lunes, 29 de abril de 2013


Juan Fernández, El Labrador, un artista del Barroco español nada convencional.


Francisco Amillo Alegre

El comentario de Esperanza a las dos entradas anteriores del blog me ha animado. A veces da la impresión de que escribo en el agua o en el viento porque nadie me dice nada. Así que, amigos de AGORABEN, hacedme saber vuestra opinión sobre lo publicado y sabré el camino que debo seguir…

Hoy me gustaría comentaros la obra singular de un pintor español del siglo XVII, también muy singular. Me refiero a Juan Fernández “El Labrador”, que estuvo activo como pintor como mínimo entre 1629 y 1636. Lo del apodo no es broma: era un agricultor que de vez en cuando dejaba el arado y la azada, cogía los pinceles y pintaba lo que mejor conocía: los productos del campo, es decir de su trabajo. Y le gustaba que le llamaran así, “El Labrador”, lo que se demuestra porque fue con ese apodo como rubricó su única obra firmada.


Juan Fernández, El Labrador, creó unos encuadres muy interesantes para un tema aparentemente vulgar pero magistralmente resuelto.


Desconocemos casi todo sobre él: cuando nació, cuando murió, donde vivía, etc. Hay un pintor en Madrid, llamado Juan Fernández, nacido antes de 1587, mencionado en 1612, 1613, 1616 y fallecido en 1657, pero no es seguro que sea El Labrador. El nombre de Juan y el apellido Fernández eran tan comunes en el siglo XVII como en la actualidad, y al no existir el segundo apellido, las homonimias estaban a la orden del día. 
También desconocemos cuantos cuadros pintó. Tiene catalogadas tan sólo trece obras, de las que cinco están en el Prado y dos en el Museo Cerralbo, con lo que son siete las pinturas de este autor en España. Algunas obras que se le atribuían, como “Filósofo escribiendo”, no es seguro que sean suyas. 


Florero, 1636. Colección privada. Este cuadro circular es el único firmado y fechado por el autor ya que en el reverso pone: “el labrador Jun. fernandez 1636”. Esta firma, en la que en lugar de Fernández pone "Fernandoz" indica, según algunos autores, que no sabía escribir.


Las referencias históricas nos indican que vivía en el campo (se ignora en qué localidad) y que visitaba a la corte madrileña, sobre todo en Semana Santa, para vender sus cuadros. En ellos reflejaba la visión realista que se tenía en el período barroco que le tocó vivir, dominado por el caravaggismo. 
Señalan también las fuentes históricas que alcanzó gran fama como pintor de bodegones o naturalezas muertas, reclamadas ávidamente por los coleccionistas. Su prestigio traspasó las fronteras españolas y sus obras llegaron a las colecciones de los reyes de Francia y Gran Bretaña. 


Bodegón con uvas, manzanas, frutos secos y jarra de terracota. 62,5 x 46,5 cm. Colección particular.

 
Detalle de los frutos secos.


En este reconocimiento jugó un papel importante el italiano Juan Bautista Crescenzi, miembro de una ilustre familia romana que había dado varios cardenales a la Iglesia. Llegó a la corte de Felipe III en 1617 y como no sólo era gran amante del arte sino que era hábil pintor y también arquitecto (ayudó a decorar el Panteón de los Reyes en el Escorial) acabó convirtiéndose en el árbitro del gusto artístico en la corte española. Felipe IV lo ennobleció al hacerlo caballero de Santiago y marqués de la Torre. 
Crescenzi protegió a varios artistas a los que inculcó los principios del naturalismo y tenebrismo que había difundido Caravaggio en su país natal. Sabemos que Juan Fernández gozó de su protección al menos desde 1629 y es probable que le inculcara ese estilo o al menos le animó a continuar en él.
En estos dos racimos de uvas el fondo totalmente negro hace destacar el realismo de la fruta, fuertemente iluminada. Notables efectos de brillo y transparencia.


El tenebrismo se caracterizaba por dirigir un potente haz de luz que iluminaba vivamente un objeto o parte de él, dejando en penumbra o en sombra total el resto, con lo que resaltaban los elementos que el artista nos quería destacar. Todo ello acompañado de unas pinceladas finas y prietas que acentuaban el naturalismo de la obra. No sabemos si Juan Fernández ya tenía estas características en su estilo o si las introdujo por influencia de Crescendi, pero sí está claro que fueron las que propiciaron su éxito entre propios y extraños.

La influencia de los pintores flamencos (de los que hemos tenido varias charlas este curso) también está presente en su obra, lo cual queda patente en la minuciosidad de los elementos más diminutos de sus naturalezas muertas.


Bodegón con cuatro racimos de uvas, 45 x 61 cm. Museo del Prado.

Parece ser que Crescenzi estimaba especialmente la pintura de naturaleza muerta ya desde su etapa romana, por lo que su entendimiento con El Labrador debió de ser profundo. Se conoce, por ejemplo, el envío por parte del noble italiano de cuatro bodegones de uvas de Fernández al monarca inglés Carlos I. Fue gracias al mismo aristócrata el acercamiento de la pintura de El Labrador a otros círculos nobiliarios ingleses, realizada a través del embajador de este país, sir Francis Cottington y su secretario Arthur Hopton, con el que Crescenzi mantuvo excelentes relaciones a partir de 1629.


