que tenía Atalanta se hicieron atrás al oír estas condiciones.  Pero no todos y esos lo pagaron con su vida porque nadie podía vencerla en la carrera a pesar de que les solía dar ventaja. Hasta que un  día fue desafiada por Hipómenes que se atrevió a competir porque gozaba de la protección de Afrodita, o Venus. La diosa le regaló tres manzanas de oro y durante la carrera, cuando Atalanta estaba a punto de alcanzarle, tiró al suelo una de ellas. La joven, llena de curiosidad, se paró a recogerla y mirarla lo que dio ventaja a Hipómenes. Por poco tiempo, porque Atalanta ya le alcanzaba otra vez y tiró la segunda manzana que la joven también recogió. Y cerca de la meta tiró la tercera con lo que Hipómenes venció, salvó su vida y por matrimonio se convirtió en el heredero del reino de Atamante.


La carrera de Atalante e Hipómenes según el pintor barroco italiano Guido Reni. El movimiento de las figuras, resuelto en grandes diagonales, es barroco pero la idealización de las figuras y su colorido es renacentista. Estamos ante un barroco que intentaba unir lo moderno con lo pasado: es el barroco clasicista.

También podría haber acabado aquí la historia y decir eso de “y se casaron y vivieron felices…” pero no, los relatos no acababan así en la antigua Grecia. 

Tenemos dos versiones del final. La primera dice que eran un matrimonio feliz que pasaban el tiempo recorriendo los bosques y cazando juntos. Un día, cansados tras una jornada de caza, reposaron en un santuario de Zeus y practicaron allí las artes de Afrodita. El rey de los dioses se enfadó ante tamaño sacrilegio y los convirtió en una pareja de leones. Según  creencia griega los leones no se emparejaban entre sí sino con los leopardos y por tanto los condenaba a castidad perpetua. 

El segundo final es más prosaico: Hipómenes, despistado como todos los hombres, se olvidó de agradecer a Afrodita su victoria. Y ya sabéis cómo se las gastaban las diosas despechadas por un quítame allá una acción de gracias. Convirtió a los dos jóvenes en una pareja de leones y los enganchó al carro de Cibeles del que tiran por toda la eternidad.




Así que cuando veas la madrileña estatua de Cibeles aprenderás cómo acaban las mujeres que no aceptan su destino y los maridos despistados, dos cosas que ofendían mucho a unas diosas de muy mal genio que imponían castigos ejemplares. 

2 comentarios:

  1. Una vez más me ha gustado muchísimo el relato de Meleagro y Atalanta. La mitología me gusta pero tal como tu nos la cuentas muchísimo más. Permite entender mejor algunas pinturas basadas en hechos mitológicos como es el caso de las de Rubens o los sarcófagos Romanos.
    Ignoraba que los leones de la Diosa Cibeles fueran Atalanta e Hipónemes. Cuándo los vuelva a ver seguramente que les prestaré más atención.
    En cuanto al "consejo desinteresado a las chicas" estoy segura de que se nos va a olvidar Jajaja!

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  2. No vamos a hacer mucho caso del consejo desinteresado, eso está claro. Lo que sí haremos será seguir estas historias mitológicas con inmenso placer, porque están recreadas con un encanto bienhumorado y, sin suda, constituyen una delicia para la vista en su preciso en interesante recorrido por la pintura y la escultura. Así que gracias por regalarnos estos ratos también en vacaciones.
    Desde Bretaña, llena de paisajes hermosos, os mando un abrazo.

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