viernes, 12 de abril de 2013


“Atardecer en Extremadura”: un relato de Rosa Chacel


Francisco Amillo:    El pasado miércoles Esperanza Rodríguez nos leyó un relato corto de Rosa Chacel que nos impresionó y encantó a todos. La crudeza del tema (la muerte anunciada de un personaje inocente, fiel y noble amigo, un perro) y la habilidad narrativa de la escritora crearon un ambiente tenso y sobrecogedor. Fueron unos momentos indescriptibles, ya que emociones y sentimientos ocuparon el lugar del raciocinio y la lógica. Eso vino después, con el comentario y debate del relato. Pero aquellos momentos de temor y estupor permanecen vivos en nuestro recuerdo. 
A continuación tienes un comentario sobre esta obra que nos ha enviado Esperanza y un enlace para poder leerla. Si no pudiste asistir, te recomiendo su lectura. No te dejará indiferente. 


Texto de Esperanza Rodríguez



Los cuentos de Rosa Chacel son extraordinariamente lúcidos y contienen una densidad poética de tal intensidad que tornan su lectura en sensaciones vivas. Suscitan emociones: nos obligan adentrarnos en un universo interior que, a un mismo tiempo, nos inquieta y nos redime. 
Sus relatos breves están reunidos bajo el título de Icada Neva Diada. Contienen una primera publicación que tituló Sobre el piélago (en el que integra “Atardecer en Extremadura”), una segunda bajo la sugestiva rubrica de Ofrenda a una virgen loca, a los que añadió, finalmente, Figuraciones. Si los primeras narraciones abundan en hechos que buscan, en su declarada simbología, rituales iniciáticos en el conocimiento del alma humana, será en los de la segunda publicación cuando  Rosa buscará la fijación de la figura alegórica para convertirla en emblema. Como veremos en la lectura del día 15 de mayo, en nuestra próxima cita y nos acerquemos a un bellísima narración “Ofrenda a una virgen loca”. 
Para quienes no estuvieron en la reunión, pueden leer el relato pinchando en este enlace:    

Atardecer en Extremadura





 No ha resultado fácil encontrarlo, pero google suele regalarnos algunas agradables  sorpresas. A partir de la página 58 el cuento que ocupó nuestro comentario puede seguirse con facilidad. Aunque aconsejo una lectura detenida y muy atenta. La prosa de Rosa Chacel es de una claridad extraordinaria, pero también difícil en su ambición de trascendencia. Se trata de la difícil claridad que le gustaba a Ortega, y que creo que Rosa logró alcanzar  con absoluta plenitud. 
“Atardecer en Extremadura” narra un hecho cruel y sobrecogedor, que no por atroz (una palabra que utilizaba con mucha frecuencia Rosa) ha dejado de repetirse en nuestros días, quizá no tanto de la misma manera, aunque persista en la España rural, pero sí con disfraces diferentes. La sentimientos de la vergüenza y de la culpa son los dos protagonistas del relato, y nos permiten conocer el rostro bifronte del alma humana: la magnitud de la barbarie y la de redención de nuestra naturaleza como hombres si tomamos conciencia de la culpa. 
Unos versos de Antonio Gamoneda servirán para introducir el comentario de esta impresionante narración:

Cuando yo tenía doce años,
algunos días, al anochecer, 
llevábamos al sótano a una perra
sucia y pequeña.

Con un cable le dábamos y luego
con las astillas y los hierros (Era así. Eras así.
                                                     Ella gemía,
se arrastraba pidiendo, se orinaba,
y nosotros la colgábamos para pegar mejor).

Aquella perra iba con nosotros
a las praderas y los huertos. Era
Veloz y nos amaba. 





Ritual de crueldad: ritual de pubertad. La medida de esa fuerza que todavía no posee el verdadero poder de la voluntad pero se ejerce con el débil. Rosa Chacel nos sitúa en “Atardecer en Extremadura” ante la doble disyuntiva del niño que se inicia en el conocimiento del mal, del horror de la muerte a través del ahorcamiento de un perro indefenso. Pero también ante la redención en forma de éxtasis o epifanía que supone la aceptación y el conocimiento de ese doble sentido del bien y el mal que anida en nuestros corazones.

El relato está narrado en primera persona y el paso del tiempo entre el suceso o hecho terrible y la reflexión del narrador permite extraer la carga, diría que religiosa, en un amplio sentido, del cuento. 
El hombre que relata la historia  lo hace abriendo una introducción o especie de preámbulo que, en apariencia, nada tiene que ver con lo que quiere contarnos, pero se trata de un preludio, podríamos añadir que con fundamentos musicales, pues nos habla del ritmo exploratorio que rige  memoria. De esa memoria, reminiscencia o remembranza que nos permite acercarnos a los hechos de nuestras vida y revelarnos su sentido.  Este pórtico tiene dos puertas y crea un clima determinado con su fluido misterioso, manifestado en un reguero de símbolos que Rosa elige con suma precisión: una piedra redonda (símbolo de la solidificación del ritmo creador), una machacona canción repetitiva (la irracionalidad humana); y una imagen de un gato iluminado por la luz. El animismo de estas imágenes parece adquirir una presencia esencial en este preámbulo. A partir de ese instante de rememoración de lo que no sabemos bien por qué queda fijo en la memoria, el narrador, cuyo nombre desconocemos, se adentrará en el hecho terrible. 

Rosa Chacel maneja el hilo conductor de la anécdota de manera magistral. Con una precisión que incide en los detalles demoradamente, como acostumbra en su escritura. Y los encadena en una disposición de crescendo musical y apoteosis.   Trata, además, de sumergirnos en el tiempo de la fábula para que el hecho trascienda y se transforme en universal: el tiempo del érase una vez, el tiempo del ocurrió hace mil años…    




La gradación del tiempo tiene una importante presencia en “Atardecer en Extremadura”, y no en vano Rosa ha resaltado en el título la presencia del atardecer… Amanecer, mediodía y crepúsculo son momentos cenitales del día propicios a la revelación. El hecho brutal se produce en el golpe de luz del mediodía, en el universo de unos niños que, como ocurre en El señor de las moscas de Golwding, es cerrado y se organiza en términos de poder. Lo que viene a significar que los niños no son precisamente inocentes, cuestión que Rosa tiene muy clara.
Los detalles del árbol en que el perro es ahorcado (un fresno: árbol de vida que se transforma en muerte), la esterilidad del paisaje y los sentimientos del niño que, por cobardía ha asistido al acto o el bofetón que recibe del padre tienen la precisión narrativa de una pormenorizada filmación casi a cámara lenta. La presencia del agua en el descenso del clímax del relato anuncia ya la redención y la culminación del ritual iniciático en el conocimiento. 
Hay un silencio en este atardecer. Un silencio muy diferente al del día anterior, cuando el niño se sentía seguro al amparo del quehacer de la madre o escuchaba las esquilas del rebaño… El silencio que  precede al estallido de la tormenta con que culmina el relato. Y, de nuevo, la presencia de símbolos muy poderosos se hace presente: el arrollo como bautismo; la herida en el labio y el sabor de la sangre que deja la señal o el estigma grabado en el alma del niño; el autocastigo del ayuno como elemento purificador. Pero sobre todo el estallido de la tormenta como una catarsis. Estos elementos ponen fin al ciclo de iniciación, al proceso ritual, cuando el niño se sabe, finalmente, redimido. 




Rosa Chacel da así un nuevo fiat a la vida y a la renovación salvadora de nosotros mismos en todo acto de autoconciencia y de conocimiento.  







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