Bodegón con uvas, membrillos y frutos secos (Still life with quinces and acorns),  1632. 83 x 68.4 cm. The Royal Collection. Fue adquirido por Carlos I  de Inglaterra.
Dos racimos de uvas colgando con mosca. 29 cm x 38 cm. El Prado. El detallismo minucioso está presente en detalles como los cordeles y la mosca.

Detalle del cuadro anterior. El recurso a la mosca fue introducido por los pintores flamencos como muestra de realismo y a la vez de su gusto por el detallismo minucioso. Querían producir la sensación de que eran uvas auténticas a las que se acercaban los insectos.

Juan Fernández se convirtió en un especialista en la representación de uvas durante la década de 1630. Todos sus bodegones con frutas las incluyen y también pintó sólo racimos de distintas variedades de uvas. Este tema estaba muy bien visto en la época ya que constituían una referencia a los artistas clásicos (griegos y romanos), casi venerados en los siglos XVI y XVII. La uva era un símbolo de Baco y además recordaba la descripción de Plinio sobre el célebre pintor griego Zeuxis, que pintó unas uvas tan realistas que los pájaros iban a picotearlas.




Pero Juan Fernández no se limitó a las uvas, sino que a partir de repetidas peticiones de sus clientes se animó a pintar flores. En febrero de 1635, Arthur Hopton escribió a Cottington en Londres que había convencido al artista para que probara suerte en la pintura de flores, con la esperanza de que resultarían  tan notables como sus naturalezas muertas. Es probable que El Labrador utilizara flores cultivadas por él para pintar estos cuadros. Lo que sí está claro es que Hopton no quedó decepcionado. 


Florero, 1635-36.  44 x 34 cm. Museo del Prado. El Prado lo compró en 1946 pensando que se trataba de una obra de Zurbarán. Ha pintado las flores iluminadas con un potente foco de luz sobre un fondo oscuro lo que resalta el colorido rojo de los claveles y de la rosa y la blancura de los lirios. Las hojas descoloridas, oscuras, en la base del cuadro se deben a los cambios químicos que se pueden ver en otros bodegones del artista.




Ha habido muchos de cuadros de este artista que han sufrido un gran deterioro con el paso del tiempo, lo que ha sido interpretado por los críticos como resultado de una formación técnica deficiente, típica de pintores autodidactas. Es decir que Juan Fernández no aprendió su oficio en un taller gremial, permaneciendo unos cinco años como aprendiz y oficial, que era el camino usual para poder instalarse como pintor. Aprendió su oficio observando pinturas y pintores con lo que sus pigmentos y disolventes no eran los más adecuados mientras que en los gremios se tenían unos conocimientos sobre este aspecto que eran el resultado de haber acumulado experiencias durante varios siglos. Por tanto fue un gran dibujante y un admirable pintor autodidacta, pero le falló la parte técnica.


En el siglo XVIII se atribuyó este “Filósofo escribiendo” a Juan Fernández, pero no es seguro

El Museo del Prado cuenta con cinco obras de este artista, un florero adquirido en 1946 a un coleccionista privado, que posiblemente en el siglo XVII formó parte de las colecciones reales, y cuatro obras que ingresaron en el Prado en 2006 con la colección  Naseiro. ¿Os acordáis de aquel tesorero del Partido Popular que se vio implicado en un escándalo de corrupción política? Pues sí es él, Rosendo Naseiro. Con el patrimonio “acumulado” se dedicó al coleccionismo de arte. En 2006 vendió su colección de bodegones de los siglos XVII y XVIII al BBVA por 26 millones de euros y éste los entregó al Museo del Prado en concepto de dación, o sea en lugar de impuestos. 

3 comentarios:

  1. A ver si alguien se anima para decir que estos bodegones son espléndidos, y que el pintor autodidacta tal vez no tuviera un contexto de aprendizaje técnico, pero qué maravillosos racimos de uvas fue capaz de pintar. Siempre me han gustado los bodegones, estos,los nuestros del barroco y los magnificos de Fatin Latour.
    En FMR hay un número, de las ediciones antiguas, maravilloso que dedica un largo articulo a los bodegones. Recuerdo haberlo disfrutado mucho, además de aprender a mirar los detalles.
    Gracias por tu dedicación: un blog requiere tiempo y cariño. Y tú nos regalas las dos cosas.

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  2. Gracias, Esperanza. Tienes razón: el bodegón, considerado un género menor en su época, en la actualidad nos parece soberbio. A ver si un día dedico una entrada de este blog a los bodegones de otros autores españoles, sobre todo Sánchez Cotán. Aunque los de los maestros de Flandes son también excepcionales...
    Bueno, mientras me sigáis leyendo puedo contaros infinidad de cosas. El tema del Arte es prácticamente infinito y harían falta muchísimas vidas para dominarlo todo.

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  3. Creo que a Sánchez Cotán justamente lo descubrí en una de esa revistas maravillosas se la primera época de FMR.

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