sábado, 18 de mayo de 2013


Ofrenda a una virgen loca, un cuento de Rosa Chacel


Esperanza Rodríguez.


Queridos amigos de Agoraben: 

En primer lugar, un agradecimiento muy sentido a Paco y Adrián por su generosidad al dirigir este ágora de encuentro cultual y mantenerlo vivo. Su labor cuesta esfuerzo y dedicación, y como la sabiduría de Cervantes puso en boca del Quijote: “De gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciben”. En mi caso, siempre me resulta acogedor el clima afectivo que se establece y, sobre todo, la sensibilidad y calidad humana de las personas que asistís. Hablar de literatura, en efecto, y como decía Georges Steiner, es siempre difícil porque exponemos al desnudo las emociones del corazón humano. Una materia muy delicada. Y siento y percibo estos días de encuentro, como en el Club de Lectura de los lunes, un acogimiento y un calor que pone al descubierto el latido de esas emociones y unas inteligencias muy vivas, abiertas y curiosas, que saben descifrarlas cuando abordamos un texto poético, un relato o una biografía. No siempre fáciles. La segunda muestra de gratitud es, por tanto, para las personas que os acercáis con tanta fidelidad al centro social “Jelena”. Tanto los miércoles como los lunes.    

De nuevo, Internet nos proporciona facilidad para poder encontrar lecturas que a veces están descatalogadas o no se encuentran en las bibliotecas próximas. En esta ocasión, el cuento de Rosa Chacel que leímos el último miércoles, lo he descubierto en una edición que es una joya, pues recoge los cuentos en libro como un suplemento de diario (Periolibro) publicado en México. Y que además tiene la virtud de estar ilustrado con un indudable buen gusto por Carmen Parra. No podemos tocar el papel ni olerlo (todo llegará con las nuevas tecnologías, que van a un ritmo apresurado), pero verlo ya resulta un placer. Podéis encontrarlo pinchando en enlace siguiente, en la página 17:  Ofrenda a una virgen loca http://es.scribd.com/doc/79119933/CHACEL-Rosa-Ofrenda-a-Una-Virgen-Loca-PERIOLIBRO 



Esta bella narración de gran densidad simbólica, como todos los relatos chacelianos, se levanta sobre una estructura de vuelta; es decir, que el texto se construye como una reflexión a posteriori en la que se concentra –o se cumple– una experiencia ritual. Una experiencia de desvelamiento de la interioridad humana, casi mística. Y la rica simbología que alienta en el cuento, se eleva, a su vez, sobre la construcción de un alegoría de la esperanza. De la fertilidad de la esperanza y de la ofrenda. La belleza de esta construcción, cuando se descubre en la lectura, suscita una emoción poética muy profunda, intensísima. Una anécdota muy sencilla, casi vulgar, se llena de contenidos esenciales: así, una mujer, con aire de haber perdido la razón, hace un gesto con la mano en una gran avenida de Buenos Aires, poblada de gentes que van y vienen con la fiebre de toda ciudad moderna, en la hora cenital del mediodía. El narrador en primera persona –un trasunto de Rosa Chacel, y diría que sin duda producto de una visión autobiográfica– contempla el gesto, y desata en él toda la profundidad que requiere expresar una alegoría tan compleja como es la esperanza. 
Quiere esto decir que a Rosa Chacel no le basta con una sabiduría abstracta de las cosas sino traspuesta a la palabra, a la creación en la escritura. Y escribir o crear universos a través de la palabra, para la autora, significa ofrenda, donación: correspondencia entre seres. Fecundidad, en suma. Sustancia humana juntándose, reconociéndose no en un espejo de penetración imposible, sino en la carne que nos hace. La desesperanza del tiempo presente –y quizá mucho más ahora que cuando lo escribió, y por eso más necesario en nuestros días– se convierte en una traducción que desbarata su aparente esterilidad: el presente se canta como gozo, pues en él transcurrimos los cuerpos. Y quien narra esta historia avista la correspondencia, la feracidad del cruce entre los seres, incluso en el desajuste de esta mujer loca. De esta hermosísima virgen loca atrapada en el gesto de una anunciación de la vida: esperanzada. 

Desde el primer momento, ya en la introducción que precede al núcleo central del relato, aparece la preocupación fundamental del protagonista: la cadena de la vida  se continúa y es posible con la necesaria la aportación de cada uno, pues las gentes con su estar ahí, con su simple estar, están pidiendo que uno, cada uno de nosotros, sea. Por ello, este hombre, de fina sensibilidad, tras el que, como dije, se oculta una Rosa Chacel especialmente cercana y llena de ternura, escribe desde su presencia en el mundo, desde su ser (y no solo del estar pasivamente) entre los seres. Pues nos habla de la calle, de lo abierto: de lo junto, que hubiera dicho el poeta Luis Rosales. La calle es como el mar, donde todo se unifica y a la vez se dispersa. 



Y, en efecto, la vida –la vida plena, claro está– es una aportación al mismo engranaje que la mueve. La vida,  de este modo concebida, es un canto de amor, respuesta a la pregunta fundamental, tan nítida, y no por ello menos difícil, al contestarnos: la vida se vive; y esa vivencia es ya una entrega, un don que nos ofrecen y ofrecemos. Es por esta razón que el narrador-protagonista se define como un antropófago: sale a la calle dispuesto a devorar como un lobo, ya que los límites, nos dice, entre el dar y el tomar no siempre son nítidos. La antropofagia, así entendida, es un acto de correspondencia, aunque se nos advierte de que el ser humano se asusta cuando le dan, se sorprende, pues la bestezuela urbana –así la define– es frágil y, sin embargo, siempre espera. La esperanza es deseo de vida, su promesa y anuncio, y puede brotar como una llama, en cualquier instante, en el cruce inesperado de los seres. Y en la iluminación que produce, cuando brota esa llama. 



En “Ofrenda a una virgen loca” este cruce, esta sorpresa ocurre en el momento cenital del mediodía. En plena primavera. Los símbolos son evidentes: el instante anunciador del Ángelus, que afirma el hágase de la vida, y la fertilidad de la estación fecunda por excelencia. Esta luz tan alta cubre a una mujer que se transfigura en un gesto de apariencia insignificante, como de llamar a un taxi, o una despedida, o una bienvenida… Y después de haberlo contemplado, todo en torno ya le parece muerto. Alumbra solo el contenido alegórico de ese gesto: y significa esperanza. Y parece como si el narrador y esa mujer loca se conocieran desde siempre: encontrándose en lo otro, o fundiéndose, en donde nos reconocemos aunque nos amedrente. 
Desde ese instante, casi infinito por la condensación de emociones profundas que expresa, todo cobra significado para quien lee: la primavera fecunda está oculta en la aparente esterilidad o desesperanza de nuestro tiempo, y queda fecundada por la mirada de quien contempla y después narra. Y este hombre del que apenas sabemos nada, salvo lo que contemplamos –leemos– a través de la percepción poética de su mirada,  será quien lleve a esta virgen loca consigo, a su promesa perdida en el tiempo, dándole forma entera con el don de la palabra. Con esta ofrenda que nos dona con emoción incontenible en su relato. Esta es la eterna canción de la belleza:  respuesta a la sed que en el beber del agua fértil de la vida se aplaca. 
Y así brota la luz y el esa agua de la página, como un poema pues, en efecto, hemos comprendido: se ha encendido la llama de la esperanza aunque sea tan difícil alcanzarla.  

P.S. Aunque esté abierta en el lado derecho del Agoraben la puerta de entrada al blog en el que voy poniendo palabras e imágenes (Las hojas vuelven), pongo el enlace de una entrada que habla justamente pinchando aquí de la esperanza. Os invito a visitarla.
Un abrazo para todos y cada uno y, de nuevo, gracias. 



En este enlace estoy cada semana: http://lashojasvuelven.blogspot.com.es/




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